Economía y Política

Las contradicciones de Girardi para obtener beneficios tras su polémica actitud

Luego de haber cedido a las condiciones de la DC para que no lo censuraran, optó por retomar su postura inicial con el fin de no exponer el respaldo conseguido en los sectores sociales, como en la izquierda.

Por: | Publicado: Sábado 29 de octubre de 2011 a las 05:00 hrs.
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Por Blanca Arthur



Él parece imperturbable. Por momentos da la impresión de que la polémica que protagoniza no le inquietara. Más bien, por el contrario, da la idea que siente que le dio la oportunidad de llegar a la situación estelar que buscaba, de la que espera salir glorioso.

Pero esa mirada complaciente de Guido Girardi no responde enteramente a la realidad. Porque si bien es cierto que en sus cuentas optimistas destaca el reconocimiento del mundo social o la solidaridad que encontró en la dirigencia de la izquierda, los costos pueden ser más de los que calcula.

Prueba de ello es que los aplausos que recibió tras su discutida actitud frente a la toma de la sede del Senado, no consiguieron neutralizar el efecto de las duras críticas acusándolo de no haber cumplido las obligaciones que le impone su cargo.

De hecho, los reproches que surgieron no sólo del gobierno o de los parlamentarios oficialistas, sino con similar fuerza de sus pares de la DC, como asimismo de personeros o líderes de opinión identificados con el llamado progresismo, no lo dejaron indiferente.

Para defender su actitud, el principal argumento esgrimido por Girardi ha sido que con ella demostró que se puede ejercer autoridad dialogando, sin necesidad de recurrir al uso de la fuerza.

Pese a insistir en que logró el retiro de los manifestantes, la decisión de haberse resistido a ordenar el desalojo, como no condenar los hechos, e incluso suscribir un documento en que admite que la toma fue pacífica, terminó por complicarlo.

Tanto que, primero por las presiones de la DC, modificó su posición inicial, aunque posteriormente echó pie atrás.

Las reacciones de los dirigentes sociales cuestionando su giro, fueron tan potentes para sus expectativas, que prefirió insistir en justificar su actitud, sin importarle que ello significara una confrontación con sus pares de la DC.

Él alega que su conducta obedeció a un asunto de principios, porque no sería capaz de exponer a que se reprima a quienes se manifiestan.

Pero más allá de si ese juicio implica o no que esté dispuesto a cumplir las normas a las que obliga su cargo, las contradicciones que ha mostrado en este episodio, confirman que quizás su principal interés sea que la posición que ostenta, le resulte lo más funcional posible para sus aspiraciones.




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El propósito de Girardi, desde el momento en que llegó a la testera del Senado, fue tratar de consolidar desde allí un liderazgo que le permitiera erigirse hasta en un potencial presidenciable del progresismo.

Como entendía que para ello necesitaba cambiar su imagen de díscolo seudo anarquista, demostrando que era capaz de actuar como hombre de Estado, se comprometió explícitamente a cumplir con todas las obligaciones que le imponía transformarse en la segunda autoridad del país.

Pero fue precisamente esa posibilidad la que arriesgó con su actitud frente a la toma del Senado, en que de acuerdo a todas las acusaciones, implicó una falta de respeto a la institucionalidad democrática.

Lo que más le complicó, al menos inicialmente, no fue la condena por parte del gobierno, como la del ministro de Educación Felipe Bulnes -principal afectado al recibir insultos de los manifestantes e incluso empujones- que lo acusó de no estar a la altura del cargo, o la de los parlamentarios oficialistas, sino el duro cuestionamiento de la DC.

Es que sabiendo que no genera precisamente simpatías en ese partido -al punto que a sus senadores les costó cumplir el acuerdo de elegirlo presidente- Girardi temió que pudieran presionarlo para no sumarse a la censura anunciada por las bancadas de la coalición de gobierno.

En cierto sentido, tenía razón. Porque aun cuando intentó justificar su conducta en el sentido de que había ejercido la autoridad mediante el diálogo, sin la represión de la que acusaba al gobierno, ello no fue suficiente para aplacar la indignación de sus pares de la DC, liderados en este caso por Andrés Zaldívar.

