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Demasiado revuelo por Grecia

¿Por qué Grecia -un país con poco más de 2% del PIB de la eurozona- genera tantos dolores de cabeza?

Por: | Publicado: Miércoles 15 de febrero de 2012 a las 05:00 hrs.
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¿Por qué Grecia -un país con poco más de 2% del PIB de la eurozona- genera tantos dolores de cabeza? Todos los días, personas que en lugares tan distantes como Beijing y Washington leen noticias sobre promesas incumplidas y condiciones no alcanzadas. ¿No sería mejor, deben preguntarse ellos, dejar que Grecia caiga en default y abandone la eurozona?
La salida de Grecia, de hecho, ahora ya no parece imposible. En un reporte conunto publicado la semana pasada, Willem Buiter, economista jefe de Citi y fuerte partidario del proyecto del euro, estima que la probabilidad de la salida de Grecia en los próximos 18 meses ahora alcanza a 50%. “Esto se debe” dicen los autores, “mayormente a que vemos que la voluntad de los acreedores (de la eurozona) para seguir proporcionando más apoyo a Grecia a pesar de su incumplimiento de las condiciones del programa han caído considerablemente”. Pero también creen que el costo para el resto de la eurozona de una salida de Grecia es ahora menor que antes. La probabilidad de que se permita que esto ocurra, sugieren, ha aumentado en forma correspondiente.

Consideremos las preguntas que cualquier persona sensata se haría sobre las complicadas negociaciones con Grecia.

Primero, puede Grecia llegar a un acuerdo con los acreedores sobre la reestructuración de la deuda o la “participación del sector privado”, con la “troika” (la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo), sobre la participación de estos últimos, y con los acreedores oficiales sobre un segundo rescate? ¿Puede todo esto ocurrir antes del próximo vencimiento de bonos, el 20 de marzo?
La respuesta es: sí. Y si es así, un default desordenados podría al menos aplazarse. Su pueden identificar tres razones para este resultado: pese al descontento popular, los políticos griegos en su gran mayoría concuerdan con que es mejor mantenerse dentro de la eurozona; pese a la ahora extendida desconfianza, las potencias de la eurozona temen un default desordenado y probable quiebre; y, finalmente, porque el FMI cree que un programa fundado sobre reformas estructurales fuertes, más que en una nueva y masiva contracción fiscal o una completa privatización, podría resultar, al menor en teoría.

Segundo, ¿es probable que un programa como éste funcione? La respuesta es no, como destaca el reporte de Citi. “Eso porque, primero, cualquier reestructuración acordada... difícilmente llevará la deuda soberana de Grecia al 120% del PIB para 2020, uno de los objetivos del segundo rescate, y además, porque aún si por algún milagro lo lograra, esta sería una carga demasiado pesada para Grecia”. Es casi seguro, entonces, que va a ser necesaria una mayor reestructuración de la deuda en los próximos años, incluso si todo saliera perfecto. Y no será así.

Grecia ha hecho progresos desde el inicio de la crisis, aunque en gran medida como resultado de la austeridad. Su déficit fiscal primario (antes del pago de intereses) se ha encogido desde 10,6% del PIB en 2009 a un estimado de 2,4% en 2011. Esto es una gran caída, dada la magnitud de la recesión. El gobierno ahora está cerca del punto en el cual sólo necesitaría pedir prestado para renovar sus deudas y cubrir sus compromisos financieros. Pero esto no es suficiente. Grecia todavía requiere considerables entradas de divisas extranjeras, para cubrir sus déficit de cuenta corriente, incluso si se ignoran los intereses externos sobre la deuda de su gobierno. En 2011, por ejemplo, su déficit de cuenta corriente, antes de intereses sobre la deuda del gobierno, era aún de 4,6% del PIB, pese a una fuerte caída.

¿Producirán las reformas estructurales planeadas una economía suficientemente dinámica y, por sobre todo, las mejoras en las exportaciones netas necesarias ara financiar las importaciones demandadas a un nivel remotamente cercano al pleno empleo? La respuesta, pese a las mejoras en competitividad, es que eso no ocurrirá en el corto plazo, incluso si fuera posible.

Tercero, ¿le conviene a Grecia un programa como este? Las autoridades griegas creen que sí. La alternativa -un default desordenado y probable salida de la eurozona- representan un paso en lo desconocido. Tendría que introducir y operar, al menos temporalmente, controles cambiarios. Tendría que manejar una compleja reestructuración de sus deudas pública y privada. Tendría que lidiar con una enorme depreciación de la nueva dracma y por ello, una galopante inflación. Tendría que renegociar su situación dentro de la Unión Europea. Y por último, sufriría fuertes caídas en el PIB y los ingresos reales. ¿Sería esto mejor que seguir perseverando? Probablemente no, ¿aunque quién puede estar seguro?
Cuarto, ¿un nuevo programa para Grecia le conviene a la eurozona y al resto del mundo? La respuesta es: probablemente sí, pero no es seguro. Los argumentos a favor son que un default desordenado y salida aún pueden provocar pánico en parte de la eurozona y el costo de evitarlo ayudando a Grecia no es tan alto, comparado con los de un caos como ese. El argumento en contra es que la eurozona tiene formas para evitar que el pánico se extienda incluso después de un colapso de Grecia, particularmente si el BCE y los gobiernos están dispuestos a actuar con decisión, en respuesta a cualquier corrida en los bancos o los bonos soberanos de otros países. Otro argumento en contra es que es mejor abandonar las pretensiones de que los programas para Grecia van a funcionar y dejar así en claro que los fracasos tienen consecuencias.

Finalmente, ¿qué nos dice la épica griega sobre la eurozona? Grecia, en sí mismas, aunque una complicación importante, no puede ser decisiva para el futuro de la unión monetaria. Pero el hecho de que este país pequeño, económicamente débil y crónicamente mal manejado haya provocado tales problemas, también indica la fragilidad de la estructura. Grecia es el canario de la mina. La razón de por qué ha causado tales dificultades es que las fallas en este país son extremas, pero no únicas. Sus dificultades muestran que la eurozona aún está buscando una mezcla viable de flexibilidad, disciplina y solidaridad.

La eurozona es una especie de limbo: no está tan integrada como para que un quiebre resulte impensable y no es tan abierta como para que sea tolerable. De hecho, la mayor garantía de su supervivencia es el costo de un quiebre. Quizás sea suficiente. Pero tendrá que ser más que un rígido matrimonio mantenido por el temor a los costos de una separación, tendrá que levantarse sobre algo mucho más positivo. Dadas las divergencias económicas y fricciones políticas reveladas por esta crisis, ¿es eso posible? Esa es la pregunta más difícil de todas.

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