A remover el flagelo de los conflictos
El hombre es un animal violento. Siempre ha sido así...
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El hombre es un animal violento. Siempre ha sido así. Sin embargo, recientemente la humanidad ha progresado en la reducción de los conflictos a gran escala, tanto entre países y dentro de ellos. La excepción se encuentra entre los pobres. Sin embargo, esto no es una calamidad que se origina sólo en los pobres o afecta sólo a los pobres. Por el contrario, los orígenes y el impacto de los conflictos son globales.
Moderar la violencia masiva es el tema del último Informe de Desarrollo Mundial (WCR, su sigla en inglés) del Banco Mundial, que se centra en “conflictos, seguridad y desarrollo”. Es un documento fascinante. Por desgracia, también es demasiado largo para obtener la atención que merece. Como sé por mi participación personal en el primer WDR, publicado en 1978, Robert McNamara, entonces presidente, creía que estos informes deben ser impactantes y accesibles. Excluyendo las tablas anexas, el primer WDR, que incluía lo que más tarde se convirtió en un informe separado sobre la economía mundial, fue de 68 páginas. El último tiene 301 páginas. McNamara estaba en lo cierto: menos es más. Sin embargo, este informe tiene mensajes cruciales.
Primero, felizmente, el impacto directo de la guerra y la guerra civil está en declinación. Aunque el número de países que sufren guerras civiles supera los 30, los caídos en combate han caído desde un promedio de 164.000 al año en los ‘80 a 42.000 en los 2000.
En segundo lugar, la violencia ha mutado, no desaparecido. Incluso las categorías se difuminan: los combatientes pueden ser terroristas, insurgentes, criminales o cualquier combinación de los tres. Políticos y criminales están estrechamente conectados. En lugares tan diversos como Afganistán, Pakistán, Mali, Papúa Nueva Guinea, El Salvador, Kenia, Tayikistán, Filipinas, Irlanda del Norte y los Balcanes, el conflicto ha incluido insurrección, lucha entre grupos, guerra de pandillas, crimen organizado e incluso la guerra ideológica global.
Tercero, el conflicto desborda las fronteras, con efectos devastadores: el Congo es sólo un ejemplo. En el mundo actual, cada país tiene fronteras con todos los demás. Los países ricos proporcionan dinero, mercados y armas que motivan y agravan la violencia en los pobres. Los países ricos en recursos que pueden ser traficados ilegalmente son mucho más propensos que otros a sufrir una guerra civil. A la inversa, el conflicto en Somalia se ha tornado en piratería mundial. La trata de personas y contrabando de drogas o armas de fuego son el lado sórdido de la globalización.
En cuarto lugar, la violencia tiene complejas causas nacionales e internacionales: alto desempleo, desigualdad, crisis económicas e infiltración de las redes de trata de personas o combatientes extranjeros. Pero el aspecto central es la “ausencia de instituciones legítimas que provean seguridad ciudadana, justicia y empleo”. Los países pobres son los más vulnerables a estos males y tienen los gobiernos con menos capacidad para hacerles frente.
Quinto, una vez que la violencia masiva se arraiga, es extraordinariamente difícil de erradicar. Más del 90% de las guerras civiles de la década de los 2000 ocurrieron en países que ya habían tenido una guerra civil en los últimos 30 años. Las guerras civiles con demasiada frecuencia son seguidas por la violencia criminal.
Centroamérica es sólo uno de una serie de ejemplos preocupantes. Se necesita por lo menos una generación para superar los efectos de la guerra civil en la sociedad. Casi 1.500 millones de personas (casi un cuarto de la población mundial) viven en países gravemente dañados por los ciclos de violencia política y criminal.
En sexto lugar, la violencia es muy cara.
Se estima que la operación naval contra la piratería en el Cuerno de África y el Océano Índico costará entre US$ 1.300 millones y
US$ 2.000 millones al año, aparte de la necesidad de desviar los barcos y pagar más en seguros. 35% de las empresas de América Latina, 30% de las africanas y 27% de las empresas del este de Europa y Asia central consideran la delincuencia como su mayor reto. Pero, sobre todo, los países afectados por el conflicto y la violencia criminal se quedan muy atrás: no hay país de bajos ingresos frágil o afectado por conflictos que haya logrado siquiera uno de los ocho objetivos de desarrollo del milenio de Naciones Unidas. El WDR resalta el contraste entre Burundi y Burkina Faso. Tenían ingresos per cápita similares hace 50 años. Hoy en día, el de la conflictiva Burundi es 40% del de Burkina Faso. En general, las tasas de pobreza son más de 20 puntos porcentuales más altas en los países afectados por la violencia que en los demás.
Por último, los hombres cometen la mayor parte de la matanza, mientras que las mujeres son la mayoría de los refugiados y las víctimas de violencia sexual. La consiguiente perturbación en la crianza de los hijos debe estar entre las mayores razones por el impacto a largo plazo de la violencia masiva.
Entonces, ¿qué hay que hacer?
Sensatamente, el WDR recomienda caminar antes de correr: restaurar la confianza en la acción colectiva antes de intervenciones más ambiciosas. Luego, tratar de transformar las instituciones que proporcionan seguridad, justicia y empleo. Mientras tanto, los extranjeros deben tratar de reducir las fuentes externas de tensión. Una de esas fuentes es la ilegalidad de las drogas, sobre la que el informe contiene un debate excelente. Los antiprohibicionistas ganan, por supuesto.
El informe hace referencia a cinco lecciones de las transiciones exitosas. Uno de ellos es la construcción de coaliciones para el cambio “suficientemente inclusivas”. Otra es conseguir resultados tempranos. Una más es hacer una prioridad de la reforma de las instituciones de seguridad y justicia. Otra es ser pragmático. La última es reconocer que este será un viaje largo y lleno de baches: puede que sólo sepamos si Irak lo ha logrado en 2040.
Esto también lleva a cinco instrumentos sugeridos: apoyar lazos desde la base hacia arriba entre el estado y la sociedad civil; reconocer la conexión entre policía y justicia; crear puestos de trabajo; involucrar a las mujeres, y actuar contra la corrupción. Esto es banal. Pero lo obvio casi siempre es más difícil.
La asistencia internacional también debe cambiarse. La recomendación más importante aquí es la primera: invertir en prevención. Para cuando la violencia se ha desatado, ya es demasiado tarde. Una vez que lo ha hecho, hay que asumir que uno estará involucrado por décadas. Para actuar con eficacia, las instituciones externas también tendrán que brindar apoyo mejor integrado por una vez y con el correr del tiempo. Tendrán que mirar el contexto regional y mundial. Por último, tendrán que emplear la experiencia disponible de los países que han sufrido estas pruebas.
Cuando uno mira hacia atrás a nuestro pensamiento sobre el desarrollo en las últimas seis décadas, lo que llama la atención es cuánto se ha ampliado la perspectiva. Esto solía ser visto como un desafío económico. Pero también es un asunto político, social e institucional. La violencia masiva destruye todas las esperanzas de progreso. Debemos hacer un gran esfuerzo para eliminar este flagelo. Parece factible. Es deseable. Así que tratemos.