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Prostitución

Por: Por Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 20 de enero de 2012 a las 05:00 hrs.
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El Alcalde de Ñuñoa ha condenado con dureza las conductas de promiscuidad sexual y consumo de alcohol protagonizadas por adolescentes en los recintos escolares de su jurisdicción, durante los largos meses de toma. Los términos que él usó, y la reacción airada de quienes se sintieron ofendidos, justifica ahondar en el sentido de la palabra “prostitución”.
Derivada del latín, significa exponerse públicamente, como en vitrina, ofreciendo libre acceso a la propia intimidad corporal, a cambio de un precio. Si lo que se expone y ofrece al público en vitrina son alimentos, vestidos, joyas o automóviles, tienen aplicación la lógica y ley del mercado. Todo aquel que consienta en pagar el precio podrá satisfacer su deseo de adquirir y disfrutar el bien por el cual pagó. Esa lógica no se aplica a la puesta en vitrina y oferta indiscriminada de la propia intimidad corporal. El cuerpo humano no es un bien disponible, comerciable, enajenable. Ningún país acepta legalmente la compraventa de órganos humanos, ni siquiera para la noble finalidad de un trasplante. Pero además, los órganos propios de la sexualidad representan y trasmiten dos de los valores más exaltantes de la persona humana: comunión y fecundidad. Don de sí y don de la vida. Por ellos se hace patente el hermoso anhelo de entrar en comunión con otro ser humano, distinto y complementario, hasta lograr una identificación total, fusión de cuerpos y almas, solidaridad de bienes y destinos, cuyo fruto y corona será la generación de una nueva vida. Son bienes personales, que colman gozosamente el desarrollo de cada uno; y bienes sociales, que perpetúan el circuito de la vida familiar, nacional y mundial. Bienes de esa calidad no pueden estar en vitrina ni ofrecerse como disponibles para el primero que pase o primero que pague. Se reservan como jardín sellado, para uno o una a quien, tras un debido tiempo y proceso de conocimiento, admiración y discernimiento, se juzga merecedor de pronunciar esta promesa solemne, embriagante: “quiero compartir contigo el resto de mi vida, en una comunidad perpetua de amor, abierta a la generación y educación de nuestros hijos”.
La repugnancia instintiva, el rechazo indignado que provoca sentirse aludido con los términos de prostituta, ramera o burdel, es la otra cara de un positivo aprecio por la pureza, delicadeza, exclusividad y gratuidad del amor entre un varón y una mujer. El duro intercambio del edil con los estudiantes reveló una bienvenida coincidencia: los cuerpos de los jóvenes no están en vitrina, disponibles para cualquiera que pase. Son templos vivos de la sagrada liturgia del amor. Y los liceos y colegios no son casas particulares, cuyos dueños u ocupantes pueden hacer lo que quieran mientras no dañen a terceros: son templos públicos, dedicados exclusivamente al cultivo de la verdad.

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