Ni fundamentalismo ni laicismo
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 7 de enero de 2011 a las 05:00 hrs.
El Mensaje Papal para la Jornada Mundial de la Paz, del 1° de enero 2011, contiene los ingredientes para una comprensión de la laicidad positiva, tan importante en el magisterio de Benedicto XVI.
De hecho, la cuestión de la laicidad positiva, o bien, de cuál es la correcta separación e interacción entre los poderes públicos y la religión, ha sido un tema central en los viajes a Estados Unidos, Francia, Inglaterra, etc. También se su discurso a la ONU, el 18 de abril de 2008.
Esta laicidad positiva consiste en la recta comprensión del derecho a la libertad religiosa, afirma el Papa, y en el subsiguiente papel del Estado en promover y respetar esa libertad fundamental.
El Papa se basa en su mensaje en dos documentos conciliares, la Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, y la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra aetate.
La libertad religiosa, afirma el Papa, esta contenida dentro del mismo derecho a la vida, y es por tanto un derecho fundamental: toda persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. La dignidad trascendente de la persona capaz de trascender la propia materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida como un bien universal, indispensable para la construcción de una sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre, afirma el Papa. Es más, la libertad religiosa está en el origen de la libertad moral, y debe entenderse no sólo como ausencia de coacción, sino antes aún como capacidad de ordenar las propias opciones según la verdad.
Por esto, entre libertad y respeto hay un vínculo inseparable, e igualmente una libertad enemiga o indiferente con respecto a Dios termina por negarse a sí misma y no garantiza el pleno respeto del otro.
La ilusión de encontrar en el relativismo moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los seres humanos, subraya el Papa. Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos su fe- para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos.
Religión y sociedad
El Papa insiste en que cuando se niega la libertad religiosa, cuando se intenta impedir la profesión de la propia religión o fe y vivir conforme a ellas, se ofende la dignidad humana, a la vez que se amenaza la justicia y la paz, que se fundan en el recto orden social.
Esta libertad religiosa, que es una conquista de progreso político y jurídico, consiste en el libre ejercicio del derecho a profesar y manifestar, individualmente o comunitariamente, la propia religión o fe, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, las publicaciones, el culto o la observancia de los ritos. Además, subraya el Papa, no debería haber obstáculos si quisiera adherirse eventualmente a otra religión, o no profesar ninguna. La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino de toda la familia de los pueblos de la tierra. Es un elemento imprescindible de un Estado de derecho; no se puede negar sin dañar al mismo tiempo los demás derechos y libertades fundamentales, pues es su síntesis y su cumbre. Esta libertad no se agota en la simple dimensión individual, sino que se realiza en la propia comunidad y en la sociedad, en coherencia con el ser relacional de la persona y la naturaleza pública de la religión.
La dimensión pública de la religión ha de ser siempre reconocida, respetando la laicidad positiva de las instituciones estatales. Para dicho fin, es fundamentalun sano diálogo entre las instituciones civiles y las religiosaspara el desarrollo integral de la persona humana y la armonía de la sociedad.
El Papa advierte también contra la instrumentalización de la libertad religiosa para enmascarar intereses ocultos, como por ejemplo la subversión del orden constituido, la acumulación de recursos o la retención del poder por parte de un grupo.
El fanatismo, el fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza, añade.
Ni fundamentalismo ni laicismo
En el punto 8 del mensaje, (ver recuadro) el Papa explicita en qué consiste, desde esta laicidad positiva, el papel del Estado respecto a la libertad religiosa: garantizar el legítimo pluralismo y el principio de laicidad, frente al fundamentalismo religioso y el laicismo.
Ambas posturas, afirma el Papa, absolutizan una visión reductiva y parcial de la persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo.
La sociedad que quiere imponer o, al contrario, negar la religión con la violencia, es injusta con la persona y con Dios, pero también consigo misma. Dios llama a sí a la humanidad con un designio de amor que, implicando a toda la persona en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser, individual y comunitario. Por eso, las leyes y las instituciones de una sociedad no se pueden configurar ignorando la dimensión religiosa de los ciudadanos, o de manera que prescinda totalmente de ella. La dimensión religiosa de la persona, al no ser una creación del Estado, no puede ser manipulada, sino que más bien debe ser reconocida y respetada.
El ordenamiento jurídico en todos los niveles, nacional e internacional, cuando consiente o tolera el fanatismo religioso o antirreligioso, no cumple con su misión, que consiste en la tutela y promoción de la justicia y el derecho de cada uno, subraya el Papa. No reconocer esta dimensión, en resumen, expone a la sociedad al riesgo de totalitarismos políticos e ideológicos, que enfatizan el poder público, mientras se menoscaba y coarta la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión, como si fueran rivales.
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