El monstruo del canal de Suez
El recién botado Bougainville está entre los 10 mayores cargueros del mundo. Más largo que la Torre Eiffel, transporta hasta 18.000 contenedores. Este es el relato de su primer viaje.
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“Trescientos cincuenta y dos», dice Magdy Khattab con fuerte acento egipcio, subrayando las erres, mientras escudriña el horizonte. Tras él, en la pasarela, el teniente John Deliman repite la orden, también en inglés, pero con acento filipino en su caso. Economizan gestos y palabras. Nada de “por favor” o “gracias”, solo cifras: 351, 350... En el timón, Joselito Catinoy ejecuta las órdenes y mueve casi imperceptiblemente el pequeño volante que controla el navío. Dulcemente, grado a grado, el timonel filipino inclina hacia babor el recorrido del CMA CGM Bougainville, este nuevo mastodonte de los mares. A su lado, Gilles Saint Jalme, el comandante de a bordo, supervisa cada movimiento. “Cuando se ve lo estrecho que es este paso, es para maravillarse de cómo lo pasamos”, dice sin apartar la vista de la decena de pantallas y radares.
África está 15 metros a la izquierda; Asia, 15 metros a la derecha. Navegando hacia el norte a través del canal de Suez, el portacontenedores parece tan gigantesco que nos preguntamos si realmente va a ser capaz de deslizar su enorme casco entre las dos orillas de arena. Recién salido de un astillero de Corea del Sur, es el mayor barco francés que jamás haya navegado y uno de los mayores del mundo: 398 metros de largo, 54 de ancho, capaz de transportar hasta 18.000 contenedores (hasta 185.000 toneladas)... Desde su pasarela –como si estuviésemos en lo alto de un edificio de 15 pisos–, parecen pequeños los petroleros que navegan en sentido inverso hacia el lago Amer.
En el Bougainville, todo es gigantesco. Su longitud supera la altura de la Torre Eiffel o del Empire State Building (sin antena). Entre su proa y su popa cabrían cuatro campos de fútbol o cinco aviones Airbus A380 y medio. Su motor de 85.000 caballos tiene la potencia de 1.200 Renault Clio, sus generadores eléctricos podrían surtir a una ciudad de 16.000 habitantes y los contenedores que transporta alineados formarían un muro de 109 kilómetros... A ocho nudos, la tercera parte de su velocidad de crucero, se desliza lentamente entre las orillas abrasadas por el sol. “Es fácil navegar así”, explica Khattab, uno de los dos pilotos egipcios que la autoridad del Canal impone a cada barco en los 165 kilómetros en los que se cruza el canal. “La cosa cambia cuando el viento se levanta o una tempestad de arena impide la visión”, añade.
Natural de Alejandría, Magdy tiene 46 años de experiencia, primero en el mar y, después, en Suez. Se necesitan 17 años de formación para conseguir el título para pilotar estos supercontenedores en el canal, explica. Y, sin embargo, el Bougainville, que hace la travesía por primera vez, pone a prueba su experiencia y sus miles de horas de navegación. A la menor ráfaga de viento, habría que parar el navío, que, en alta mar, puede necesitar hasta seis kilómetros y 20 minutos para detenerse por completo. En el canal hay que poner el motor marcha atrás para frenar la inercia. A pesar de un asomo de tormenta de arena, Magdy llega a Puerto Saíd, al otro lado, sin problema. Repleto de contenedores azules, blancos y rojos, el Bougainville pasa en su viaje inaugural por delante del almacén donde las autoridades egipcias conservan piadosamente la estatua de Ferdinand de Lesseps, el constructor del canal original. Con más de 4.380 millones de euros de ingresos anuales, el canal se ha convertido en el primer proveedor de divisas del Estado egipcio, por delante del turismo.
A velocidad crucero
A bordo del Bougainville, el comandante Saint Jalme respira, satisfecho, al retomar el mando. El gigante deja atrás el canal, para introducirse en el azul intenso del Mediterráneo. El viento de poniente limpia el casco lleno de la arena acarreada por el viento del Sinaí. El comandante ha colocado su barco en piloto automático y, desde este momento, dirige con un minúsculo joystick de tres centímetros a este mastodonte de 250.000 toneladas lanzado a velocidad de crucero. Apenas se escucha el ruido del motor. A bordo solo hay 28 personas (26 marineros y dos alumnos) para maniobrar este titán, comprado por unos US$ 150 millones al consorcio coreano Samsung.
Su nombre es un homenaje a Louis Antoine de Bougainville, explorador del Pacífico en el siglo XVIII y primer francés que circunnavegó el mundo. Con una tripulación en su mayoría filipina, casi todos los oficiales proceden de Francia. Pero el inglés es la lengua para las maniobras a bordo, la única que todo el mundo entiende. En esa lengua el jefe de los marineros de cubierta coordina con los oficiales la instalación de los contenedores según se van sucediendo las paradas a lo largo de la FAL, la French-Asia Line, de la compañía CMA CGM, que une Tianjin (el puerto de Beijing) con Shanghai, Singapur, el Golfo Pérsico, El Havre, Southampton y Hamburgo.
El marítimo es el transporte más ecológico y más barato. De ahí la carrera en pos del mayor tamaño. Cuanto más grandes son los buques, menos caro resulta transportar su carga.