El año pasado invité a Eugenio Heiremans a mi programa televisivo “Cita con la Historia.” No estaba bien de salud, pero su ánimo y ganas de conversar estaban intactos. Siempre me decía que la receta para estar activo, pese a los achaques, era hacer cosas diferentes todos los días. El emprendimiento lo llevaba en la sangre. Su abuelo –de origen flamenco- había llegado a Chile a fines del siglo XIX “con lo puesto”, forjando con esfuerzo una de las empresas metalúrgicas más importantes del país. Fue allí donde se inició como obrero, convirtiéndose con el paso de los años en un dirigente gremial de fuste y un empresario que sin duda, dejó una profunda huella, sobre todo por su trabajo en la ACHS.
A una semana de su muerte, rescatamos parte de esa conversación en la cual recuerda algo de su vida y a importantes personajes de nuestra historia política.
-¿Cómo comenzó a trabajar?
-Tenía 23 años, y mi padre, que era ingeniero y profesor en la Universidad de Chile, me pidió que fuera a trabajar unos meses a su empresa, Socometal. Esta era una maestranza muy importante donde se fabricaba gran parte del equipo ferroviario del país. Entregábamos dos coches de trenes a la semana. Ahí partí, desde abajo.
-¿En qué consistía su trabajo?
-Estuve trabajando un año de ayudante del maestro Adriasola, que era forjador. Llegaba en las mañanas con un chuico de cinco litros y se iba en la tarde con el chuico vacío. Fui obrero, lo que me sirvió mucho para conocer a la gente. Yo he tenido siempre muy buenas relaciones con los trabajadores, nunca he tenido una huelga en mi larga trayectoria.
-Le tocó desarrollarse en un esquema económico muy distinto. ¿Cómo fue esa experiencia?
-A partir de los años 30, hubo un cambio radical en la política económica. Veníamos nosotros de una economía liberal en que se fomentaba al máximo el desarrollo de la empresa privada, para pasar a una economía muy estatista, donde el Estado comenzó a tener una gran intervención. Se creó la Corfo y, en el fondo, todo el crecimiento en Chile terminó dependiendo de esa institución estatal.
-Lo dice en tono negativo…
-Sí, y con conocimiento de causa. Yo soy la persona aquí en Chile que fui más años consejero en la Corfo. Lo fui hasta el gobierno militar, y debo decirle que era el nido estatista más grande que tuvo Chile y que impidió enormemente el desarrollo del sector privado.
-¿Cómo se lograba emprender bajo ese esquema?
-En realidad había una diferencia bastante grande entre los empresarios jóvenes y los más antiguos. Yo en esa época, en los años 40, era parte de los jóvenes y con Ernesto Ayala, Hernán Briones y una cantidad importante de gente tratamos de hacer resurgir el sector privado y evitar el estatismo. Pero no tuvimos posibilidades sino hasta el gobierno de Jorge Alessandri. Luego vino Frei y Allende, cuando el estatismo campeó.
-¿Cómo se define políticamente?
-No hay duda que soy de derecha. He sido siempre partidario de gobiernos de orden y de la mayor libertad posible para que el sector privado pueda desarrollarse. Siempre he tenido muy claro que el Estado debe ser subsidiario y ayudar para que el sector privado surja.
-En las elecciones de 1952, año del triunfo de Ibáñez, apoyó la candidatura de Arturo Matte Larraín, un personaje un tanto olvidado...
-Don Arturo era un hombre extraordinario, con gran sensibilidad social y espíritu público. Lo conocí en la Sofofa, cuando entré como el consejero más joven. Allí estaba don Arturo y también Jorge
Alessandri. En ese momento, me hice muy amigo de ambos. Con don Arturo, nos veíamos mucho y era un poco mi confidente porque yo perdí a mi padre muy joven. Tanto él como posteriormente don Jorge, fueron en el fondo mis segundos padres. Don Arturo era un hombre de gran visión, muy modesto y muy político también. De avanzada, tenía una gran inquietud social y se vinculaba con todos los sectores, incluida la izquierda.
-¿Cómo fue que se vinculó con los medios de comunicación?
