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Sobre laicismo, libertad de conciencia, migraciones e islam

El clericalismo es especialmente fuerte en Latinoamérica. Si ahí es fuerte la piedad popular, es justamente por ser la única iniciativa no clerical de los laicos. Permanece sin ser comprendida por el clero.

Por: | Publicado: Viernes 3 de junio de 2016 a las 04:00 hrs.
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-La importancia del Islam hoy en día, en Francia, así como el anclaje histórico cristiano del país, plantean preguntas recurrentes sobre el lugar de las religiones en el espacio público. ¿Cómo es, en su opinión, una buena laicidad?

-Un Estado debe ser laico. Los Estados confesionales terminan mal. Eso es contrario a la historia. Creo que una laicidad acompañada de una ley sólida que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para avanzar. Somos todos iguales, como hijos de Dios o con nuestra dignidad personal; pero cada uno debe tener la libertad de exteriorizar su propia fe. Si una mujer musulmana desea usar velo, debe poder hacerlo; igualmente, si un católico quiere usar una cruz. Se debe poder profesar la propia fe no al lado sino en el seno de la cultura.

La pequeña crítica que yo le haría a Francia al respecto es que exagera la laicidad. Eso proviene de una manera de considerar las religiones como una subcultura y no como una cultura de pleno derecho. Temo que todavía persista este enfoque, comprensible dado el legado de las Luces.

Francia debería avanzar un paso en este tema para aceptar que la apertura a la trascendencia sea un derecho para todos.

-En este marco laico, ¿cómo deberían los católicos defender sus preocupaciones sobre temas de la sociedad, tales como la eutanasia o el matrimonio entre personas del mismo sexo?

-Es en el Parlamento donde corresponde discutir, argumentar, explicar, razonar. Así crece una sociedad. Una vez votada la ley, el Estado debe respetar las conciencias. En cada estructura jurídica, debe estar presente la objeción de conciencia, porque es un derecho humano, incluyendo al funcionario de gobierno, que es una persona humana. El Estado debe además respetar las críticas.

Eso es una verdadera laicidad. No se puede ahuyentar los argumentos de los católicos diciéndoles: “Usted habla como cura”. No, ellos se apoyan en el pensamiento cristiano, que Francia ha desarrollado de manera tan notable.

-¿Qué representa Francia para usted?

-(en francés) La hija primogénita de la Iglesia… ¡pero no la más fiel! (risas) En los años 1950, se decía también “Francia, país de misión”. En ese sentido, es una periferia por evangelizar. Pero hay que ser justo con Francia. La Iglesia posee allí una capacidad creativa. Francia es también una tierra de grandes santos, de grandes pensadores: Jean Guitton, Maurice Blondel, Emmanuel Levinas -que no era católico-, Jacques Maritain. Pienso asimismo en la profundidad de la literatura.

Aprecio También la forma en que la cultura francesa ha impregnado la espiritualidad jesuita en comparación con la corriente española, más ascética. La corriente francesa, que comenzó con Pierre Favre, junto con insistir siempre en el discernimiento del espíritu, da otro sabor. Con los grandes maestros espirituales franceses: Louis Lallemant, Jean-Pierre de Caussade. Y con los grandes teólogos franceses, que tanto ayudaron a la Compañía de Jesús: Henri de Lubac y Michel de Certeau. Estos dos últimos me gustan mucho: son dos jesuitas creativos. En suma, eso es lo que me fascina de Francia: por una parte, esa laicidad exagerada, legado de la Revolución francesa, y por otra, tantos grandes santos.

-¿Cuál es aquel o aquella que prefiere?

-Santa Teresa de Lisieux.

-La Iglesia en Francia experimenta una grave crisis de vocaciones sacerdotales. ¿Cómo proceder hoy día con tan pocos sacerdotes?

-Corea ofrece un ejemplo histórico. Este país fue evangelizado por misioneros que llegaron de China y enseguida se fueron. Luego, durante dos siglos, Corea fue evangelizada por laicos. Es una tierra de santos y mártires, con un Iglesia fuerte hoy día. Para evangelizar, no se requieren necesariamente sacerdotes. El bautismo otorga la fuerza para evangelizar. Y el Espíritu Santo, recibido en el bautismo, impulsa a salir, a llevar el mensaje cristiano con valentía y paciencia.

