Si bien su economía muestra señales de desaceleración, su crecimiento ha sido mayor al esperado, sostenido por estímulos fiscales y monetarios. A ello se suma una ofensiva diplomática –y bélica– que busca posicionar a Beijing como el centro de un bloque de países cansados de las políticas unilaterales de Trump.
Tras siete meses de alzas arancelarias, Beijing se concentra en buscar nuevos aliados y resolver problemas internos.
En el primer capítulo de la guerra comercial, entre 2018 y 2019, EEUU elevó los aranceles a los productos chinos desde un 3% promedio hasta 24% (con algunos bienes gravados por 40%), según el Instituto Peterson de Economía Internacional. En 2019, China creció 6,1%, su menor ritmo en tres décadas.
Seis años después, tras un alza de aranceles que llegó en abril a 145% y bajó a 30% en mayo, la economía china avanzó 5,3% en la primera mitad del año, superando la meta oficial de 5% y desafiando los pronósticos de una fuerte desaceleración.
La mayor sorpresa vino del sector exportador. Aunque los envíos a EEUU cayeron a tasas de doble dígito interanual (−21,7% en julio), las exportaciones totales crecieron 6,1% en los primeros siete meses de 2025, gracias al aumento de envíos hacia el sur de Asia y Europa.
El optimismo se reflejó en los mercados. El MSCI China acumula un alza de 29%, superando ampliamente a Europa (13,7%) y EEUU (10,3%). El rally, especialmente pronunciado desde agosto, encendió alertas en Beijing. Sin embargo, reportes de medidas para contener la especulación bursátil apenas provocaron caídas temporales en Shanghái y Hong Kong, que retomaron las alzas tras un par de sesiones.
Hacia 2026 se espera una desaceleración económica mayor. Pero tras el inicio de negociaciones entre Beijing y Washington para reducir mutuamente los aranceles, bancos de inversión elevaron sus pronósticos de crecimiento desde un rango de 3%–3,8% a un promedio de 4,2%. La tregua vence en noviembre, aunque el mercado percibe que ni Trump ni Xi Jinping parecen dispuestos a retomar aranceles de más de 100%, que equivaldrían a un embargo económico entre ambos países.
El dominio chino en tierras raras y la alta exposición de la industria estadounidense a insumos y manufacturas de Beijing presionan a la Casa Blanca a negociar. Un ejemplo: EEUU aplicó un arancel de 50% a India por sus compras de petróleo ruso, pero no a China, principal socio comercial de Moscú.
Líder global
La influencia de Beijing no se limita a Rusia o Corea del Norte. El 3 de septiembre, una veintena de jefes de Estado, en su mayoría asiáticos, asistieron a la convocatoria de Xi Jinping para presenciar una parada militar histórica.
Si durante la guerra comercial de 2017-2018 Xi se presentó en Davos como abanderado del libre comercio, ahora ha optado por una estrategia más agresiva. Con un despliegue militar sin precedentes -exhibió un misil nuclear supersónico- se proclamó como líder natural de quienes quieran desafiar a Washington.
También cuenta con un arma comercial. Según el Lowy Institute, cerca del 70% de las economías comercian más con China que con EEUU, y en más de la mitad el intercambio con Beijing duplica al de Washington.
Talón de Aquiles
Para George Magnus, economista del China Centre en la Universidad de Oxford, el liderazgo que Xi proyecta choca con su modelo mercantilista, que presiona a las industrias de otros países. En un ensayo publicado el 3 de septiembre, anticipa que China enfrentará mayor resistencia en Europa y emergentes, a medida que busca colocar en ellos su exceso de exportaciones.
Los datos del Lowy Institute confirman la asimetría: el superávit comercial de China pasó de US$ 430.000 millones en 2019 a casi un billón de dólares en 2024. Este desbalance refleja la mayor debilidad de la economía china: su deprimida demanda interna. Tras la pandemia, la fragilidad del sistema de seguridad social y el fin del boom inmobiliario golpearon el consumo y hundieron la confianza de hogares e inversionistas. La inflación anual se mantiene en cero o negativa desde febrero.
Ante la amenaza deflacionaria, Beijing busca reducir la guerra de precios y el exceso de producción en autos eléctricos, litio, paneles solares y servicios digitales. Pero, según Louise Loo de Oxford Economics, los esfuerzos son insuficientes para evitar la deflación. Se necesitarían medidas más amplias contra la sobrecapacidad y más apoyo al consumo, algo difícil en una economía ya tensionada por la crisis inmobiliaria y la presión arancelaria.
Por ahora, las autoridades siguen concentrando las medidas de estímulo en infraestructura. Un estudio de Bruegel estima en 12 billones de renminbis (US$1,7 billones) el estímulo aplicado hasta ahora, 98% dirigido a obras públicas, con apenas un programa menor de subsidios al consumo. Alicia García-Herrero y Jianwei Xu, analistas de Bruegel, cuestionan la reticencia de las autoridades chinas a un despliegue mayor de estímulo al consumo, y se preguntan si acaso el régimen chino teme erróneamente que dicha estrategia desvíe recursos de la campaña por el desarrollo tecnológico y la innovación.
Convencidos o no, todo apunta a que Beijing deberá adoptar nuevas medidas orientadas a la demanda interna hacia los próximos meses, si quiere mantener su desafiante ritmo de crecimiento. Mientras, se prepara para una batalla mayor en el ámbito político: en palabras de Xi, su posicionamiento como líder de un nuevo orden global.