-Siempre tuve mucha inquietud por los medios de comunicación social y fui muy amigo de Gabriel Videla Lira, que era presidente y propietario de la Radio Minería. Fue él quien me pidió que yo ingresara al consejo de la radio y fui durante muchos años vicepresidente.
-¿Cómo era el periodismo?
-Era muy distinto. Recuerdo a Hernández Parker y el famoso programa el Reporter Esso, que era la audición más escuchada a mediodía y en la noche. Hernández Parker era un hombre muy bohemio, muy inteligente y era el único que tenía una oficina con cinco teléfonos, un lujo para la época. Entonces él llegaba como a las 11:30 y ahí empezaban a sonar los teléfonos y todo el mundo quería darle informaciones, las primicias. Era un hombre de izquierda, pero éramos muy amigos.
-¿Conoció a Clotario Blest?
-Sí, era bastante contrapunto, pero fuimos buenos amigos. Tanto así que estuve en los momentos en que estaba falleciendo. El merecía estar en el Hospital del Trabajador y lo llevé allá porque estaba muy enfermo y mal cuidado cuando lo visité en su casa. Era un hombre extraordinariamente bueno y realmente inquieto por el desarrollo y progreso social. Tuvo choques muy grandes con el empresariado, porque en el fondo él manejaba mucho las cosas. Creo que ha sido el dirigente más inteligente que conocí. Además un hombre muy sobrio, dedicado exclusivamente a defender a la clase obrera.
-Entre sus vínculos, quizás el más importante fue el que tuvo con Jorge Alessandri…
-Sí, y uno de sus rasgos desconocidos era que, pese a ser hombre de pocos amigos y de vida muy reservada, era extraordinariamente progresista y creía en la juventud. Tuve la suerte de hacerme su amigo desde que falleció mi padre, diría que más de 30 años. Me consultaba algunas cosas… yo le tenía una profunda admiración. Era muy político. Venía de una familia política, había nacido en La Moneda, su padre era el campeón de los políticos, tenía a quién salir…
-¿Por qué bajo su gobierno no ocupó cargos políticos?
-Me los ofreció, pero en realidad, siempre había hablado con él de que yo tenía una carrera en el sector privado y que no quería por ningún motivo entrar a la parte pública. Yo siempre me he calificado como un empresario neto y nunca he querido tomar un cargo político ni tener militancia.
-Pero, en algún momento, militó en el Partido Liberal…
-Correcto, pero duré muy poco. Como había asumido responsabilidades gremiales, pensé que sería bueno tener militancia. Entonces, vi cuál era el partido que más me interpretaba e ingresé al Partido Liberal. Estando allí, hubo una crisis en la juventud y me pidieron que asumiera la presidencia. Organizamos un Congreso, pero las primeras personas llegaron con un retraso de tres horas. Yo estaba acostumbrado a otro esquema y ahí se terminó mi militancia.
-¿Cuál ha sido el momento histórico más difícil que enfrentó?
-Cuando se implementó la Reforma Agraria en el gobierno de Frei Montalva que fue retardataria para el progreso del país. Yo era presidente de la Sofofa cuando advertimos los problemas que acarrearía la modificación del artículo constitucional sobre la propiedad privada. Vimos el riesgo desde un comienzo, pero Frei tenía amistad con el presidente de la SNA y ellos creyeron que iba a haber una excepción con ellos. Fue por eso que la lucha gremial, paradójicamente, se hizo sin el concurso de la organización agrícola.
-Entre sus aportes, el más conocido y elogiado en el país ha sido la creación de la ACHS. ¿Cómo fue que surgió el proyecto?
-Soy católico y siempre tuve -como dirigente empresarial- la inquietud de cumplir con las recomendaciones de León XIII, que postulaba una economía social de mercado. Entonces, cuando fui presidente de Asimet pensé qué podía hacer para colaborar al desarrollo social. Y me pareció que lo más acertado era crear esta asociación, pues los accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales eran una cosa que estaba en manos del Estado, que existían unos pocos seguros privados, pésimamente mal manejado y con mal resultado para los trabajadores. Entonces pensé que por qué los empresarios no aportábamos algo útil para el mundo del trabajo. Esto fue muy pionero, en 1968, y desde un comienzo convidamos a que los trabajadores fueran parte del directorio en forma igualitaria.