El Espíritu Santo es el protagonista de lo que hace la Iglesia, su motor. Demasiados cristianos desconocen esto. Por el contrario, un peligro para la Iglesia es el clericalismo. Es un pecado que se comete entre dos, ¡como el tango! Los sacerdotes quieren clericalizar a los laicos y los laicos piden ser clericalizados, por facilidad. En Buenos Aires, conocí a muchos buenos curas que cuando veían a un laico capaz de inmediato exclamaban: “¡Hagámoslo diácono!”. No, hay que dejarlo laico. El clericalismo es especialmente fuerte en Latinoamérica. Si ahí es fuerte la piedad popular, es justamente por ser la única iniciativa no clerical de los laicos. Permanece sin ser comprendida por el clero.

-Usted recibió el primero de abril pasado a Monseñor Bernard Fellay, Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. ¿Se prevé nuevamente la reintegración de los lefebvristas en la Iglesia?

-En Buenos Aires, siempre hablé con ellos. Me saludaban, me pedían una bendición de rodillas. Dicen ser católicos. Aman a la Iglesia. Monseñor Fellay es un hombre con el cual se puede dialogar. No ocurre lo mismo con otros elementos algo extraños, como Monseñor Williamson, u otros que se han radicalizado. Pienso, como lo formulaba en Argentina, que son católicos en camino hacia la plena comunión. Durante este Año de la misericordia, me pareció que debía autorizar a sus confesores a perdonar el pecado de aborto. Me agradecieron este gesto. Anteriormente, Benedicto XVI, al cual respetan mucho, liberalizó la misa según el rito tridentino. Dialogamos bien, hacemos un buen trabajo.

-¿Estaría usted dispuesto a otorgarles un estatuto de prelatura personal?

-Sería una solución posible, pero antes es preciso establecer un acuerdo fundamental con ellos. El Concilio Vaticano II se tiene que considerar. Se avanza lentamente, con paciencia.

-Usted ha convocado dos Sínodos sobre la familia. En su opinión, ¿ha cambiado la Iglesia con este largo proceso?

-Es un proceso iniciado por el Consistorio (de febrero de 2014 - NdlR), introducido por el Cardenal Kasper con anterioridad a un Sínodo extraordinario, en octubre del mismo año, seguido de un año de reflexión y de un Sínodo ordinario. Creo que todos salimos de ese proceso distintos de lo que éramos cuando entramos al mismo. Yo también.

En la Exhortación postsinodal (Amoris laetitia, abril de 2016 - NdlR), procuré respetar al máximo el Sínodo. Ahí no se encontrarán detalles sobre lo que se puede o debe hacer o no. Es una reflexión serena, pacífica, sobre la belleza del amor, cómo educar a los hijos, prepararse para el matrimonio… Valoriza responsabilidades que podrían ser acompañadas por el Consejo Pontificio para los Laicos en forma de directrices.

Más allá de este proceso, debemos pensar en la verdadera sinodalidad, al menos en lo que significa la sinodalidad católica. Los obispos están cum Pietro, sub Pietro (con el sucesor de Pedro y bajo el sucesor de Pedro - NdlR). Esto se diferencia de la sinodalidad ortodoxa y de las Iglesias greco-católicas, en que el patriarca sólo cuenta como una voz.

El Concilio Vaticano II entrega un ideal de comunión sinodal y episcopal. Es preciso hacerlo crecer más, incluyendo el nivel parroquial, considerando lo que está prescrito. Hay parroquias que no están dotadas ni de un consejo pastoral ni de un consejo de asuntos económicos aun cuando el Código de Derecho Canónico las obliga a eso. Ahí también se aplica la sinodalidad.

-En sus discursos sobre Europa, usted evoca las “raíces” del continente, sin calificarlas jamás, sin embargo, como cristianas. Usted más bien define “la identidad europea” como “dinámica y multicultural”. ¿Es, en su opinión, inadecuada para Europa la expresión “raíces cristianas”?

