Egipto tiene la historia de su parte
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En el año 508 antes de Cristo, después de derrocar a un tirano, Clístenes estableció una democracia en Atenas. En los 186 años de su existencia, esta democracia condujo al florecimiento más notable del espíritu humano en la historia, dentro de un espacio estrecho. Pero, si la democracia tiene 2.519 años, Egipto es mucho más viejo. Primero unificado hace 5.000 años, es el estado más antiguo del planeta.
El Estado, entonces, es más viejo que la democracia. Su invención trajo consigo una pregunta: ¿quién tendría el control? A través de tiempo y espacio, la respuesta casi siempre ha sido reyes dioses, reyes sacerdotes, déspotas militares y así. Puede que conceptualmente el gobierno haya sido para el bien de la gente, pero casi nunca estuvo en sus manos.
Atenas fue una gran excepción, aunque la idea de gobierno responsable ante la gente también existía en la antigua Roma y en las ciudades estado de Italia. Pero el voto directo no podía operar en un gran territorio. La elección de parlamentos en Inglaterra en el siglo 13 resolvió ese problema. El modelo de parlamento electo al que el ejecutivo rinde cuentas se ha extendido ahora a través de gran parte del globo.
El proyecto Polity IV en el Center for Systemic Peace at George Mason University es un análisis de los regímenes políticos de 1800 a 2009. En 2009, 92 de los 162 países que cubre eran democracias, y sólo 23 eran autocracias, una baja respecto de las 89 de 1977. De hecho, 47 países eran anocracias, Estados frágiles con elementos de democracia y autocracia. No obstante, por primera vez en la historia, el mundo es predominantemente democrático.
Vale la pena notar el incremento en el número de democracias en los ‘90, que siguió al colapso del ex imperio soviético y la transformación de América Latina. Pero el Medio Oriente es atípico: pese a la caída en su número, es ahora la única región donde las autocracias superan a las democracias. Tal vez esto deje de ser cierto.
¿Por qué ha hecho un avance tan rápido la democracia? Después de todo, en 1900 el gobierno representativo era infrecuente y el sufragio universal (incluyendo a las mujeres) era casi inaudito (Nueva Zelandia era la excepción). La respuesta fundamental debe ser económica: el alejamiento de las sociedades en las que el grueso de la población consistía en campesinos analfabetos dirigidos por clases (o castas) estrechas de guerreros, burócratas y sacerdotes. Estos monopolistas de fuerza y fraude no veían razones para compartir el poder con aquellos a quienes despreciaban. El rol del
yeoman
guerrero ayudó a hacer excepcionales las ciudades estado. La república de Roma se hizo imperio, a medida que sus soldados se hacían profesionales.
El desarrollo económico ha transformado estas estructuras antiguas: la educación primaria se ha vuelto más universal y la educación superior más común, la economía se ha hecho dependiente de la creatividad individual, el conocimiento se ha extendido, las comunicaciones se han vuelto más dinámicas. Nos hemos hecho, además, más hostiles al poder heredado. Esto hace más frágiles las autocracias.
La razón más poderosa para creer en el futuro de la democracia, sin embargo, es que responde a algo profundo dentro de nosotros. Como escribió el economista Albert Hirschman: los humanos desean “voz” en instituciones que gobiernan sus asuntos además de la posibilidad de “salir” de ellas. Aristóteles nos dijo que el “hombre es un animal político por naturaleza”. Liberados de las presiones de la sobrevivencia día a día, nosotros, como seres humanos, buscamos gobiernos que nos respondan a nosotros mismos.
Estos son, creo, deseos humanos universales. La idea de que deben ser eternamente ajenos a culturas particulares hace tiempo ha parecido muy improbable. Pero, los poderes occidentales con frecuencia han entorpecido esta aspiración. Algunos occidentales aún creen que esto es lo que occidente debería buscar ahora en Egipto. Esto no parece sólo moralmente errado, sino de una miopía letal. Las democracias pueden ser impredecibles, los despotismos que apoyamos generan odios duraderos.
Pero, más allá del fuerte movimiento hacia la democracia y de lo universal de la aspiración, ¿puede surgir la democracia en Egipto?
El escepticismo no es irracional. Como plantea mi colega Gideon Rachman, la estabilidad de la democracia va de la mano con los avances económicos. Mientras más rico el país, más educadas sus personas, excepto donde la riqueza viene sobre todo de rentas por recursos naturales. De nuevo, mientras más alta sea la proporción de los desesperadamente pobres, mayor es la probabilidad de éxito electoral de populistas a la larga ruinosos. Por último, mientras más pobre el país, menos recursos hay a disposición de cualquier gobierno democrático con los que protegerse contra sus adversarios.
Más aún, en la práctica la democracia es apenas una guerra civil moderada. Para funcionar, debe estar limitada por reglas y sostenida por normas. Estas últimas incluyen la libertad de expresión y la legitimidad de las posturas opuestas a la propia.
Cierto, Egipto es un país relativamente pobre con una notable parte de la población analfabeta. Pero su producto interno bruto per cápita, a paridad de poder adquisitivo, es casi el doble que el de India y 50% más alto que el de Indonesia. Eso no sugiere que la democracia sea, en sentido alguno, inconcebible. Egipto tiene un movimiento islamista bien organizado. Pero, ¿tiene que ser antidemocrático? Hay que ponerlo a prueba. Recuerde que alguna vez el Catolicismo, también, era considerado en general incompatible con el gobierno democrático exitoso.
Considere, sobre todo, lo positivo de establecer una democracia tolerablemente exitosa en el más grande de los países árabes. Occidente ha cometido incontables errores, y peor que errores, en el mundo árabe. Esta es una oportunidad para brindar la ayuda que Egipto necesitará a medida que avance hacia un futuro democrático. Cuando menos, los líderes occidentales pueden desalentar cualquier tendencia en los militares hacia renovar el oscuro ciclo de despotismo militar al tiempo que los incentivan a proteger la democracia contra la supresión de cualquiera de los participantes en la nueva política.
No soy, espero, irracionalmente ingenuo. No creo que el triunfo de la democracia se inevitable en el mundo o en Egipto. Aunque la economía moderna crea oportunidades para la apertura política, también pone herramientas de represión mucho más potentes que antes en manos del Estado. La democracia ciertamente ha progresado. Pero su victoria no está asegurada. Al mismo tiempo, me pregunto si el Partido Comunista de China cree que su anciano estado seguirá ajeno. Las personas pueden aceptar por un tiempo la autocracia como precio de la estabilidad y prosperidad. Pero los humanos quieren ser tratados con dignidad. Espero que Egipto no sea la última vez en la que tengan éxito.