El jefe del Grupo Samsung, Jay Y. Lee, fue detenido la semana pasada en el marco de las investigaciones por corrupción, hechos en los que habría estado involucrada su empresa al presuntamente haber sobornado a la presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, para obtener contratos.
De su lujosa vivienda de casi 4 mil metros cuadrados, Lee pasó a estar recluido en una prisión reconocida por albergar a multimillonarios condenados, a un asesino en serie y por mantener todavía una horca para las ejecuciones.
Paradójicamente, el líder de la tecnológica no posee teléfono ni computador y está técnicamente confinado a su celda casi todo el día. Su único contacto con el exterior es a través de sus abogados, con quienes se puede reunir por el tiempo que considere necesario, y quienes sirven de vía de comunicación para seguir ejerciendo sus funciones dentro del grupo.
“Los ejecutivos pueden mantener sus posiciones después de ser encarcelados porque también son dueños de las empresas que dirigen”, explicó a Bloomberg Kwon Young-june, un profesor que investiga las dirigencias corporativas en la Universidad Kyung Hee en Seúl. “Es una cultura retrógrada” del país, apuntó.
La historia favorece al magnate. En casos similares –como el del presidente del Grupo Hanwha, Kim Seung-youn, y el del Grupo SK, Chey Tae-won– ambos siguieron al frente de sus empresas luego de ser condenados y encarcelados.
El caso de Lee no ha llegado tan lejos como esos, porque tanto Samsung como el acusado niegan estar involucrados en alguna irregularidad. Pero las condiciones de reclusión demuestran la gravedad de las acusaciones.
La última horca de Corea
Desde el 17 de febrero, el empresario está en el Centro de Detención de Seúl y dejó de lado el traje formal para usar un uniforme de prisión color azul.
Solo se le permite una hora de ejercicio al día y no tiene acceso a internet; su celda tiene un televisor fabricado por la empresa rival LG Electronics, y solo transmite programas previamente aprobados.
Entre sus compañeros internos figuran el ex jefe de gabinete de Park, Kim Ki-choon, y Yoo Young-chul, un caníbal confeso que espera sentencia de muerte por asesinar a cerca de 20 personas.
El recinto posee una cámara de ejecución, lugar en el que se llevó a cabo el último ahorcamiento del país, en 1997.
“Es deprimente, solitario y miserable”, comentó Park Lae-goon, un activista que estuvo casi cuatro meses encerrado en 2015 tras ser arrestado por liderar protestas ilegales. “Ciertamente no es un lugar en el que los empresarios acaudalados puedan sentirse cómodos”, opinó.
Para él, las condiciones podrían impedir que Lee mantenga el timón de la firma: podría manejar “asuntos de baja intensidad” pero no será capaz de dar el visto bueno al tipo de transformación que necesita Samsung para protegerse de sus competidores, especialmente tras el fiasco sufrido por la explosión de las baterías de los Galaxy Note 7.
Por corrupción
Lee está siendo interrogado por una investigación de corrupción que motivó la destitución de la presidenta Park y es acusado de soborno, perjurio y otras ofensas relacionadas a la mandataria y a su mano derecha. El supuesto motivo es el apoyo del gobierno para una reestructuración corporativa que le permitió consolidar su control del gigante tecnológico.
El fiscal especialmente designado para el caso tiene hasta fines de este mes para emitir una formulación de cargos. Si Lee es declarado culpable de todas las acusaciones, podría enfrentar una sentencia de más de diez años de cárcel.
Por el momento, el también vicepresidente de Samsung Electronics no podrá regresar a liderar el conglomerado empresarial más grande del país, al menos en persona, y tampoco a ocupar su mansión de en el distrito Hannam de Seúl, donde está rodeado –en cambio– de otros magnates.