Nuevo

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 3 de enero de 2014 a las 05:00 hrs.
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Nuevo no es sinónimo de mejor. La novedad no garantiza superior calidad. Por ese error de concepto, el folclore celebrativo de cada Año Nuevo acostumbra quemar la imagen del viejo, como detestando y despojándose de todo lo que nos trajo. El nuevo, por contraste, se revista de blanco-verde, inmaculada esperanza. La esperanza se fagocita al agradecimiento. Error que la fe cristiana no puede cometer, porque todo lo que acontece es gracia, todo lo sucedido fue visado por la providencia divina, y ésta hace concurrir todo, incluso el pecado, para el bien de sus hijos. De ahí que antes de denostar al viejo y apostar todo ciegamente al nuevo, el creyente se concentra en agradecer todo, por todo, a todos. Agradecer enaltece, agradecer embellece. Los alemanes adjetivan la acción de gracias con el “schön”, hermoso es agradecer, más hermoso es responder el agradecimiento. Más que un himno devocional, el Magnificat de María es una manera de existir. “Por la gracia de Dios soy lo que soy”, dirá Pablo. Y amonestará: “permanezcan en la acción de gracias”.

También hay error de concepto sobre la esperanza. A una simple y mecánica operación de cambio de folio, el folclore de año nuevo le atribuye el poder mágico de materializar los propios sueños y hacer plena la alegría. Los ritos y sentimientos celebrativos tienden a excitar una euforia mendicante y meramente receptiva. La óptica del cristiano se focaliza en una autoexigencia creativa y donativa. “Nada sin Ti, nada sin nosotros”, es su imperativa consigna. Al creyente no le sienta la autocomplacencia ni la autoreferencia: ambas ensimisman, aíslan, esterilizan, nos hacen peores personas. Lo nuestro es la autoexigencia para la autodonación. Somos de estirpe divina, por nuestras venas corre sangre de un Rey que es tal porque vive de rodillas, sirviendo, dando su vida y su sangre. Comenzando el año dejamos flotar nuestra imaginación creativa, sin ponerle candado a la esperanza. Podemos hacer realidad los sueños imposibles, porque la fe nos hace partícipes de la naturaleza, ciencia y potencia de Dios, para quien nada es imposible. Esa es la fórmula de nuestra esperanza: nada sin Ti, nada sin nosotros. La euforia mendicante y receptiva cede el lugar a la autoexigencia creativa y donativa.

Salvadas estas diferencias de concepto, de formas y de acentos, la celebración creyente coincide con la celebración profana en afirmar la eterna resurrección de la esperanza. Cuesta creerlo, pero la evidencia está: la Humanidad se ha desangrado en interminables, horrendos conflictos; grotescos, mentirosos ídolos le han ofrecido el cielo en la tierra, sin lograr otra cosa que anticipar el infierno; los proféticos augurios de un mundo feliz desnudan su inconsistencia y falacia. Pero porfía, el género humano, en resucitar cada año su invicta esperanza. Es por algo, o mejor por alguien. El año nuevo comienza en María.

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