El arma secreta de Alemania contra los espías es... una máquina de escribir
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Un político alemán llamado Patrick Sensburg anunció la semana pasada que el gobierno de su país estaba pensando volver al uso de una tecnología “imposible de hackear”: la máquina de escribir. Sensburg está encabezando la investigación del Bundestag por los escándalos de espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos y es un miembro del partido gobernante de la canciller Ángela Merkel.
Otro miembro del equipo de investigación, pero de otro partido, calificó el comentario de Sensburg como “rídiculo”. Pero Sensburg –aparentemente decidido a terminar con la reputación de Alemania de una economía altamente tecnológica– aseguró que su comentario “no era broma”, añadiendo que las máquinas de escribir ni siquiera “serían eléctricas”.
No se sabe cuántas máquinas de escribir está usando el gobierno alemán, lo que sugiere que la nueva política podría ya estar dando frutos. Lo que sí sabemos es que el Servicio de la Guardia Federal del gobierno ruso, que protege a los funcionarios VIP, ordenó 20 máquinas de escribir el año pasado tras las revelaciones de espionaje de Edward Snowden, el ex contratista de la agencia estadounidense.
Snowden nos ha enseñado que “la red” no es un término metafórico como pensábamos. Hay, de hecho, una gran red en la que todos podemos ser atrapados; por el gobierno, nuestros enemigos personales, nuestros rivales comerciales. Desde hace tiempo que se considera que los e-mail son inseguros y una especie de secuestrador. Como alguna vez el actor y escritor Stephen Fry señaló: “el e-mail es más mortífero que el correo”.
Algunos han intentado enfrentar a la tecnología con tecnología, incluyendo a Snowden que la semana pasada expresó que todo tipo de “comunicación debe ser codificada por default”. A otros se les ha ocurrido otra genialidad: apagar las máquinas. Cito un artículo de este mismo medio de 2011: “La evidencia sugiere que en una época de creciente regulación, los banqueros están evitando los e-mail en favor de formas menos rastreables de comunicación, como las notas escritas a mano”. ¿O con máquinas de escribir? Nosotros tenemos una máquina de escribir en nuestro ático, comprada por mi esposa hace 20 años para que (si entendí correctamente) pudiera continuar escribiendo en caso de un corte de energía apocalíptico.
Luego de leer los comentarios de Sensburg, me dirigí hacia el departamento de tecnología de Harrods y expresé mi interés en comprar un máquina de escribir. Un vendedor con un logo de Apple en su camiseta frunció el ceño y me explicó que las máquina de escribir no son tecnología. Y apuntó al Grand Writing Room -en otras palabras, el departamento de insumos para oficinas- donde un asistente dijo que nadie había preguntado por una máquina de escribir en 15 años.
La conversación fue escuchada por un hombre llamado Jack Row, quién contó que se dedica a fabricar “lápices de lujo”, con un valor estimado entre 1.000 y 29.000 libras esterlinas. Si las máquinas de escribir no están haciendo su retorno como parte del contragolpe a la tecnología, ciertamente los lápices sí. “Vendo muchos a Medio Oriente, dónde los consumidores ricos usan los lapices como una pieza de joyería con el clip mirando hacia adelante”, me explicó. “Generalmente hay un par de diamantes en el clip”. Row cree que estos lápices no sólo son usados para firmar acuerdos comerciales, sino también para escribirlos.
Esto se une a mi propia comprensión de los ultra ricos, cuyos estilo de vida he estado investigando para una novela. Los ultra ricos de Mayfair (el foco de mi investigación) probablemente no usan máquinas de escribir, pero su dinero les ha permitido darse el lujo de vivir como en el pasado.
Siempre se están reuniendo cara a cara en sus clubes, dónde linternas de carruaje brillan en la entrada con fuego real. Ellos no se someten a las luces fluorescentes; no usan fibras hechas por el hombre. El estilo que valoran en su vestimenta, autos y relojes es el “clásico”. (“Los Bentleys han sido espantosos por años”, le escuché una vez decir a uno de ellos que paseaba con un puro por Green Park). Si los ultra ricos quieren encontrarse con alguien famoso, no lo buscan en Youtube; los invitan a una reunión. Todo esto me recuerda a algo que alguna vez me dijo mi director de teatro: “en el futuro, el entretenimiento digital será asociado con la plebe”. El verdadero glamour, creía, estará en los encuentros cara a cara, he ahí la popularidad de los eventos que invitan a “conocer al autor” propios de mi profesión.
Si no comenzamos a apagar las máquinas ahora, podría ser muy tarde. Esos escenarios concebidos de pesadillas sobre la inteligencia artificial apuntan al hecho de que no solamente los seres humanos estamos unidos en una red, sino que también las máquinas. Esto las haría imparables, a medida que supervisan nuestras vidas a través de la amenazante “Internet de las cosas”, por medio de la cual sensores monitorearán todo, desde la comida en nuestro refrigerador hasta la basura en el cesto.
El regreso de las máquinas de escribir podría ser el primer paso de un contraataque. Estando en Harrods, imaginé que era escuchado por otra persona; no el fabricante de lápices de lujo sino un individuo desaliñado y furtivo.
“¿Quieres un máquina de escribir?”, me pregunta. “Sígame”.
Él me guía hacia un área de Londres más oscura. Entramos a una tienda con una muestra de computadores portátiles llenos de polvo. “Olvídese de ellos”, me dice. “Son para los tontos”.
Nos dirigimos hacia una pieza trasera llena de máquinas de escribir antiguas. “Tenemos las cintas, los Tipp-Ex y el carbón, en caso de que no quiera que más de una persona vea lo que ha escrito”.
Le pregunto por qué es tan difícil encontrar máquinas de escribir hoy en día. “Google, Theresa May... todos los grandes jugadores no quieren que la gente las tengan. Es por eso que cuestan tanto. Lo admito, el precio es un poco excesivo”.
- El autor es un novelista y su trabajo más reciente es “Night train to Jamalpur” -