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Publicado: Lunes 30 de diciembre de 2013 a las 05:00 hrs.
Por Sebastián Claro
Consejero del Banco central de Chile y co-autor del libro Cueste lo que Cueste: la Batalla por Salvar el euro y Europa
Las autoridades en la zona euro tienen buenas razones para celebrar alegres esta Navidad. En comparación con los complejos años previos, el 2013 fue un buen año. El clima en Europa comenzó a cambiar a mediados de 2012, cuando Mario Draghi, Presidente del Banco Central Europeo (BCE), declaró tajantemente que el organismo que preside haría todo lo posible para sostener la moneda común. La disposición mostrada por cierto no era una solución a los problemas más fundamentales del euro, pero si marcó un punto de quiebre en la actitud del BCE para atacar las fricciones en los mercados financieros que mantenían los costos de la deuda en los países periféricos en niveles altísimos.
Después de rozar los 550 puntos bases de spread sobre el bono alemán a fines de julio de 2013, el costo de la deuda pública española ha retrocedido a la mitad. La misma suerte ha corrido la deuda italiana en igual periodo. La discusión sobre el quiebre inminente del euro que reflejaban estas tasas ha dado paso a un periodo de mayor estabilidad que han permitido proyectarse hacia el futuro.
Las cifras reales también dan cuenta de esta normalización. Los datos de actividad confirman el fin de la recesión desde mediados de este año. De acuerdo a datos de Consensus Forecast, a partir del cuarto trimestre de 2013 la economía de la zona euro mostrará datos positivos de crecimiento en doce meses. Esta recuperación es más clara en Alemania, mientras que en España e Italia cifras positivas respecto del año anterior se comenzarán a observar en la primera parte de 2014. Con todo, la caída en la actividad se ha detenido, lo que ha sido ampliamente celebrado en Europa.
A su vez, esto ha venido acompañado de correcciones en los déficits de cuenta corriente en los países periféricos, dando cuenta que los inevitables ajustes de gasto han estado ocurriendo. En España, la cuenta corriente ya muestra saldos superavitarios. Similar ajuste se observa en Italia.
Estos datos han permitido enfocarse en algunas reformas institucionales para fortalecer la zona euro. Destaca en este aspecto el proyecto de regulación y supervisión de los principales bancos al alero del BCE. La necesidad de aislar parcialmente la salud de los bancos de la salud de los gobiernos –fundamental para evitar la segmentación del sistema financiero– ha sido tomada en serio por las autoridades. Por de pronto, la supervisión por una autoridad común y la publicación de ejercicios de stress que otorguen transparencia en la real situación de la banca representan un paso crítico para fortalecer a los bancos y disminuir los costos de financiamiento.
El entusiasmo con estas cifras no debe sin embargo hacernos pensar que la crisis del euro es cosa del pasado. El fin de la recesión es positivo, pero es más un resquicio técnico que un verdadero cambio en el panorama de crecimiento.
Subsisten todavía demasiados desafíos económicos e institucionales como para sentirse tranquilos.
La caída en el costo financiero de los gobiernos es positiva, pero no debe perderse de vista que las tasas en España e Italia siguen siendo muy superiores a las alemanas. Una caída en las tasas de interés en el sur de Europa es un requisito necesario para dar viabilidad a la unión monetaria. A su vez, el endémico problema de competitividad de la periferia, que enfrenta la necesidad de depreciar su tipo de cambio real con una moneda única mantiene el desempleo en tasas históricamente altas.
Esta combinación de precios y tasas de interés hace muy difícil retomar la senda de crecimiento en la zona euro.
A su vez, el diseño institucional en Europa está en cuestión, y aquí aparecen varios temas pendientes. La reforma financiera para supervisar centralizadamente los bancos requerirá la capitalización de varias instituciones, lo que no será fácil en países con gobiernos sobre-endeudados y con poca disposición de los dueños a reconocer su menor riqueza.
También se requiere un seguro de depósitos a nivel central, lo que exige grados de coordinación e integración fiscal que no han estado disponibles. La separación del funcionamiento del sistema financiero –centro neurálgico de las economías de mercado y clave para la transmisión de la política monetaria– de la salud de cada gobierno es todavía más un proyecto que una realidad.
El arreglo fiscal sigue siendo el “talón de Aquiles” del euro. La cláusula de no rescate impuesta en Maastricht –que presumiblemente potenciaría la disciplina de mercado– no fue creíble, y terminó siendo desechada en el momento de la crisis.
Si la unión fiscal es imposible, urge en Europa un arreglo que promueva la responsabilidad de los gobiernos locales. Sin aquello, será imposible mantener la estabilidad macroeconómica, e inevitablemente nuevas tensiones volverán a aparecer.
Las perspectivas de consenso apuntan a un crecimiento de la actividad en torno a 1% durante 2014 en la zona euro, lo que se compara con la caída de 0,6% y 0,4% del producto observada en 2012 y 2013, respectivamente. Estos números no son suficientes para potenciar la creación de empleos y disminuir las brechas financieras.
Por ahora queda esperar que el tiempo facilite la corrección de los precios relativos, y que las autoridades promuevan una nueva institucionalidad compatible con el euro. Sólo en ese momento la crisis habrá quedado atrás.
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