La llamada moda bootleg se ha convertido en un fenómeno global que, en muchos casos, pone en jaque a los departamentos jurídicos de las grandes firmas de lujo. Este movimiento creativo, que empezó siendo una excentricidad del diseño callejero y que se basa en reproducir o reinterpretar logotipos, tipografías y signos distintivos de marcas registradas, se mueve en un terreno ambiguo.
Para muchos diseñadores independientes, el bootleg fashion constituye una forma de expresión artística y comentario social, un modo de cuestionar la cultura del lujo y sus códigos. Sin embargo, para las multinacionales de la moda, esto supone un riesgo real de infracción marcaria, al explotar sin autorización signos protegidos que representan parte esencial de su valor comercial.
“La moda bootleg se sitúa en una zona gris entre la parodia cultural y la infracción de derechos”, explica Pablo López Ronda, director de marcas y brand intelligence en Pons IP. “A diferencia de la falsificación, que implica la reproducción no autorizada de signos distintivos protegidos y puede ser perseguida penalmente, el bootleg puede incorporar elementos de marcas registradas en contextos artísticos o irónicos, sin pretender pasar por el original. Sin embargo, si se genera riesgo de confusión o se aprovecha indebidamente de la reputación de la marca puede constituir infracción marcaria o competencia desleal”, asegura.