Tim Besley “El gran elefante en la habitación es el bajo crecimiento económico”
Coautor de The London Consensus, junto a Andrés Velasco e Irene Bucelli, dice que generar bienestar y prosperidad se necesita de una relación de confianza entre la ciudadanía y el Estado. Pero con una economía que no repunta, esa relación corre peligro.
Publicado: Sábado 8 de noviembre de 2025 a las 04:00 hrs.
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Desde Londres
Las viejas recetas económicas ya no funcionan. El mundo postpandemia trajo consigo cambios estructurales que han puesto bajo presión a la institución que Sir Tim Besley ve como uno de los pilares de la prosperidad: el Estado.
El profesor de Política y Economía de la London School of Economics es uno de los autores del London Consensus, junto a Andrés Velasco, exministro de Hacienda y decano de la Escuela de Políticas Públicas de la LSE, e Irene Bucelli, directora de LSE Public Policy Review.
Desde su oficina en Londres, Besley reflexiona sobre una conclusión reciente: la importancia del crecimiento económico en la construcción de la confianza entre el ciudadano y el Estado. Una relación que es la base de instituciones clave para impulsar la inversión y el bienestar.
"El mayor indicador que hemos encontrado de la confianza de la gente en el Estado es el crecimiento económico".
-Comencemos por el libro. ¿Cuáles son los principios que plantea el London Consensus?
-Los cinco principios fundamentales son: No se trata solo de dinero, tenemos que centrarnos en el bienestar de forma más amplia. El crecimiento es importante, pero no es sencillo generarlo. La volatilidad es relevante, pero no solo la macroeconómica, sino también el control de las incertidumbres que tienen las personas en todos los ámbitos de su vida. No hay buena economía sin buena política, están unidas. Y por último para casi todo lo que hay que hacer, hay que desarrollar la competencia del Estado. Para distribuir los recursos de forma adecuada, o incluso para subir los impuestos de forma competente, necesitas un Estado eficaz.
-Precisamente, uno de los temas centrales que cuestiono es que la mayoría de las propuestas que se recogen en el libro asignan al Estado un papel muy importante. Pero hemos visto tantos estados ineficientes. ¿No es precisamente lo que nos ha llevado después de la pandemia a este clima de insatisfacción, polarización y tal vez incluso desaceleración económica?
-Planteas exactamente la pregunta más importante… Hay tres puntos de vista sobre por qué las cosas están tan mal. Uno es que ha habido una serie de crisis económicas que el Estado no es capaz de afrontar y, a su vez, eso ha traído consecuencias que no sabemos cómo afrontar, como la baja productividad. Otra opinión es que hay choques culturales (por ejemplo, sobre la migración), y son aún más difíciles de afrontar que los choques económicos. Y luego, es que hemos construido Estados que eran adecuados para su propósito, pero simplemente no están a la altura de las tareas que les exigimos ahora. Eso puede deberse a que es más difícil recaudar ingresos fiscales, por ejemplo. Si los Estados están muy limitados, y cada vez lo están más debido al endeudamiento, es menos lo que pueden hacer... Hay una especie de tormenta perfecta de tres fuerzas diferentes que impulsan y crean un entorno muy difícil para que funcione la política tradicional, porque gran parte de lo que está sucediendo ahora no se capta fácilmente en la escala de izquierda y derecha.
-Eso explicaría por qué parece que volvemos a cuestionarnos temas que pensábamos resueltos. Por ejemplo, este resurgir del proteccionismo, o en Chile, se sigue discutiendo el papel del Estado en la economía, algo que ya parecía superado con el Consenso de Washington.
-Sí, creo que tienes razón. Hubo una especie de momento casi como el fin de la historia. Todos sabíamos más o menos adónde queríamos llegar. Algunos países como Dinamarca y Suecia se consideraban la meta y pensamos que nuestro trabajo era ir hacia allá. Si nos fijamos en el papel del Estado en Escandinavia, es muy amplio. Impuestos muy altos y niveles muy altos de prestaciones sociales. Pero debemos pensar si es el modelo que queremos, algunos sí. ¿Está ese modelo de provisión social financiado con impuestos irremediablemente roto?
