El vertiginoso rally del oro de los últimos tres años tiene una característica especial que sorprende a algunos analistas. La continua subida del precio de la onza en este período ha roto su tradicional correlación negativa con el nivel de los tipos de interés.
Históricamente, las alzas de tasas deprimían el precio del oro, al aumentar el costo de oportunidad de tener lingotes, que no generan intereses a diferencia de la renta fija. Pero en los últimos años, el precio del dinero ha subido, y también lo ha hecho el del metal precioso.
“No hace mucho estábamos convencidos de que las tasas de interés reales conducían el precio del oro; solo para descubrir que desde 2023 no es así”, escribió esta semana Albert Edwards, estratega de Société Générale.
Como explicación alternativa, los analistas sostienen que la fuerte revalorización responde a dos factores principales:Por un lado, las intensas compras de oro por parte de bancos centrales, especialmente de países emergentes, que tras las sanciones a Rusia por la invasión de Ucrania buscan reservas alternativas al dólar. El segundo elemento es la búsqueda de refugio por parte de los inversionistas, que cubren sus posiciones en bolsa y bonos con oro, inmune normalmente a las correcciones y reserva de valor cuando los mercados o el dólar bajan.
Gracias a todo ello, la onza ha pasado de unos US$ 1.600 al inicio de 2022 a los US$ 3.600 actuales.
El escenario hace que los inversionistas institucionales estimen que los precios del metal precioso seguirán al alza el resto del año y hasta, al menos, la primera parte de 2026.
Las proyecciones hasta diciembre oscilan entre US$ 3.600 y US$ 4.000, lo que se traduce en una capacidad de revalorización de entre 2,3% y 13,6% desde los precios actuales. En lo que va del año acumula un alza de 34%.
Vontobel cree que puede alcanzar los US$ 3.700 a lo largo de los próximos meses “si la demanda de refugio se mantiene fuerte”. El banco privado suizo señala a sus clientes que “cualquier baja” de los precios “es un punto de entrada atractivo”. Uno de estos episodios fue cuando Trump anunció que impondría aranceles al oro. Se retractó, pero Estados Unidos sigue en el foco de los inversionistas en el metal.
“Seguimos esperando un debilitamiento de la actividad económica en Estados Unidos, lo que debería permitir a la Fed aplicar recortes de tasas de al menos 50 puntos base antes de que termine el año. Esto también debería empujar a la baja los rendimientos reales estadounidenses, reduciendo el costo de oportunidad de mantener oro”, explica J. Safra Sarasin Sustainable AM. Su objetivo para la onza de oro es de US$ 3.600 al cierre del año.
Bank of America va un paso más allá y marca los US$ 4.000 como objetivo a corto y mediano plazo. Su estimación se basa en cuatro puntos: el déficit estructural de Estados Unidos, las presiones inflacionarias derivadas de la desglobalización, las amenazas sobre la independencia de la Fed y las tensiones geopolíticas
El oro tendría como otro viento de cola su comportamiento histórico durante los segundos semestres del año. Un estudio de Jupiter AM muestra que, desde 1971, los rendimientos medios en esta parte del año han superado a los del primer semestre, “lo que refuerza las perspectivas alcistas”, indica la gestora. A esto se suma una baja exposición general de los inversionistas al oro, lo cual deja espacio para una mayor participación, tanto institucional como minorista, agrega.
Y es que las entradas de oro en ETF se han convertido en una importante fuente de demanda que ha impulsado los precios, según un informe de Goldman Sachs. El banco ve al metal en US$ 4.000 por onza a mediados del próximo año, sobre todo por la expectativa de que los inversionistas tomen el relevo a los bancos centrales como grandes compradores de oro.
Pero este banco ve posible una subida hasta casi US$ 5.000, para lo que bastaría que 1% del mercado de bonos estadounidenses se trasladara al metal.
Ese escenario podría producirse, según Goldman, en caso de “daños a la independencia de la Fed”, ya que llevaría a “una inflación más alta, tasas de interés a largo plazo más elevadas (precios de los bonos a la baja), acciones a la baja y una erosión del estatus de reserva del dólar”.