La lucha de Venezuela por la libertad
Ex miembro de la Asamblea Nacional de Venezuela y fundadora de Súmate, organización de observación electoral con sede en Caracas.
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La ola de violentas protestas que este año ha recorrido Venezuela centró la atención global en la grave situación de mi país. Millones de venezolanos lo han abandonado y muchos más intentan huir del hambre, la enfermedad y la opresión. En lugar de procurar poner fin al sufrimiento, el presidente Nicolás Maduro ha tomado medidas para consolidar su gobierno dictatorial, ocasionando condenas por todo el planeta.
No obstante, si bien la crisis de Venezuela ahora aparece con claridad en el radar de la comunidad internacional, pocos han entendido cabalmente sus causas o lo que podría significar más allá de sus fronteras una deriva hacia la autocracia. Un régimen que ha transformado una nación que antaño fue próspera en un caso emblemático de pobreza y crimen es una amenaza no sólo para los venezolanos, sino también para décadas de progreso democrático en la región.
El despotismo de Maduro ha sido comparado con el régimen de Raúl Castro en Cuba. Pero lo que tenemos en Venezuela es, más que un régimen totalitario en toda regla, un “estado de excepción” permanente, tomando un término del teórico legal alemán Carl Schmitt. Maduro ha intentado despojar a la democracia venezolana de su esencia mediante la ilusión de elecciones libres, subordinando al gobierno todas las instituciones fundamentales, especialmente el Consejo Nacional Electoral.
El régimen asfixia lentamente la libertad a través de esta argucia democrática, y mata, tortura, persigue y exilia a los opositores, amenaza e intimida a los críticos y censura o clausura los medios de comunicación. Mediante el sometimiento gradual, el régimen parece no querer cruzar una “línea roja” invisible que pudiera obligar a la comunidad internacional a tomar una posición más firme.
Lamentablemente, por el momento Maduro no tiene de qué preocuparse. Los mecanismos de percepción de amenazas de Occidente se han debilitado ahora que la Guerra Fría es un recuerdo lejano. A muchos líderes occidentales les resulta difícil comprender los peligros que el régimen de Maduro representa para la estabilidad de las democracias latinoamericanas, la seguridad de Occidente en general y los intereses nacionales de los Estados Unidos en particular. Aparte de la negativa del presidente estadounidense Donald Trump de descartar una opción militar, la mayoría de los compromisos mundiales con los esfuerzos prodemocráticos de Venezuela han sido anémicos.
Varias razones justifican una mayor presión internacional. En primer lugar, el régimen de Maduro continúa suministrando petróleo y dinero venezolano a Cuba para sostener la dictadura de Castro. Ningún observador prudente podría aplaudir las implicaciones a largo plazo de esta colaboración.
El régimen de Maduro también apoya, y a menudo financia, a varias fuerzas políticas desestabilizadoras, desde partidos radicales y grupos secesionistas en España, Reino Unido y toda Europa, hasta conocidas organizaciones terroristas en Oriente Próximo, donde cultiva fuertes conexiones con Irán y los islamistas radicales (continuando las políticas de su predecesor). Asimismo, el gobierno venezolano suele apoyar iniciativas diplomáticas antioccidentales en las Naciones Unidas y provoca divisiones y enfrentamientos dentro de los organismos regionales, como la Organización de Estados Americanos.
Tampoco debemos olvidar los bien documentados vínculos del régimen con cárteles colombianos y mexicanos de la droga, blanqueadores de dinero y traficantes de armas.
En los enfrentamientos con el régimen que han ocurrido este año en toda Venezuela, personas desarmadas, valientes y decididas han desafiado directamente a las fuerzas de seguridad de Maduro, demostrando que los venezolanos se defenderán ante los ataques a su libertad. Los sacrificios que ya ha hecho la gente, especialmente los jóvenes, son testimonio de este compromiso.
Entonces ¿cuáles son los pasos siguientes? Todavía se puede lograr un cambio de régimen, la máxima prioridad de muchos, pero sólo con las herramientas adecuadas. Los venezolanos necesitarán una sólida estrategia de desobediencia civil para derrocar las fuerzas del antiliberalismo y desafiar a la camarilla gobernante. Para ello serán necesarias una constante presión externa sobre las fuentes de apoyo financiero e institucional del gobierno y una movilización sostenida de las protestas internas.
No todo el movimiento opositor avala esta estrategia. Algunos creen que las fuerzas en favor de la democracia han sido derrotadas por la dictadura, y que la única forma de desafiar esta nueva normalidad es intentar mejorarla desde dentro. Pero semejante enfoque solo conducirá al apaciguamiento, la cohabitación y a una eventual rendición.
La historia indica que cuando un país se lleva al límite, sus patriotas lo defienden. En consecuencia, creo que en los próximos meses una revitalizada oposición volverá a sacudir el país. Las protestas se reavivarán a medida que la gente compruebe que el régimen de Maduro no tiene interés en mitigar la catástrofe social y económica que padece Venezuela.
Hoy en día Venezuela está a la espera. Los partidos políticos a favor de la democracia y los grupos de la sociedad civil se están reorganizando, sembrando las semillas de una nueva y más potente ofensiva por la libertad. Los demócratas venezolanos seguiremos colaborando con nuestros aliados internacionales para fracturar el régimen y recuperar nuestra libertad.
Los venezolanos tenemos una deuda de gratitud hacia los actores de la comunidad internacional que ya han respondido a nuestros llamados. Ahora que termina el año 2017, pedimos una vez más a nuestros amigos en el extranjero que abandonen toda ambigüedad y dejen de llamar al diálogo con un régimen que no ha mostrado interés alguno en negociar. Por el contrario, pedimos a los líderes mundiales que apoyen a la legítima Asamblea Nacional y reconozcan a la Corte Suprema, que ha sido obligada al exilio. Y todos los países libres deberían continuar denunciando la “narcodictadura” que actualmente está en el gobierno.
Venezuela se encuentra en una encrucijada. Por un lado está la opción de acomodarse a la consolidación del régimen criminal, un camino que implica incalculables costes para la región y el mundo. Por el otro, se encuentra el cambio de régimen, la restauración de las instituciones democráticas, el fin de la crisis humanitaria y la renovada promesa de prosperidad económica y política.
Los venezolanos debemos decidir qué camino tomaremos, pero necesitaremos el apoyo de la comunidad internacional si hemos de tomar la decisión correcta.