No estoy seguro de que sea así. El problema principal, el gran elefante en la habitación es el bajo crecimiento. En un mundo en el que hay una expansión sostenida, es muy fácil decidir cuánto de ese dinero extra va a ir a parar a los bolsillos de la gente, pero cuando el pastel no crece, no hay ganancias para repartir. No digo que sea el único factor, pero creo que la desaceleración del crecimiento está en el centro de los retos para el Estado. Porque si nos fijamos en el período en el que muchos Estados estaban teniendo éxito en mejorar la vida de los ciudadanos, fue en un contexto de alto crecimiento.
-A eso hay que sumar la presión del cambio demográfico que exige más recursos para financiar servicios sociales…
-Exactamente… Mucha gente pensaba que, si se hacían las cosas según el Consenso de Washington, el crecimiento vendría solo. Algunos países como México y Chile crecieron después de aplicar alguna versión del Consenso de Washington. Pero solo se llega hasta cierto punto, se necesitan políticas más creativas. Políticas que estén realmente diseñadas para aumentar las habilidades, tal vez crear un mejor ecosistema para la adopción de nuevas tecnologías. Asegurarse de que las empresas dominantes no frenen el dinamismo.
"El riesgo de la política industrial es que le estás dando al Gobierno un revólver cargado. Con este tipo de políticas puedes causar tanto daño como bien”.
Se necesita todo ese ecosistema para generar crecimiento a largo plazo.
-Y buenas instituciones…
-De acuerdo. Porque, en cierto modo, supervisan todo esto.
-Volvamos al crecimiento. Porque en períodos de crisis económica esas instituciones antes valoradas son cuestionadas.
-A la gente le gustan estas instituciones en parte por razones intrínsecas. Me gusta la idea de tener libertad política y poder elegir a mis líderes, pero sobre todo me gustan si cumplen. ¿Qué significa cumplir? Una interpretación de eso es un Gobierno que es capaz de generar crecimiento. De hecho, el mayor indicador que hemos encontrado de la confianza de la gente en el Estado es el crecimiento económico. Eso explica por qué uno de los países con mayor confianza del mundo es China. La gente confía en el Gobierno de China, y a quienes venimos de sociedades democráticas nos parece sorprendente.
-¿Estarán las sociedades occidentales dispuestas a sacrificar algunas de esas instituciones democráticas para conseguir una mejor situación económica, más servicios sociales?
-Es una pregunta difícil y muy pertinente. En la encuesta más reciente sobre valores mundiales, sobre todo entre los jóvenes, hay un aumento de las preferencias revolucionarias. Creo que parte del descontento ahora no es hacia un Gobierno concreto, sino con las instituciones de Gobierno en sí. Y eso crea un problema mayor. Si decimos, no me gusta Margaret Thatcher, esperemos y votemos para que deje el cargo, eso es una cosa. Pero si creo que el sistema parlamentario no está generando líderes capaces de abordar los problemas a los que nos enfrentamos, entonces el riesgo es que todo el marco institucional se vea comprometido. Y entonces pueden llegar líderes que se aprovechen de eso y digan: ‘Voy a anular lo que hacen los tribunales’ o ‘Voy a elegir a mis propios jueces’.
-Ya tenemos un ejemplo de ello…
-Exacto. O si no dicen cosas buenas sobre mí, o incluso si el Congreso no está de acuerdo conmigo, voy a emitir una orden ejecutiva. Me preocupa mucho.
Si la gente mirara históricamente a los gobiernos autoritarios, estaría muy preocupada, porque los gobiernos autoritarios producen mucha más incertidumbre. Es verdad que podrías tener un autócrata benevolente que te gobierne, que sea realmente un buen tipo y que acabe con todo el desastre. Pero, por desgracia, por cada Nelson Mandela, hay un Robert Mugabe o más. Tenemos que intentar reforzar nuestras instituciones, no abandonarlas, hacer que funcionen mejor.
