El “Cuídate” se ha ido popularizando como palabra ritual de despedida. Puede que sea influencia y traducción del “Take Care”, frecuente en angloparlantes. En ese idioma solía prevalecer el “Good By” -los etimólogos interpretan “God be with you”-; o “ I’ll see you later”: expresiones de fe, amor y esperanza consonantes con el “au révoir”, “auf Wiedersehen” y “ci vediamo”. Se infería, auguraba y suplicaba la alegría de volverse a ver. También era y sigue siendo usual el “Chao” -para saludarse o despedirse con un cortés y delicado “soy tu esclavo, estoy para servirte”.
Me incomoda y alarma ser despedido con un “Cuídese”. Tal parece que mi amable interlocutor me estuviera reenviando a una jungla salvaje, erizada de peligros y enemigos sanguinarios. Y solo, sin otro auxilio que mi propia vigilancia y destreza. Escucho el “Cuídese” y mi pensamiento vuela hacia la protesta de Caín: “¿acaso soy responsable de mi hermano?”. Los lazos humanos de solidaridad universal, y muy particularmente los lazos cercanos de parentesco, nacionalidad, trabajo o religión piden mucho más que un “Cuídate”. Todo humano es mi hermano. De ahí el imperativo ético: “Cuida, hazte responsable de tu hermano”. Así cuidamos a nuestros familiares, compañeros de profesión, compatriotas y aun enemigos en extrema necesidad. El Derecho -penal, civil, laboral, constitucional- ha recogido este imperativo ético acuñando y sancionando la infracción al “deber de cuidado”. Las 26 garantías constitucionales imponen al Estado el deber de cuidar y asegurar que “todas las personas” tengan acceso a los bienes jurídicos indispensables para la vida humana: libertad, salud, educación, propiedad, trabajo, honra, seguridad. Y en la base de todos ellos, el derecho a la vida y la protección al que está por nacer.
Basta leer a diario las noticias para certificar que el Estado incumple, grosera e impunemente, su primordial deber de cuidado. Se muestra estructuralmente incapaz de cuidar la vida y educación de los niños confiados a su tutela en el Sename; de resguardar la vida y dignidad de los presos con enfermedad terminal, la integridad física y síquica de quienes declaran ante los Tribunales o de quienes imparten justicia; de prevenir y subsanar con eficacia la destrucción del patrimonio forestal y habitacional; de impedir o neutralizar la masificación del robo con violencia, intimidación y violación del hogar; de asegurar la libertad de trabajo, circulación y culto, y el derecho a la vida en la Araucanía; de proteger el derecho de impartir y tener clases en los colegios; de compatibilizar el derecho a manifestarse con el derecho de propiedad y trabajo de los afectados por las “marchas”. La mayoría de los “agentes del Estado” está conspirando, con sus votos, para eliminar miles de vidas inocentes, en nombre de la libertad.
El “cuídate” vale hoy principalmente del Estado. Procuremos despedir a sus agentes con un cortés “ADIOS”.
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