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Publicado: Viernes 16 de junio de 2017 a las 04:00 hrs.
Son modos de manifestar, suave o decorosamente, conceptos cuya expresión recta y franca sería dura o malsonante. Es el maquillaje de las palabras, el bloqueador solar de las personas a las que esas palabras van dirigidas o de las acciones en ellas descritas. Uno de los más comunes es preguntar “dónde puedo lavarme las manos”, ante una necesidad imperiosa cuyo nombre propio despierta ecos y aromas desagradables. Eufemismo es llamar “ajuste impositivo” o “reforma tributaria” a la vigésimo quinta alza consecutiva de impuestos; congratularse de haber enviado a un reo, adulto o adolescente, a un “centro de readaptación social”; contabilizar como “ajuste de cuentas” un asesinato a mansalva entre grupos mafiosos por falta de pago, venganza o traición; rotular como “ataque preventivo” un bombardeo e invasión de países que quizás podrían tener armas de destrucción masiva; usar el “cometí un error” como detergente de un grave delito; alardear de que “hicimos el amor” con una guapa profesional del “servicio de acompañamiento” o una “trabajadora sexual”; desdramatizar como “paro cardiorrespiratorio” el haber ocasionado un homicidio voluntario, como “apropiación indebida” la comisión de un robo, y como “limpieza étnica” una política de Estado genocida y eugenésica.
Eufemismo de moda es la invocación de “daños o efectos colaterales”. Bélicamente se usa para justificar la muerte masiva de civiles desarmados y ajenos al conflicto: no era la intención, fue un lamentable error de cálculo, el blanco estratégico era un arsenal y destruimos en llamas un hospital. Sabido es que toda acción humana tiene efectos múltiples y simultáneos. Un ser racional conoce esta ley natural y debe obedecer su imperativo moral: no ejecutar nunca una acción que por su objeto esté destinada a dañar a otro ser humano inocente; querer sólo el efecto bueno y neutralizar, hasta donde le sea posible, el efecto malo; no aceptar que el efecto bueno ocurra como consecuencia del efecto malo; y poner la acción cuando sea estrictamente necesaria. Es la lógica y protocolo al que se ciñen los folletos que acompañan todo medicamento.
Pero asesinar con dolosa premeditación y calculada alevosía a un ciudadano indefenso, por estimar que su talento lo hace peligroso enemigo de las propias ideas, jamás podrá maquillarse como “daño o efecto colateral”. Es extraño, incomprensible que dirigentes de un partido que acostumbra decir claramente lo que piensa y hará, y cuya suprema ley moral califica como bueno todo cuanto favorezca sus intereses, apelen ahora a un subterfugio eufemístico de tan grotesca y repugnante aplicación. La cruda franqueza suele ser menos mala que la justificación hipócrita.
Igual y aun mayormente hipócrita es justificar el aborto como “interrupción del embarazo”, y llamar “despenalización” a su abierta legalización. Dejémonos de cínicos eufemismos. Esta ley de aborto busca sacrificar miles de vidas inocentes por una sola causal: honrar una prostitución de la libertad.
El gerente general de la farmacéutica en Chile argumenta que, ante el envejecimiento de la población, debe haber un cambio de paradigma hacia una lógica de prevenir las enfermedades, más que solo curarlas.