América Latina está dando vuelta la página
Él es ubicuo y no respeta los ideales liberales como la santidad de la propiedad privada...
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Él es ubicuo y no respeta los ideales liberales como la santidad de la propiedad privada al dejarse caer sin previo aviso en los hogares privados. Él entrega dulces en un atracón festivo y es adorado por muchos que creen que tiene poderes casi míticos. Sin embargo, sus rasgos más característicos es que se viste de rojo y usa un gorro peculiar. Su nombre, por supuesto, no es Viejo Pascuero (aunque podría ser), sino Hugo Chávez, el recientemente fallecido populista latinoamericano cuya marca registrada era una boina roja.
El ex presidente socialista venezolado fue uno de los grandes populistas de todos los tiempos. Como muchos otros, su ideología era ecléctica, vaga, nacionalista, y no podía ser tomada muy en serio. Sin embargo, Chávez era una figura que ciertamente valía la pena tomar muy en serio. Por eso su muerte en marzo fue el principal evento político de la región este año. Marcó la desaparición de un populista de oratoria demagógica y, quizás, incluso del propio populismo latinoamericano.
Para tener una idea de este punto de inflexión, es necesario analizar el último milenio. En 1999, el ascenso de Chávez al poder parecía marcar el comienzo de un cambio político permanente en la región. América Latina estaba saliendo de la austeridad de los ‘90, la llamada década perdida. Pronto los gobiernos populistas o de izquierda estaban apareciendo en todas partes.
A mediados de 2000, y financiada por el abultado auge de los precios de las materias primas, la “marea rosada” populista parecía imparable. Incluso México casi sucumbió. Ahora, América Latina está volviendo a la derecha. El significado duradero de la muerte de Chávez es que aceleró la tendencia.
El caos obvio, la división social, las altas tasas de homicidio y la casi bancarrota de Venezuela significan que el país ya no es ningún modelo, si es que alguna vez lo fue. El decreciente auge de los precios de las materias primas está revelando también los límites económicos de otros despilfarradores populistas. A falta de una divisa fuerte, incluso Argentina está haciendo las paces con los inversionistas y firmas internacionales. La necesidad, parece, es también la madre de la auto-reinvención. Y mientras el crecimiento en el Brasil socialdemocrático se ha estancado, México está promulgando reformas pro-empresariales más importantes de una generación. Mientras tanto, las otras economías liberales del Pacífico de Colombia, Chile y Perú van viento en popa. Sus desempeños liderados por la inversión están ejerciendo ahora el efecto de demostración más poderoso.
La tecnología ha cambio el juego populista para bien. El populismo era un asunto de arriba hacia abajo practicado por una figura casi autoritaria que aseguraba representar la “voluntad del pueblo”. Hoy son los medios sociales los que movilizan a la población, como se vio en las protestas de Brasil por mejores servicios públicos, o las marchas en Chile por una educación más barata.
Un fin del populismo no significa que el continente está cerca de aceptar una economía estilo Chicago y un liberalismo político. El populismo, después de todo, no es una enfermedad, sólo un síntoma de problemas más profundos, particularmente de desigualdad y pobreza. El crecimiento puede ayudar a la última, pero a menudo exacerba la primera. Chile, la economía más exitosa de la región, acaba de elegir una presidenta de centro izquierda. También por eso son importantes las modestas políticas de redistribución emprendidas por los gobiernos en la última década. A diferencia del populismo de Chávez, estas ayudan a crear una nueva “clase media”.
Esta, entonces, es la forma de la nueva política latinoamericana. Sus votantes son dispersos, demandantes y cada vez más de clase media. Satisfacer sus aspiraciones requerirá cualidades asociadas rara vez a América Latina, como un buen gobierno e inclusión cívica. ¿Podrán cumplir los gobiernos reformistas de la región? Una pregunta abierta: el desafío es forzar la retirada de la desigualdad sin cederle poder a los demagogos. Al menos el atractivo de populistas como Chávez se acabó. Eso es un avance -si no fuera por Venezuela, que ahora sufre su legado- y una razón para alegrarse.