Latinoamérica bajo una nueva administración
En Chile, el gobierno de centroderecha de Sebastián Piñera ganó en 2010 con el eslogan "somos buenos administradores", y pasó cuatros años con una aprobación de 30% pese a una economía en auge y bajo desempleo.
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Gabriela Michetti, confinada a una silla de ruedas tras un accidente automovilístico hace dos décadas, no sucumbe fácilmente a la desesperación. Sin embargo, en diciembre, cuando la nueva vicepresidenta de Argentina se mudó al edificio del Senado, rompió en llanto. “Todo era un desastre. No había ofertas de contratos públicos desde hace años. No había registros de nada”, dice la mujer de 51 años. “El servicio de Internet que ahora usamos es siete veces más económico. Con los ahorros, podemos reparar el edificio que se había vuelto decrépito”.
La historia es una parábola de la región. De repente, gran parte de Latinoamérica está bajo una nueva administración. Cuando Estados Unidos y Europa flirtean con el populismo, el romance en casi todo el continente con líderes izquierdistas ha dado paso a un rechazo a la corrupción y un giro al centro.
Al mismo tiempo, la desaceleración económica ha forzado a un regreso a la ortodoxia. “Muchos de los líderes populistas electos a fines de los ‘90 y principio de 2000... tuvieron la fortuna de llegar al poder en medio de un auge de materias primas que respaldó sus proyectos derrochadores y su popularidad”, afirma Chris Sabatini, profesor de la Universidad de Columbia. “Con el colapso de los commodities esa era está llegando a su fin”.
Argentina el año pasado eligió a Mauricio Macri, de centro, luego de doce años de populismo de Cristina Fernández y su fallecido esposo, Néstor Kirchner. Macri ha hecho la “gobernabilidad” su grito de guerra y ha lanzado un programa de reformas económicas.
En Brasil, el controvertido proceso de impugnación ha reemplazado a Dilma Rousseff por Michel Temer, mientras ella enfrenta un juicio. Como en Argentina, Temer quiere que las políticas sensatas en economía sean la marca de su gobierno, y ha ubicado a figuras relevantes en Hacienda, el banco central, la petrolera estatal Petrobras y al banco de desarrollo nacional.
Aunque Temer ha perdido tres ministros por acusaciones de corrupción en siete semanas, asegura que Brasil se “salvará” si el país se apega a su equipo económico. “Un grupo de políticos corruptos puede ser reemplazado por otro, pero al menos este equipo está apuntando en la dirección correcta”, dijo un líder empresarial sobre la administración actual.
Tampoco están los votantes solos rechazando a la izquierda populista. Los peruanos eligieron este mes a Pedro Pablo Kuczynski, un economista, como su nuevo presidente, frente a la populista de derecha Keiko Fujimori. Notable para un continente reconocido por su polarización, Kuczynski ganó en gran parte gracias al apoyo de la izquierda de su país.
A la idea de que un largo ciclo ideológico está finalizando se suma el acercamiento de Cuba con Estados Unidos, tras más de 50 años de hostilidad y el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC.
Cambios rápidos
El sentido de un cambio regional es profundo y rápido: se ha producido en cerca de seis meses. Dos factores lo han impulsado.
Primero, está el terrible ejemplo de Venezuela, el espejo en el que la región se ve y se horroriza. En medio de una inflación galopante y disturbios por alimentos, la comisión de finanzas de la opositora Asamblea Nacional estima que los 17 años del chavismo ha visto más de US$ 425 mil millones robados o malgastados. “Una de las razones por las que ganamos las elecciones es que muchas personas vieron lo que estaba pasando en Venezuela y se preocuparon de que pudiera pasar aquí”, dijo Michetti. Algo similar ocurrió en Brasil, cuando manifestantes marcharon contra del gobierno de Rousseff demandando “Más Argentina, menos Venezuela”.
Un segundo factor es el rechazo a la malversación pública, especialmente bajo gobiernos de izquierda que supuestamente defienden el derecho de los pobres. Así como la crisis financiera de 2008 avivó el enfado de los electores en EEUU y en Europa, los tiempos económicos difíciles en Latinoamérica también han disparado el malestar por la corrupción en los años del boom.
Los ejemplos van desde escándalos de corrupción que comprometen a la política en Chile, Guatemala y Bolivia; al esquema de sobornos por US$ 3 mil millones de Petrobras que ha llevado a la detención de legisladores de todo el espectro político de Brasil; o el caso bizarro de José López, un ex jefe de obras públicas en Argentina, arrestado cuando intentaba enterrar US$ 9 millones.
En búsqueda de una visión
¿Pueden cambiar las cosas? La respuesta pesimista es no. El populismo -decirle a los votantes lo que quieren oír- siempre puede encontrar terreno fértil, especialmente en países con desigualdad social. Lo que podría haber terminado es el “súper populismo” de Venezuela y de Argentina. En cambio, el continente podría volver al “populismo normal” que ha caracterizado a buena parte de su historia, dice Moisés Naím, del Carnegie Endowment for International Peace.
Los latinoamericanos tampoco se han alejado permanente de una izquierda populista desacreditada. “Las correcciones económicas necesarias que los nuevos gobiernos tendrán que hacer serán impopulares y crearán oportunidades para que vuelva la izquierda”, agrega Naím.
Sumándose a las complejidades están los 55 millones de latinoamericanos que subieron a la clase media en la última década. Ellos tienen altas expectativas de seguir avanzando, haciendo que gobernar sea aún más difícil. ¿Hay forma de cortar el círculo?
La respuesta fácil es mantener el gasto, como está haciendo Macri. Pese a que subió los precios subsidiados de la electricidad en 400% a principios de este año, provocando críticas, su gobierno ha mantenido programas sociales y relajó un impulso de austeridad inicial. Como resultado, el déficit fiscal subiría a 5% del PIB este año. “Mientras el mercado esté dispuesto a apoyar a Macri con el financiamiento de la deuda, como ocurre hasta ahora, esas cifras de déficit no deberían ser un problema”.
Macri, no obstante, es un caso especial. Como los gobiernos de Chile, Colombia o Perú, su administración tiene suficiente credibilidad para recaudar fondos de forma relativamente barata.
Eso no es cierto para Venezuela, que está al borde del default. Tampoco es posible actualmente en Brasil, que gastó los ingresos de la bonanza de los commodities y ahora enfrenta un presupuesto apretado.
En esos casos, el único camino es una mejor administración.
Los servicios sociales son un buen ejemplo. Especialmente para la mejora en la educación pública que Latinoamérica necesita desesperadamente ahora que el boom de los commodities se acabó.
“El problema no es el dinero”, dice Ricardo Paes de Barros, economista jefe del Instituto Ayrton Senna. “El gasto es la única meta educacional que Brasil alcanza. Es un problema de gobernanza”.
Presión sobre las instituciones
Pero si la mejor gobernanza es la manera de proceder, eso genera sus propios problemas. Uno es que “lo razonable” y la “institucionalidad” no son buenos eslogan políticos. En Chile, el gobierno de centroderecha de Sebastián Piñera ganó en 2010 con el slogan “somos buenos administradores”, y pasó cuatro años con una aprobación de 30% pese a una economía en auge y bajo desempleo.
“La buena administración es una condición necesaria, pero no suficiente”, asegura Andrés Velasco, ex ministro de Hacienda de Chile. “Los votantes hoy no sólo necesitan sentir que los líderes están administrando bien, también necesitan sentir que tienen buenas intenciones, y que están actuando en nombre del bien común”.