Prueba de ello fue que éste, aparte de pedir un pronunciamiento de la mesa del partido, citó al resto de los senadores a una reunión de emergencia para decidir cómo enfrentar la situación, en la que tras coincidir que Girardi había excedido todos los límites, optaron por ponerle condiciones para que pudiera mantenerse en el cargo.

Más que preocuparle que ello sucediera, porque el senador PPD no creía que sus aliados estuvieran dispuestos a arriesgar a la Concertación sumándose a la derecha, ni tampoco a transformarlo en víctima, le importó que si las críticas a su conducta seguían subiendo de tono, no conseguiría el propósito de cambiar su imagen.

Fue por eso que, tras intensas tratativas, optó por aceptar las condiciones de sus pares de la DC, de las cuales la principal era poner la situación en manos de los tribunales.

Pero el cambio de actitud al presentar una denuncia a la justicia, si bien fue reconocido por los parlamentarios falangistas, no todos lo consideraron suficiente, con el argumento de que si se estaban denunciando hechos que se suponen delitos, debía presentarse una querella criminal.



Respaldo social vs. DC


Fue ése el momento en que Girardi decidió hacer otro giro, al rechazar nuevas condiciones. Es que a esas alturas, no sólo los propios manifestantes, liderados por el ambientalista Luis Mariano Rendón -protagonista de la toma- comenzaron a acusarlo de inconsecuente, sino que tampoco los sectores sociales se explicaban que no hubiera sostenido su posición inicial.

El riesgo de perder el respaldo que suponía haber ganado en ese mundo, sobre todo por ceder a las presiones de la DC, fue determinante para que el titular del Senado tomara la opción de mantenerse firme en su rechazo a presentar una querella contra los autores de la toma.

Las razones para adoptar esta postura fueron, por una parte, no aparecer que estaba haciendo concesiones con el fin de no perder el cargo, pero especialmente lo impulsó la posibilidad de marcar la diferencia que mantiene con la DC.

Es lo que confirma su actitud de desafiar precisamente a los senadores de dicho partido, al plantear que si querían censurarlo, lo hicieran, pero que él no estaba dispuesto a ceder más, ni a perseguir penalmente a nadie.

Con tal determinación, que analizó con algunos de sus pares de izquierda, como con el líder del PRO, Marco Enríquez- Ominami -que acudió a solidarizar con él- Girardi demostró que su prioridad es tratar de transformarse en el líder de una fuerza progresista, que cuente con el respaldo de los grupos sociales que este año se han expresado en las calles.

En esa misma línea, tomó la decisión de poner en apuros a la DC, partiendo del supuesto que si se sumaba a la censura, rompía con la Concertación, mientras que en caso contrario, si la rechazaba, lo hacía perdiendo la hegemonía que ha buscado frente a sus aliados de izquierda.

Un punto podría considerarse que se anotó, al lograr que pese a su endurecimiento, la bancada falangista decidiera no censurarlo, con el argumento de no generar un conflicto político que sólo dañaría a la Concertación.

Con ello, sumado al respaldo que, en este escenario, Girardi recibió de la dirigencia de todos los partidos de izquierda no sólo del bloque, sino también del PC, en su círculo estiman que no sólo salió airoso del trance, sino que la situación consolidó sus posibilidades presidenciales.

Esa mirada da cuenta que para el presidente del Senado, este episodio puede darle la oportunidad de liderar ese referente de izquierda que pretende que reemplace a la Concertación.

En ese contexto, su opción fue menospreciar las críticas a la forma con que enfrentó la toma, por estimar que emanan de una elite que no entiende las demandas de la ciudadanía, la que en cambio aplaudió su actitud.

El problema, que no desconocen ni siquiera sus cercanos, es que cuando se tienen pretensiones como las que no ha ocultado Girardi, tener a la elite en contra importa, especialmente si lo que ésta le pide es respetar desde su cargo a las instituciones democráticas.

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