-¿Conoció de cerca a Allende?
-En la ACHS hay un cuadro donde se muestra a un trabajador con su esposa y un niño que avanzan con una bandera chilena. Ese cuadro que era mío, yo lo tenía en Socometal, donde era gerente y cuando Allende nos visitó en plena campaña del 70, me dijo: mire señor, ese cuadro debe ser mío. Yo le dije que no, pero Allende era insistente cuando quería algo. A los tres días de ganar la elección, llegó de nuevo a pedírmelo y le reiteré mi negativa. Ahí nos conocimos más. Era simpático en privado.
-¿Lo apoyó en la ACHS?
-Claro que sí. Me acuerdo que estábamos construyendo un hospital y como era un período en que se estaba expropiando todo, le dije que no lo terminaríamos. Entonces, me contestó que nos había estado observando, que estábamos haciendo bien las cosas y que nos iba a defender frente a cualquier intento de expropiación. Conseguimos un crédito afuera, lo terminamos y poco antes que él cayera, lo fui a visitar. Al lado de su oficina tenía una pieza arreglada como rancho chileno y allí nos tomamos unos buenos tragos, mientras afuera los desórdenes campeaban. Fue la última vez que lo vi, estaba tranquilo y relajado.
-¿Cómo fue que en el hospital que construyeron se encuentra un mural de la Ramona Parra?
-Desde un comienzo, nosotros establecimos como política que todas las construcciones de la ACHS debían tener una obra de arte chilena. Con ello no sólo colaborábamos con los artistas sino que permitíamos al paciente disfrutar de un bonito cuadro. Lo que pasó fue que hicimos un concurso para el mural principal del hospital en la sala de espera. Se presentaron las maquetas y los autores en sobres cerrados y bueno… ganaron en buena lid. Tuve buenas relaciones con ellos. Al Monito González todavía lo veo mucho y, en realidad, es el único cuadro de la Ramona Parra que queda en Chile. El resto se borró, estaba a la intemperie.
-¿Usted fue golpista?
-No.
-¿Quería la caída de Allende?
-Evidentemente que participaba en una gran oposición, pero en ningún caso incentivé la revolución.
-¿Conoció a Pinochet?
- Sí, pues trabajé en la comisión legislativa con Fernando Matthei, quien fue compañero mío en la Escuela Naval. Tuve la suerte de tener un cierto contacto con el presidente, ya que recién asumido el gobierno me pidieron que fuera embajador en Japón. Me negué rotundamente porque no tengo hechura para eso. Algunos meses después, murió el embajador en Francia que era el ex presidente de la Corte Suprema, don Enrique Urrutia Manzano y me llamó el ministro de RR.EE., el almirante Carvajal, para decirme: “usted ha sido designado embajador en París a cargo de la parte económica en Europa". De nuevo me negué. Yo soy industrial y no sé de esas cosas, pero me tenían pasaporte y pasajes listos. Tuve que hablar con Pinochet que partió felicitándome por el cargo. Se sorprendió que me negara y me dijo: “¿No le gusta la diplomacia a usted?”. No, mi general. “Tiene toda la razón, son unos ociosos”.
-¿Cuál fue su mirada de las transformaciones económicas que implementó el gobierno militar?
-Hay que tomar en cuenta que Chile tenía en ese tiempo una importación terriblemente controlada. Existía una lista de más de mil artículos prohibidos de importar, no había competencia y los aranceles eran altísimos. Sergio de Castro con una valentía y visión extraordinaria, de un plumazo los bajó a 30% causando malestar en parte de los productores.
-No estaban preparados para una economía abierta…
-Claro, pero en realidad esa política le dio una gran fortaleza al país que fue capaz de superarse y pronto salir a exportar.
-¿Qué lo llevó a convertirse en un emprendedor?
-Lo fundamental es el cariño por mi patria. Me siento orgulloso de ser chileno, de ser parte de este país. Luego, elegí un camino, el del desarrollo productivo, que me ha hecho feliz.