Bajo el régimen de Xi Jinping, China regresa a la dictadura
Por primera vez en casi cuatro décadas, no existe ni siquiera una sugerencia de que China está avanzando hacia la construcción de una sociedad civil ni de permitir que su pueblo tenga más opinión acerca de cómo se le gobierna.
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Este año, un tribunal chino sentenció a un hombre a dos años de prisión por el delito de referirse al presidente Xi Jinping como “el panecillo cocido al vapor Xi” en unos mensajes privados que envió a sus amigos usando aplicaciones de chat en línea.
El apodo está censurado en China desde 2013, cuando la ridiculización en línea estalló ante el intento de Xi de presentarse como un hombre común visitando un restaurante de panecillos cocidos al vapor. Pero llevar a juicio a alguien por usar la frase en discusiones privadas es un nuevo y preocupante acontecimiento.
Wang Jiangfeng fue declarado culpable de enviar mensajes a sus amigos -a través de las aplicaciones de mensajería WeChat y QQ, propiedad de Tencent- que ocasionaron pensamientos negativos sobre el Partido Comunista Chino, sobre el sistema socialista y sobre la dictadura democrática popular, causando confusión psicológica y disturbios públicos serios. En las últimas semanas, además, las autoridades judiciales inhabilitaron de ejercer su profesión al abogado que defendió a Wang.
Así es como se comportan las dictaduras, y actualmente China se asemeja más a una de lo que se haya asemejado en muchas décadas.
La próxima semana, los líderes del gobernante Partido Comunista se reunirán para ungir a Xi en su segundo mandato de cinco años como el presidente de todo. Durante los últimos cinco años, él ha consolidado el poder, ha eliminado a sus rivales y ha alentado un culto a la personalidad no visto desde la muerte de Mao Zedong en 1976.
Los observadores en China y fuera de sus fronteras estarán prestando atención a cualquier señal que indique que Xi tiene la intención de romper el precedente y permanecer en el poder hasta después de 2022, cuando normalmente se esperaría que dejara su cargo.
Pero la realidad es que sabemos casi tan poco sobre el funcionamiento interno del alto liderazgo de China como sobre el de Corea del Norte. Lo que sí sabemos es lo que nos dice Xi en sus discursos y en las consignas políticas que acuña. Sus palabras revelan que el mayor y más importante cambio bajo su liderazgo ha sido el rechazo total de la democracia y de otros “valores occidentales” como la libertad de expresión, el constitucionalismo, la independencia judicial y los derechos humanos.
Desde que el exlíder supremo Deng Xiaoping llegó al poder a fines de la década del ‘70, China se ha movido inexorablemente, aunque de forma vacilante, hacia una mayor libertad personal e incluso política.
Durante décadas, el debate en los principales círculos de formulación de políticas en Beijing fue siempre sobre el ritmo del cambio, mientras que la dirección -más libertad de expresión, más independencia judicial y, en última instancia, más democracia- casi nunca fue cuestionada.
En numerosas conversaciones privadas a lo largo de los años, altos funcionarios del partido (a veces muy altos) me comentaron que lograr una democracia al estilo occidental era el objetivo de China, pero que la transición debía ser gradual y cuidadosamente secuenciada para no desencadenar el caos. En la actualidad, nadie dice eso.
Por primera vez en casi cuatro décadas, no existe ni siquiera una sugerencia de que China está avanzando hacia la construcción de una sociedad civil ni de permitir que su pueblo tenga más opinión acerca de cómo se le gobierna. En lugar de eso, Xi ofrece una vaga noción de un ”gran rejuvenecimiento” que se inspira fuertemente en la era premoderna de divinos emperadores que gobernaban “todo bajo el cielo”.
El rechazo de los sistemas políticos occidentales ha sido facilitado recientemente por lo que los chinos ven como las absurdas bufonerías de Donald Trump y, en menor medida, el daño autoinfligido del Brexit y de las luchas internas de la Unión Europea.
Tal y como le indicó un consejero de política exterior recientemente a uno de mis colegas: “Trump nunca habla de la democracia o del liderazgo estadounidense o de la libertad; no debemos ser tan estúpidos como para adorar cosas que en el mundo occidental están ahora en duda”.
Dadas las percibidas fallas de la democracia liberal, muchos o quizás la mayoría de los chinos están dispuestos a aceptar una dictadura y una persecución política mientras sigan viendo una mejora en sus vidas.
Fuera de China, muchos en Occidente se encogerán de hombros y preguntarán qué tiene que ver todo esto con ellos. Pero deberían estar conscientes de que el otro gran cambio de Xi ha sido abandonar el mantra de política exterior de “no intervención” que también ha guiado a China desde los días de Deng.
Deng dijo que China debía “esconder su luz y esperar el momento oportuno” en la escena mundial y evitar firmemente la injerencia en otros países. Xi ve las cosas de forma muy diferente, y ha ordenado que el partido y el aparato estatal sean mucho más activos en el extranjero en la defensa de los intereses de China, tal como los definen el partido autocrático y las personas que lo dirigen.
Y la triste realidad es que actualmente muchas personas fuera de China con vínculos con el país -periodistas, académicos, diplomáticos, empresarios chinos expatriados- piensan dos veces antes de usar una aplicación china como WeChat para enviar un mensaje privado burlándose del actual líder de China.