Guerra
Padre Raúl Hasbún
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“Cuando Yahvé, tu Dios, te haya introducido en la tierra donde vas a entrar para tomar posesión de ella, y te entregue siete naciones para que las derrotes, las consagrarás al anatema. No harás alianza con ellas ni les tendrás compasión… Pasarás a filo de espada a todos sus varones, pero a las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad lo tomarás como botín… No dejarás nada con vida, a esas naciones las consagrarás al anatema, como te ha mandado Yahvé, tu Dios”. Estas instrucciones dadas por Moisés a su pueblo por expresa orden divina (Deuteronomio 7, 1-2 y 20, 13-18) tuvieron lugar doce siglos antes de Cristo. No eran, en esencia, muy diferentes de las prácticas comunes a las naciones que Moisés se aprestaba a invadir, derrotar y exterminar. Sólo llama la atención escucharlas en boca de quien, siendo amigo de Dios, conocía bien sus atributos de justicia y misericordia.
Esta supuesta orden divina de condenar al anatema (total exterminio de personas y cosas) a las naciones derrotadas tenía tal vigor, que cuando el rey Saúl venció a los amalecitas, pasándolos a todos a filo de espada, pero perdonando la vida a su rey y quedándose con lo más escogido de su ganado, Dios “se arrepintió” de haberlo hecho rey y escogió como sucesor a David. ¿Que el botín retenido era para ofrecerlo en sacrificio a Dios?: “A Dios le complace más la obediencia que el sacrificio” ( 1º de Samuel 15, 1-23).
En los 3 milenios posteriores a estas guerras de exterminio “por orden divina”, las naciones han elaborado y convenido sucesivos códigos de humanización de la guerra. También las religiones han purificado la ominosa (y mentirosa) imagen de un dios vengativo y hambriento de destrucción, poniendo las relaciones cívicas e internacionales en clave de Justicia, Concordia y Paz: atributos esenciales de la Divinidad. El Derecho Internacional ya no reconoce como legítimo el concepto de guerra ofensiva o preventiva. También exige a los combatientes respetar el principio de distinción entre objetivos civiles y militares; el de proporcionalidad entre los métodos bélicos y el daño que se pretende inferir a los objetivos estratégicos del enemigo; el de indemnidad a personas e instituciones que desempeñan tareas humanitarias; el de prohibición de armas químicas, de destrucción masiva, bombas de racimo, minas antipersonales, gases tóxicos, envenenamiento de aguas, orden de no dejar sobrevivientes, torturar a prisioneros, atentar genocidio, violación, prostitución, preñez y desapariciones forzadas. Ni toda guerra es justa, ni todo es lícito una vez declarada la guerra.
Cuando al Presidente Obama se le preguntó si en su visita a Japón pediría perdón por Hiroshima y Nagasaki, respondió: “en tiempos de guerra los líderes toman decisiones de todo tipo”. El hecho erigido en derecho. Obama no pidió perdón. Japón perdonó. El derrotado venció.