Por William Pesek
La agenda de Hillary Clinton en China se vuelve más compleja con cada minuto que pasa. A dónde sea que la secretaria de Estado estadounidense mire, descubre nuevas tensiones entre Washington y Beijing. Incluso antes de que el activista ciego Chen Guangcheng pidiera asilo en la embajada estadounidense tras una espectacular fuga de su arresto domiciliario, las relaciones estaban complicadas por el apoyo de China al régimen de Assad en Siria, la venta por parte de EEUU de F-16 a Taiwán, disputas sobre Irán, el respaldo estadounidense a Myanmar y las ambiciones militares de Beijing.
También el secretario del Tesoro, Tim Geithner, afronta grandes desafíos en la gira que comenzó ayer y concluye hoy: divisas, derechos de propiedad intelectual, comercio e inversión.
La relación económica más relevante a nivel mundial no había estado tan cargada de potenciales conflictos desde hace años. Hará falta mucha habilidad para evitar que los actuales dolores de cabeza dañen el trabajo futuro del denominado Grupo de los Dos (G-2).
Los mercados financieros están acostumbrados a que Washington y Beijing encuentren áreas de acuerdo y bajen el perfil a la brecha entre sus demandas y aspiraciones. El problema es que esas áreas de fácil acuerdo se están agotando rápidamente.
El clima político limita el margen de maniobra de los líderes en ambos países. Las elecciones presidenciales de este año en EEUU coinciden con el esperado ascenso del vicepresidente Xi Jinping a la máxima autoridad. Xi no podrá disfrutar del típico período de luna de miel. No con la economía frenándose, la desigualdad aumentando y el Partido Comunista golpeado por el mayor desafío a su legitimidad desde la crisis de Tiananmen, en 1989.
El contrato social en China dice algo más o menos así: el gobierno asegura prosperidad económica y la población no protesta. Pero China está sintiendo el impacto de la turbulencia global en momentos en que los líderes temen una “primavera árabe” en casa. El efecto de los millonarios planes de estímulo de 2008 se agotó, dejando burbujas en los precios de los activos, deuda y cientos de millones de personas preguntándose por qué sus ingresos crecen menos que el costo de la vida.
La respuesta fácil sería devaluar el yuan para impulsar las exportaciones. Eso complicaría las cosas para Obama y el candidato republicano Mitt Romney, pero China podría decidir que el fin justifica los medios. Y a fin de cuentas, los DVD falsos también crean empleo. Lo mismo para el caso de pasar a llevar las reglas de la Organización Mundial de Comercio para beneficiar a China a expensas del resto del mundo.
China sabe que, a no ser por un gran colapso, está destinada a superar a la economía de EEUU de la misma manera en que desplazó a Japón. Europa, después de todo, está recurriendo a China en busca de un rescate para su fallido experimento de la moneda única.
Beijing también sabe lo que Washington se ha demorado en entender: el “poder suave” de EEUU se está desvaneciendo. Pocos países hoy en día aspiran a seguir su modelo de capitalismo después del desastre de Lehman Brothers, y la vergüenza internacional por la prisión en la Bahía de Guantánamo socava cualquier aspiración a un predominio moral. La tolerancia de los chinos para que los estadounidenses les den cátedra sobre libre mercado y derechos humanos hoy es muy baja.
Eso cuenta para el dólar también. China considera las tasas ultra bajas del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, como una devaluación de facto. Esta sospecha debilita el argumento de EEUU para que China revalue su divisa. También influye sobre el delicado tema de las gigantes reservas de China en dólares. La divisa estadounidense representa un componente crucial de sus reservas extranjeras por US$ 3,3 billones (millones de millones). Cualquier cosa que deprima al dólar va a enojar a China.
Sin embargo, la fragilidad de China quedó muy en evidencia esta semana. La historia de la fuga de Chen puede haber acaparado la mayor parte de los titulares de la prensa. China aborrece cualquier cosa que pueda ser percibida como una intromisión de los extranjeros en sus asuntos nacionales. Los reportes de que EEUU dio asilo al activista pro derechos humanos deben haber puesto a los funcionarios de Beijing de cabeza. Pero los verdaderos “fuegos artificiales”, tienen más que ver con la caída del ex secretario general del Partido Comunista de Chongqing, Bo Xilai.
EEUU fue arrastrado a la sórdida historia que incluye denuncias de soborno, avaricia, asesinato y espionaje a altos funcionarios. La historia se salió del control de Beijing y llegó a los titulares de la prensa mundial cuando el ex jefe de policía de Bo pidió asilo en el consulado de EEUU alegando que la esposa del ex líder de Chongqing estaba involucrada en el asesinato de un empresario británico. China ahora está hirviendo en teorías conspirativas sobre una campaña de EEUU para fomentar la disidencia.
Nadie pasa por alto la importancia de mantener relaciones constructivas entre China y EEUU. El G-2 es el pivote de una economía mundial que sigue tambaleando, y mantener la paz entre ambas potencias es vital para evitar una debacle financiera y restablecer el crecimiento.
Sin embargo, Hillary Clinton, Tim Geithner y sus contrapartes chinas podrían descubrir que mantener el status quo está más allá de sus posibilidades.