-En una entrevista hace una década hizo un llamado a recuperar la confianza de los ciudadanos en el Estado. ¿Ha encontrado la fórmula para lograrlo?
-Lo que he aprendido, hace relativamente poco y que no es fácil de aprender, es la relación con el crecimiento. Pero no diría ‘no reconstruiremos la confianza hasta que recuperarnos del crecimiento’. No creo que llegaría a esa conclusión. Lo que me interesa es comprender cuáles son las políticas que reconstruirían la confianza con los ciudadanos.
No creo que sepamos la respuesta a eso. Lo que he mencionado sobre el crecimiento es lo más cercano que tengo. Es decir, existe un fuerte vínculo entre el crecimiento y la confianza, y tal vez la transición energética sea positiva para ello en cuanto genera crecimiento, porque conduce a niveles muy altos de inversión. El hallazgo más sólido de todo el trabajo empírico es que existe una correlación muy fuerte entre los niveles de inversión y el crecimiento.
Si los gobiernos pueden apoyar niveles más altos de inversión privada, del tipo que va a traer beneficios a sus ciudadanos, es probablemente la mejor manera de salir de esto.
-¿Es la política industrial la vía para lograrlo? ¿Está bien que el Estado participe en empresas privadas, o que desarrolle un programa de inversión multimillonario en determinadas industrias?
-El riesgo es que le estás dando al Gobierno un revólver cargado. Con este tipo de políticas puedes causar tanto daño como bien. Sabemos que la historia de la política industrial es muy variada. Funcionó muy bien en China, Singapur, incluso en Europa con Airbus. Me inclino un poco por lo que se podría llamar políticas horizontales. Construyamos infraestructura y confiemos en las empresas motivadas por la inversión privada. Dicho esto, no descartaría, algunas formas de política industrial específicas, pero no querría depender de eso como estrategia principal.
-¿Hay entonces un lugar para la política industrial en este mundo postpandémico? En algunos países de Latinoamérica todavía estamos apegados a la idea de que no es una política seguir, mientras países desarrollados sí lo hacen.
-Vivimos en un mundo en el que la gente está reconsiderando las cosas. Pero, sigo pensando que las políticas horizontales son lo más importante. Por ejemplo, asegurarse de tener una buena forma de generar habilidades basadas en la demanda. Soy un poco más escéptico con respecto al Gobierno como líder de una industrias, eso me genera más recelo.
-¿Debería ser el repunte del crecimiento económico la prioridad para los gobiernos hoy?
-Es una de las prioridades. Me preocupa responder con un sí rotundo y parecer algo obtuso… El mundo se está desmoronando y solo pienso en crecer. No todo el crecimiento es igual, por ejemplo, con el tipo de trabajos que se crean. ¿Serán trabajos con alta dignidad y estatus? No lo sé.
Pero no los vamos a crear sin algún grado de dinamismo económico. Así que, crecimiento sí. Pero no solo eso, crecimiento no solo como una cifra del PIB, sino para crear una economía más dinámica en la que la gente tenga más oportunidades y pueda construir una vida mejor. Porque también podría ser un crecimiento en el que la riqueza va a dar manos de los más ricos, y tienes más desigualdad…
-Y mayor polarización política...
-Exactamente… Los políticos pueden ver las encuestas tan bien como nosotros.
¿Cuál es su diagnóstico de lo que está provocando el descontento que está llevando a la gente a apoyar a partidos más extremos? No estoy seguro de que se den cuenta de que muchas de las políticas y estrategias tradicionales han perdido de vista las principales preocupaciones de la gente.
¿A qué tipo de empleos tienen acceso? ¿Se sienten conectados con la élite gobernante? No hay garantía de que este malestar no exista en un período de dinamismo económico. Dicho esto, debo volver al punto, y aunque no lo soluciona todo, sí creo que estaríamos en una situación completamente diferente si tuviéramos tasas de crecimiento de 3% anual (en los países desarrollados). Realmente ayudaría mucho. 
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