Por Marco Fajardo
Hoy ningún poder es seguro, ni en la política, ni en los ejércitos, ni en el mercado. Ni siquiera entre las organizaciones criminales. Esa es la tesis de “El fin del poder”, el nuevo libro del analista venezolano Moisés Naím, que se publicará en español en octubre. Según el experto, vivimos en una época en que acceder a la posición de liderazgo es más factible que nunca antes en la historia, pero el poder es ahora más difícil de ejercer que en el pasado, y además, es más fácil de perder.
- ¿El poder está desapareciendo como característica de la sociedad moderna?
- No digo que el poder ya no exista, sino que se acabó como lo conocíamos. En los ‘80, el presidente chino Deng Xiaoping decidió casi unilateralmente reformas que transformaron por completo a China y al mundo. Es inimaginable que el mandatario actual Xi Jinping tenga el poder para hacer cambios de esa escala.
- ¿Y en el sector privado?
- No hay duda de que ha habido una concentración del ingreso y que hay empresas muy grandes y muy poderosas, y que los gobiernos tienen más dificultades para controlar y regular a estas corporaciones. Sin embargo, la competencia entre ellas está conduciendo a que el poder en el sector privado se está volviendo más difícil de retener. Por ejemplo, la empresa Kodak dominó la fotografía gran parte del siglo XX, pero hace poco quebró. Al mismo tiempo, una pequeña firma de dos años de edad, con tres empleados, llamada Instagram, que sirve para tomar fotos, fue vendida por
US$ 1.000 millones. No digo que Kodak haya quebrado por culpa de Instagram, quebró por culpa de los directivos de Kodak, pero el ejemplo ilustra bien lo que sucede con estas grandes corporaciones. Hay un estudio norteamericano según el cual en 1980, una empresa que dominara el 20% más importante de su sector, tenía sólo 10% de probabilidades de no seguir allí cinco años después. Dos décadas después, esa probabilidad aumentó a 25%, y ha seguido creciendo debido a la hipercompetencia.
- ¿A qué se debe este cambio?
- Hay una cantidad de fuerzas que están presentes en todas partes que son las que conducen esto. Las he agrupado en tres grandes categorías: “la revolución del más”, “la revolución de la movilidad” y la “revolución de la mentalidad”. “La revolución del más” es que vivimos en un mundo de abundancia, donde hay más de todo, más países y más gente, más armas, más medicinas, más computadoras y más escuelas, más terroristas y más gente que trabaja en favor de los demás, más ONG y más partidos políticos, hay más productos, más mercados, más consumidores. Eso tiene consecuencias para el poder. Para el poder es más fácil controlar a diez millones de personas que cien millones. Las barreras que protegen a los poderosos son muchas veces abrumadas por la cantidad de gente, de cosas, de información, de dinero, de posibilidades.
- Y hay más movilidad.
- No sólo hay más de todo, sino que ese más se mueve más. Se mueven más las personas, las ideas, las enfermedades, las ideologías, las iniciativas políticas, las empresas, las inversiones, todo. E inevitablemente, estos dos grandes cambios tienen consecuencias para la “revolución de la mentalidad”. Hay un profundo cambio de valores, expectativas, aspiraciones. La Universidad de Michigan realiza desde hace varias décadas el World Value Survey, una muestra sobre los valores y opiniones de la gente. Lo que muestra es una transformación poderosísima. Un ejemplo que tengo en el libro de este cambio de mentalidad es que ha aumentado muchísimo la tasa de divorcios en parejas de la tercera edad en la India, que son prevalentemente iniciados por la mujer, que decide que no va a seguir en un matrimonio que fue arreglado hace tres o cuatro décadas por sus parientes. Son mujeres que probablemente tienen más recursos, están mejor informadas, tienen mayor movilidad y un cambio de mentalidad muy importante.
- ¿Cuáles son los riesgos?
- Estas son tendencias absolutamente dignas de celebrar. Este es un mundo que ofrece más oportunidades, más incómodo e inseguro para los tiranos y dictadores, para los monopolios, un mundo con más competencia y en muchos sentidos es más fluido. Lo negativo es que la fragmentación del poder político en las democracias está haciendo cada vez más difícil gobernar. Los ciudadanos muestran un profundo descontento con sus gobiernos, tienen expectativas que estos no pueden satisfacer. Los vimos con sorpresa hace apenas unas semanas, con disturbios contra el gobierno en Chile y Suecia, dos países que tienen en común una trayectoria de éxito.