¿Podría estar terminando el crecimiento? La pregunta es sacrílega. Sin embargo, Robert Gordon de la Northwestern University, un experto en productividad, la plantea en un provocador artículo (*). En este desafía la visión convencional de los economistas de que “el crecimiento económico (…) continuará de forma indefinida”.
Aún así, el crecimiento ilimitado es un supuesto heroico. Durante la mayor parte de la historia prácticamente no hubo crecimiento del Producto Interno Bruto por persona. El crecimiento se derivó del aumento de la población. Luego, a mediados del siglo XVIII, algo comenzó a ocurrir. El Producto per cápita en las economías más productivas –el Reino Unido hasta 1900 y luego Estados Unidos- comenzó a acelerarse. El crecimiento en productividad alcanzó un récord en los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Luego el crecimiento volvió a desacelerarse, a pesar de un alza pasajera entre 1996 y 2004. En 2011 –según datos del Conference Board- la producción por hora en Estados Unidos era un tercio menor de lo que hubiera sido de continuar la tendencia de 1950-1972. El profesor Gordon va más allá. Asegura que el crecimiento de la productividad seguirá cayendo el próximo siglo, y alcanzará niveles insignificantes.
El futuro es desconocido. Sin embargo, el pasado es revelador. El centro del argumento de Gordon es que el crecimiento es impulsado por el descubrimiento y la subsecuente explotación de tecnologías específicas y –sobre todo- las “tecnologías de propósitos generales”, que transforman la vida profunda y ampliamente.
La implementación de una serie de tecnologías de propósitos generales descubiertas a fines del siglo XIX llevó a una explosión de la productividad a mediados del siglo XX, según Gordon. Estas incluyen la electricidad, el motor de combustión interna, el agua corriente y alcantarillado, las comunicaciones (radio y teléfono), los químicos y el petróleo. Estos constituyen “la segunda revolución industrial”. La primera, entre 1750 y 1850, comenzó en el Reino Unido. Fue la época del vapor, que terminó con el ferrocarril. Hoy vivimos una tercera revolución, que ya tiene unos 50 años: la era de la información, cuyas tecnologías líderes son el computador, los semiconductores e Internet.
Gordon argumenta, en mi opinión de forma bastante convincente, que en su impacto en la economía y la sociedad, la segunda revolución industrial fue mucho más profunda que la primera o la tercera. A nivel global, la energía del motor reemplazó a la energía del animal, lo que eliminó los desechos animales de los caminos y revolucionó la velocidad. El agua corriente reemplazó el transporte manual del agua y la basura doméstica. El petróleo y el gas reemplazaron el transporte de carbón y madera. La luz eléctrica reemplazó a las velas. Los aparatos eléctricos revolucionaron las comunicaciones, el entretenimiento y, sobre todo, el trabajo doméstico. La sociedad se industrializó y urbanizó. Subió la expectativa de vida. Gordon destaca que “es poco conocido el hecho de que la tasa anual de mejora de la expectativa de vida en la primera mitad del siglo XX creció de forma tres veces más rápida que en la segunda mitad”. La segunda revolución industrial transformó mucho más que la productividad. Las vidas de los estadounidenses, europeos y, más tarde, japoneses, cambiaron por completo.
Muchos de estos cambios fueron excepcionales. La velocidad del viaje pasó del caballo al avión. Luego, hace unos 50 años, se estancó. La urbanización es excepcional. También la reducción de la mortalidad infantil y la forma cómo se triplicó la expectativa de vida, así como el control de la temperatura doméstica. Y la liberación de la mujer del duro trabajo doméstico.
Según estos estándares, la era actual de la información está llena de sonido y furia que significa muy poco. Muchos de los beneficios de ahorro laboral de los computadores ocurrieron hace décadas. Hubo un fuerte incremento en el crecimiento de la productividad en los años ‘90, pero el efecto ha menguado.
En los años 2000, el impacto de la revolución de la información ha sido principalmente a través de los fascinantes dispositivos de información y comunicación. ¿Qué tan importantes son? Gordon propone un ejercicio mental. Puede elegir entre los brillantes dispositivos inventados desde 2002 o el agua corriente y el inodoro. Voy a incluir Facebook. ¿Hace esto que cambie de opinión? No lo creo. Yo entregaría todo lo inventado desde 1970 si la alternativa es perder el agua corriente.
Lo que actualmente vivimos es un intenso, pero limitado, conjunto de innovaciones en una importante área de la tecnología. ¿Importa? Sí. Después de todo, podemos ver que en una o dos décadas a partir de ahora todo ser humano tendrá acceso a toda la información mundial. Pero la idea de que la innovación general ahora es más lenta que hace un siglo es convincente.
¿Qué nos dice este análisis? Primero, Estados Unidos sigue en la frontera de la productividad global. Si la tasa de avance en la frontera se ha desacelerado, darle alcance debería ser más fácil. Segundo, el dar alcance aún podría impulsar el crecimiento global a una alta tasa por largo tiempo (de permitirlo los recursos). Después de todo, el PIB promedio per cápita de los países en desarrollo aún es una séptima parte del de Estados Unidos (en paridad de poder de compra). Tercero, el crecimiento no es sólo producto de incentivos. Depende aún más de las oportunidades. Rápidos incrementos en productividad en la frontera sólo son posibles si hay innovación. Las tecnologías de transporte y energía apenas han cambiado en medio siglo. Menos impuestos no van a cambiar esto.
Gordon destaca otros obstáculos al creciente estándar de vida de los estadounidenses comunes. Estos incluyen la inversión de la tendencia demográfica de los baby boomers y el ingreso de la mujer al mundo laboral, los logros educativos y los obstáculos al estándar de vida del 99% de la población más baja. Estos obstáculos incluyen la globalización, los crecientes costos de los recursos y altos niveles de déficit fiscal y deuda privada. En resumen, Gordon espera que el aumento de los ingresos reales disponibles para aquellos fuera de la élite decaiga al mínimo. De hecho, eso ya parece haber ocurrido. Algo similar sucede en otros países de altos ingresos.
Por casi dos siglos, los países de altos ingresos de hoy disfrutaron olas de innovación que los hizo mucho más prósperos que antes y más poderosos que cualquier otro. Éste era el mundo del sueño americano y el excepcionalismo americano. Ahora la innovación es baja y el alcance económico rápido. A las élites de los países de altos ingresos les gusta este nuevo mundo. Al resto de su población mucho menos. Acostúmbrese. No cambiará.
* “Is US Economic Growth Over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds,” NBER Working Paper No. 18315,www.nber.org.