DIFAMADOR

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 24 de febrero de 2012 a las 05:00 hrs.
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La honra, o buena fama, es un bien vitalmente necesario y, por ello, máximamente apreciado. Para vivir e interactuar en sociedad se requiere un patrimonio moral cuyo principal activo es el crédito, es decir, la confianza o credibilidad que merecemos a los ojos de los demás. Nuestro crédito descansa en que se nos reconoce como cultores de la justicia, la prudencia y la templanza. Esta estimación o certificación social de nuestro crédito moral es el fundamento de nuestro crédito financiero.

De ahí proviene la tutela con que la sociedad resguarda el bien de la honra. Lo hace el derecho, tipificando los delitos de calumnia e injuria y garantizando, en la Constitución, el respeto y protección a la vida privada y a la honra de la persona y su familia. Lo hace el Evangelio, en el Sermón de la Montaña : el que mate a otro, será reo ante el tribunal ; el que lo califique de “imbécil”, será reo ante el Sanedrín ; y el que lo llame “renegado” o traidor a su fe, será reo de la gehena de fuego. La materia y cuantía del delito determinan la competencia y jerarquía del tribunal. Jesús ordena tutelar la honra de la persona incluso más que su vida. Bien sabía El que la difamación o deshonra tienen, como término natural, la muerte en vida del deshonrado. El octavo mandamiento de la Ley de Cristo prohíbe, por ello, el perjurio y falso testimonio, la denuncia calumniosa, la mentira, el sarcasmo, la maledicencia y los juicios temerarios, es decir, imputaciones carentes de fundamento. Y es que toda palabra humana, al ser imagen y semejanza del Verbo Divino, no puede lícitamente proferirse sino para los mismos fines por los que habla Dios : crear, iluminar, alimentar, edificar, reconciliar, alegrar, purificar.

Un destacado miembro de la Sociedad del Verbo Divino, hoy Obispo de Chillán, ha sido víctima de esta profanación del verbo que es la difamación. Denuncias anónimas intentaron enlodar su patrimonio moral. Comprobada la falsedad de la denuncia, él sólo pide que la verdad goce de la misma divulgación que tuvo la mentira. Preguntamos: ¿por qué se difama? Por envidia. El envidioso, en su incapacidad de emular al que envidia, procura destruirlo mediante la calumnia. Por incapacidad argumental: a falta de razones, se acalla al interlocutor con un pastelazo en la cara. Por dinero. Difamar es gratuito. Y no pocas veces remunerador. El sembrador de cizaña, junto con prostituir la verdad, cobra su salario revistiendo a su infamia del manto virtuoso de un libro o una película. Sabe que los encargados de tutelar la honra temen aparecer como censores o castigadores de la libertad.

El de difamador es un oficio repugnante. El más antiguo del mundo. El característico del padre de la mentira. Satán significa difamador.

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