Hacia una nueva guerra cultural

¿Quién ganará la batalla entre los medios creativos y las empresas digitales?

Por: | Publicado: Viernes 12 de agosto de 2011 a las 05:00 hrs.
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Por James Crabtree


El mes pasado, los suscriptores del servicio estadounidense de arriendo de películas Netflix recibieron una desagradable sorpresa. Hasta entonces, la mayoría había pagado un monto mensual de US$ 9,99 que les permitía ver un número ilimitado de películas online y pedir DVD por correo. En cambio, los clientes podían elegir: o el servicio online o el correo, por US$ 7,99 cada uno. Juntos costarían el doble de eso.

Hubo más de 10.000 comentarios en general furiosos en el sitio web de Netflix y llovieron las amenazas de cancelar suscripciones. Sin embargo, la medida tendría el apoyo del ex editor de la revista Billboard, Robert Levine, como un raro ejemplo de una empresa de tecnología convenciendo a la gente de pagar más por ver películas y programas de televisión online.

Netflix probablemente no perderá demasiados clientes. Incluso al precio más alto, casi equivalente a dos entradas al cine, su producto está a un buen precio. Pero, como plantea Levine en Free Ride, es un momento infrecuente de éxito para las empresas de música y películas, en general agobiadas por la caída en las ganancias y la piratería rampante.

La declinación es difícil de rebatir. Levine la explica con dos narrativas, una empresarial y la otra intelectual. La primera ve a los conglomerados perdiendo la batalla con la industria de telecomunicaciones, que consiguió clientes de banda ancha con la promesa de acceso a películas y música, mucha de ella disponible, ilegalmente, de modo gratuito.

La historia intelectual, donde Levine ataca a pensadores como el profesor de Harvard Larry Lessing, es más interesante. Para muchos, la defensa de Lessing de compartir información online como una forma de libre expresión y sus llamados a una reforma en los derechos de propiedad intelectual son poco más que una visión romántica de una nueva audiencia digital en la que se permite a las personas compartir información. Para Levine, estas ideas son una justificación intelectual para prácticas ruinosas.

En general, este libro es la defensa más convincente que he leído del predicamento actual de las industrias creativas. Dicho eso, Levine es demasiado blando con la industria musical, cuyos esfuerzos por aferrarse a modelos de negocios anticuados han cedido terreno a rivales más imaginativos.

Los argumentos de Levine son más fuertes en cuanto a lo que debe hacerse. Propone que la infracción personal de derechos sea tratada como un delito menor pero común, como una multa por exceso de velocidad, una sugerencia sensata. Su llamado a que las grandes empresas tecnológicas hagan más por ayudar a las industrias musical y del cine también debe celebrarse. Vale la pena defender la Internet abierta de hoy, pero lo será menos si los modelos de negocios que soportan el tipo de contenido que a la mayoría de nosotros nos gusta ver está fundamentalmente socavado.

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