Para entender la crisis cambiaria que sacude la economía argentina y amenaza con hundir al gobierno del presidente Javier Milei, basta con cruzar la cordillera de los Andes y descender hasta la capital chilena, Santiago.
Aquí pueden verse escenas como la que presenció recientemente Carolyn Pérez frente a un hotel Courtyard by Marriott.
Había dos parejas argentinas, recuerda Pérez, guardia de seguridad del hotel. Estaban cargando todos estos objetos enormes que acababan de comprar en su auto para regresar a Argentina. Primero metieron un televisor, luego otro, después un refrigerador completo, y finalmente se acomodaron ellos, uno por uno, y se fueron, cuenta, aún sorprendida. “Fue impactante”, dice.
Y para el gobierno de Milei, profundamente problemático. Cada mes, cientos de miles de argentinos hacen lo mismo: organizan viajes de compras al exterior que están drenando las reservas en divisas que Milei necesita para defender el peso. Viajan a Río de Janeiro, a Miami y al balneario uruguayo de Punta del Este, pero cuando se trata de hacer compras, el destino principal es Santiago.
En uno de los cruces fronterizos más transitados de la cordillera, la cantidad de autos argentinos que ingresó a Chile este año aumentó 50% respecto de 2024 y más de 150% frente a 2023. Más argentinos han viajado a Chile este año que personas de todos los demás países combinadas. En conjunto, sus compras con tarjetas argentinas se dispararon 438% en Chile, según datos sobre el segmento de consumo de la procesadora de pagos Transbank.
En centros comerciales como Parque Arauco y Costanera Center resuena día y noche el inconfundible acento argentino, y en los estacionamientos abundan las patentes azul y blanca de la “República Argentina”. Llegan para cargar zapatillas Jordan, jeans de Zara, computadoras Lenovo y cualquier otra cosa que puedan meter en una valija.
La fiebre de compras fue provocada por las propias políticas de Milei. Desesperado por frenar la inflación, ha insistido en mantener el peso relativamente estable frente al dólar, una medida que abarata las importaciones y proyecta una señal de estabilidad en un país marcado por décadas de caos económico.
Pero al hacerlo, el peso argentino se ha vuelto tan fuerte —una vez ajustado por inflación— que ahora resulta increíblemente barato para los argentinos de clase media y alta darse un festín de productos importados.
Y como Chile aplica aranceles mucho más bajos que Argentina —casi 30 puntos porcentuales menos en ropa, por ejemplo—, miles de personas cruzan la frontera cada día para hacer sus compras. El fenómeno se ha convertido en un negocio tan grande que algunos comercios santiaguinos eximen a los argentinos de ingresar un número de identificación local al comprar en línea.
Corrida cambiaria en Argentina
Estos viajes de compras “son una evidencia clara del desalineamiento de las divisas”, afirma Andrés Abadía, economista jefe para América Latina de Pantheon Macroeconomics. Como muchos otros analistas, Abadía estima que el peso argentino está al menos 20% —y quizás hasta 30%— sobrevaluado frente al dólar. Esa sobrevaluación, más que ningún otro factor, está desatando una corrida cambiaria que el propio Milei calificó de “pánico”.
Mantener la confianza de los inversores en una moneda sobrevaluada siempre es un desafío para las autoridades económicas, y más aún ante las señales de que Milei está perdiendo el apoyo popular a sus drásticos recortes fiscales y sus reformas de libre mercado.
Con las elecciones legislativas de mitad de mandato previstas para fines de octubre, los inversores han estado retirando su dinero a toda prisa, temiendo que Milei se quede sin dólares y se vea obligado a abandonar la defensa del peso.
Milei y su equipo económico sostienen que el peso está correctamente valuado y prometen, como lo han hecho durante meses, que no permitirán una caída abrupta que reavive la inflación. Pero ni siquiera la promesa de ayuda de EEUU —cuyo presidente Donald Trump mantiene una estrecha relación con Milei— ha logrado frenar las salidas de capital. Tras una breve pausa, volvieron a acelerarse la semana pasada.
La cantidad de divisas que los argentinos gastan en Chile ya asciende a miles de millones de dólares, por lo que la aduana argentina comenzó a intensificar los controles. Los agentes abren baúles y valijas en los pasos cordilleranos e imponen multas a quienes traen mercancías por más de US$300.
La norma sobre el límite de gasto existe desde hace décadas, pero solo ahora, cuentan los viajeros, los funcionarios la hacen cumplir, aunque de forma esporádica. “Igual, incluso con una multa, muchas veces sigue saliendo más barato que comprar lo mismo en Argentina”, dice Lur Carreras.

Una fiebra que no para
Carreras, una agente de viajes que organiza tours de compras a medida para mujeres jóvenes, forma parte de un floreciente negocio paralelo. Hay excursiones en ómnibus dedicadas exclusivamente a compradores, influencers que dan consejos para conseguir gangas y hasta compradores personales.
Uno de ellos es Gabriel Damiani, que empezó hace unos meses tras ver cómo su novia ganaba buen dinero como compradora personal.
Damiani teme haber llegado tarde al negocio: si el peso se desploma, como tantas veces antes, el auge se terminará de golpe. Esa posibilidad también rondaba la mente de Analia Raymundo mientras salía de una tienda H&M en el Costanera Center junto a su madre y su hija. “A veces hay buenos momentos para comprar”, dijo Raymundo, “pero a veces no”.
Por ahora, la fiebre no muestra señales de frenarse.
Ese día, Raymundo llevaba su carro lleno de bolsas de H&M y otras tiendas. Y a pocas cuadras del Marriott, Nathalie Díaz presenció una escena similar en el Hotel Boulevard Suites.
Díaz, recepcionista del hotel, cuenta que vio a una familia argentina cargar caja tras caja de productos comprados en su camioneta Ford F-150 nueva. Cuando el vehículo quedó repleto, partieron rumbo a la frontera.
Minutos después, regresaron apresurados al hotel, donde el personal los esperaba con dos cajas más que habían olvidado.