Columnistas

Molestia

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 15 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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“Moles”, en latín significa mole, masa considerable, carga abrumadora, empresa gigantesca. De ahí que “molestia”, también en español se utilice para denotar la desazón, inquietud o fastidio que nos ocasiona el tener que lidiar con una carga, física o sicológica, que nos abruma por su pesadez y dificultad de remoción. La sinonimia de “molesto” es tan prolífica como hilarante: “desagradable, embarazoso, fastidioso, pesado, chinche, empalagoso, cargante, penoso, latoso, exasperante, inaguantable, unsufrible, aguafiestas, cataplasma, plomo, endemoniado, intolerable, maldito, mortal, pegajoso, interminable, recondenado, impertinente, imposible…(seleccioné sólo 24 de los 57 sinónimos aceptados en el Langenscheidt. Pido indulgencia por el “delito” de seleccionar).

Prudentemente presumo que cada uno de nosotros está condenado a vivir y tratar con moles y molestias que responden a estos calificativos. Por lo general vienen encarnadas en personas. Con la misma prudencia presumo que también cada uno de nosotros ha sido, es o puede ser gravosa mole e intolerable molestia para otros. De ahí la imperiosa necesidad de aprender y enseñar a vivir y tratar, pacífica y fructuosamente, con personas molestas.

Es arte, ciencia y virtud que requiere de excepcional esfuerzo. La tradición cristiana la exalta y exige como obra de misericordia espiritual, indispensable para entrar al cielo (la única puerta de ingreso al cielo se llama “Misericordia”). A diferencia de otras, como alimentar al hambriento, vestir al harapiento, confortar al enfermo, visitar a los presos, dar buenos consejos, consolar al afligido, perdonar ofensas, orar por vivos y muertos, esta obra de misericordia que exige convivir -pacífica y fructíferamente- con personas molestas carece – a primera vista- de brillo, atractivo y gratificación inmediata. Un santo jesuita, Juan Berchmanns, llegó a decir que convivir así era su “máxima penitencia”. Y en su magistral opúsculo, “Camino”, San Josemaría Escrivá de Balaguer constató: “hay muchos que se dejarían clavar en una cruz ante la mirada atónita de millones de espectadores, pero no serían capaces de soportar los mil alfilerazos de la vida cotidiana”.

Para facilitar el ejercicio de este heroísmo silencioso y permanente valga la siguiente consideración. Si convivir con la molestia y los molestos es inevitable, tiene que ser voluntad o permisión divina. Pero si Dios quiere o permite que uno viva con personas o chinches insufribles, aguafiestas, plomos o cataplasmas, que nos hacen día y noche clamar “¡malditos!”, un raciocinio de fe deduce que, además de expiar así y aquí parte de lo que debería sufrir en el Purgatorio, Dios me está pidiendo hacerme responsable de la conversión y superación de ese hermano molesto. Sabia inteligencia amorosa: “si tanto te exaspera, es porque mucho de ti espera”. “¡Touché!”. Oraré especialmente, acogeré benignamente, trabajaré denodadamente por su conversión y superación. Sin olvidar que también yo pertenezco al masivo grupo de molestos que hicieron exclamar al dulce y paciente Jesús: “¡¡¡Hasta cuándo tendré que soportarlos!!!”.

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