-Hay que hablar en plural de las raíces, porque son tantas. En este sentido, cuando escucho hablar de las raíces cristianas de Europa, a veces me atemoriza el tono, que puede ser triunfalista o de venganza. Se cae entonces en el colonialismo. Juan Pablo II hablaba del tema con un tono tranquilo. Europa ciertamente tiene raíces cristianas. El cristianismo debe regarlas, pero con espíritu de servicio, como en el lavado de pies. El deber del cristianismo hacia Europa es el servicio. Erich Przywara, gran maestro de Romano Guardini y de Hans Urs von Balthasar, nos lo enseña: el aporte del cristianismo a una cultura es el de Cristo con el lavado de pies, es decir, el servicio y el don de la vida. No debe ser un aporte colonialista.

-Fue un gesto enérgico de su parte traer refugiados de Lesbos a Roma el 16 de abril pasado. ¿Pero está Europa en condiciones de acoger a tantos inmigrantes?

-Es una interrogante justa y responsable porque no se puede abrir las puertas de par en par de manera irracional. En todo caso, la pregunta de fondo que uno debe plantearse es por qué hay tantos migrantes hoy. Cuando fui a Lampedusa hace tres años, este fenómeno ya estaba empezando.

El problema inicial son las guerras en el Medio Oriente y en África, y el subdesarrollo del continente africano, que provoca el hambre. Si hay guerras, es porque hay fabricantes de armas -lo cual puede justificarse por la defensa- y sobre todo traficantes de armas. Si hay tanto desempleo, es a causa de la falta de inversiones que puedan dar trabajo, que tanto necesita África.

Eso plantea más ampliamente el problema de un sistema económico mundial que ha caído en la idolatría del dinero. Más del 80% de las riquezas de la humanidad están en manos de alrededor del 16% de la población. Un mercado totalmente libre no funciona. El mercado en sí mismo es algo bueno, pero requiere un punto de apoyo, un tercero, el Estado, para controlarlo y equilibrarlo. Es lo que se llama la economía social de mercado.

Volvamos a los migrantes. La peor acogida es “ghettoizarlos”, ya que, al contrario, es necesario integrarlos. En Bruselas, los terroristas eran belgas, hijos de inmigrantes, pero venían de un ghetto. En Londres, el nuevo alcalde (Sadiq Khan, hijo de pakistaníes, musulmán - NdlR) prestó juramento en una catedral y será sin duda recibido por la reina. Eso muestra a Europa la importancia de recuperar su capacidad de integración. Pienso en Gregorio Magno (Papa de 590 a 604 - NdlR), quien negoció con los entonces llamados bárbaros, que luego se integraron.

Esta integración es tanto más necesaria hoy en día en la medida en que Europa experimenta un problema grave de natalidad debido a una búsqueda egoísta de bienestar. Se instala un vacío demográfico. Sin embargo, en Francia, gracias a la política familiar, esta tendencia se atenúa.

-El temor de acoger inmigrantes se nutre en parte de un temor al Islam. ¿Se justifica, en su opinión, el miedo que provoca esta religión en Europa?

-No creo que hoy exista miedo al Islam como tal, sino al Daesh y su guerra de conquista, inspirada en parte en el Islam. La idea de conquista es inherente al alma del Islam, ciertamente; pero con la misma idea de conquista se podría interpretar el final del Evangelio de Mateo, en que Jesús envía a sus discípulos a todas las naciones.

Ante el actual terrorismo islamista, convendría preguntarse por la forma en que se ha exportado un modelo de democracia demasiado occidental a países donde había un poder fuerte, como Irak. O Libia, de estructura tribal. No se puede avanzar sin considerar esa cultura. Como decía un libio hace algún tiempo: “Antes teníamos a Kadhafi; ¡ahora tenemos 50 como él!”.

En el fondo, la coexistencia entre cristianos y musulmanes es posible. Vengo de un país donde conviven con buena familiaridad. Allí los musulmanes veneran a la Virgen María y San Jorge. En un país de África, me contaron que para el Jubileo de la Misericordia los musulmanes hacen cola mucho tiempo en la catedral para pasar por la Puerta Santa y rezarle a la Virgen María. En la República Centroafricana, antes de la guerra, cristianos y musulmanes vivían juntos y hoy deben aprender nuevamente a hacerlo. El Líbano también muestra que eso es posible.

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