El embrión: “¿No es acaso humano?”
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A mediados del año pasado, la Asamblea Nacional de Francia votó un proyecto de ley que autorizaba la investigación con embriones humanos (una práctica que daña y destruye a los individuos humanos en esa etapa de su desarrollo).
El filósofo Fabrice Hadjadj, director de Philanthropos, el Instituto Europeo de Estudios Antropológicos (Friburgo, Suiza), analizaba, en una entrevista que reproducimos a continuación, el estatuto del embrión humano.
Respondía al profesor René Frydman que, en Le Figaro del 12 de julio pasado, afirmaba: “Para mí, el embrión no es una persona humana”, y declaraba que prohibir la investigación con embriones humanos era “incoherente y retrógrado”.
- Muchos afirman que “el embrión no es una persona”. ¿Qué piensa usted sobre esto?
- Es curioso, no se busca jamás a un filósofo para practicar una reproducción asistida, pero no se duda en preguntar a un médico sobre cuestiones filosóficas.
Quiero recordar que la noción de persona es una noción metafísica, de origen teológico incluso, y que no la podemos emplear así como así sin ser más arribista y más vanidoso que “El burgués gentilhombre” [la comedia de Molière, del s. XVII].
Por otra parte, no sé si usted se ha dado cuenta, pero nos esforzamos en decir “el embrión”, sin más. Pero, ¿de qué se trata? ¿De un embrión de vaca, de macaco, de ornitorrinco? No, se trata de un embrión humano.
A M. Frydman le ha sido fácil argumentar diciendo: “Un ojo no preparado no puede ver la diferencia entre un embrión de ratón y un embrión humano”. Él, el defensor del “in vitro veritas”, conocedor de la genética y acostumbrado a manejar el microscopio electrónico, repentinamente se niega a ver el código genético de este embrión y promociona “el ojo no preparado”.
- ¿Implantaría él un embrión de ratón en las mujeres que le solicitan una reproducción asistida? ¿Por qué no, si no hay ninguna diferencia?
- La evidencia es que el embrión sobre el que estamos hablando es humano. Ningún científico puede decir lo contrario.
Ahora bien, eliminar a un ser humano es un homicidio. Hacer del ser humano un material excedente es el colmo de la explotación. Y con esto no estoy emitiendo un juicio de valor. Después de todo, puede haber motivos para ser un homicida, y numerosos Estados, en nombre del progreso, han legalizado la explotación y la manipulación de los humanos. Lo que yo reprocho, como filósofo, es que se rechace llamar gato a un gato, y que nos abandonemos a circunloquios para disimular.
- ¿Si las cosas están tan claras, por qué este debate?
- Un texto de Bertrand Monthubert, antiguo secretario nacional para la investigación del Partido Socialista francés, publicado el 11 de julio, es bastante significativo.
Cito su sabrosa argumentación, en su muy aproximativa gramática: “El embrión no es una persona, la ciencia es muy clara sobre esto. Si fueran personas, esto significaría que los embriones que han sido creados y destruidos en el marco de las FIV son asesinatos. Y éste no es el caso”. Esto es todo.
Hablamos del “embrión”, sin concretar que se trata de un embrión humano. Pretendemos que la noción de persona es “muy clara” para la ciencia. Y como único argumento se plantea la imposibilidad de ser un asesinato.
La negación tiene, por tanto, dos causas. La primera es esa palabra, “persona” y la confusión metafísico-jurídica a la que induce. Haríamos mejor en preguntarnos si estamos ante una vida humana o no.
Ahora bien, puesto que esta vida es humana, la cuestión es saber si queremos seguir teniendo el artículo 16 del Código Civil [francés], que establece que “la ley garantiza el respeto al ser humano desde el principio de su vida”, o lo abandonamos.
La segunda causa es la dificultad de reconocer que, al seguir una lógica “tecnicista”, hemos creado una situación irresoluble e insostenible, ante la cual nuestra conciencia está desorientada. Efectivamente, estos 50.000 humanos congelados, que querríamos usar sobre todo como reactivos en laboratorios farmacéuticos, son algo inimaginable. Debemos admitir que estamos más allá de “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley.
- ¿Podemos afirmar al mismo tiempo que el embrión humano “no es una persona”, y que “se convertirá en una persona” en la medida en que se inscribe en un proyecto parental?
- Los científicos que apoyan esto son, verdaderamente, adeptos de la magia negra. ¡Abracadabra! Yo quiero que sea una persona, y es una persona. Esto no entra en mi proyecto y ¡puf! ¡La persona desaparece! Estamos verdaderamente en el reino de los aprendices de brujos.
Pero esta manera de ver, que hace pensar en la magia, es típicamente tecnocrática. Su principio es que la voluntad prima sobre el ser, y que por tanto, todo el estado natural, incluido mi cuerpo, sólo es un material que puedo manipular según convenga a mis caprichos.
Sin embargo, me acuerdo de lo que decía Hannah Arendt al final sobre el sistema totalitario: la esencia del totalitarismo se encuentra en su rechazo al nacimiento como acontecimiento absoluto, es decir, en el hecho de querer que el individuo no tenga valor a menos que se inscriba en una planificación, que sea el engranaje de un dispositivo anterior a su llegada, ya sea que se trate de la ideología del Partido o del proyecto de los padres.
- ¿Podemos aceptar las interrupciones voluntarias de embarazo y la destrucción de embriones sin proyecto parental y rechazar la investigación con embriones?
- Es cierto que todo está unido. Por otra parte es necesario recordar que una fecundación in vitro, al final, destruye más embriones que un aborto.
De nuevo, yo no pretendo posicionarme a nivel ético, y sobre todo en esta ética que todo el mundo utiliza como una etiqueta, para pagar su buena conciencia. Constato simplemente que hemos entrado en una era de manipulación radical (es decir, desde la raíz) de la vida humana…
A pesar de todo, el cambio de ley que se quiere actuar no es anecdótico. Hasta ahora, desde el punto de vista legislativo, el principio era el respeto hacia la vida humana, y la destrucción o utilización de embriones humanos (podríamos incluso decir la “comercialización”) sólo se permitía a título derogatorio. Hoy en día, se trata de hacer de la derogación un principio, e inscribir como prescripción positiva la reducción de lo humano a pura materia.
- ¿No deberíamos tacharle de retrógrado?
- ¿De dónde viene esta retórica del “gran salto hacia adelante”? Con ella, Mao causó 30 millones de muertos. Es bueno dar marcha atrás cuando estamos al borde del precipicio.
Además, lo que es retrógrado es no seguir el camino abierto por el Premio Nobel de Medicina, el Profesor Yamanaka, con sus células reprogramadas, que no plantean ningún problema ético. Pero nosotros nos enredamos en la investigación a partir de embriones humanos (sin duda alguna, como un medio de evitar a nuestra conciencia el malestar de tenerlas que destruir) y dejamos que Japón nos adelante en métodos que ya han dado mejores resultados.
- ¿Se puede decir que los que se oponen a la ley están influidos por la Iglesia Católica?
- M. Frydman lo ha asegurado en las columnas de su periódico. Lo que es doblemente desleal.
Primera deslealtad: hacer creer que todos los que se oponen a sus opiniones son unos fideistas irracionales. Esto es típico del estilo del proceso estalinista.
Segunda deslealtad: él se deja presentar como el “padre del primer bebe-probeta”. ¿Qué ha pasado entonces con Jacques Testart? ¿Por qué ya no se habla de él como el pionero de la fecundación in vitro? Precisamente porque, sin ser católico, Testart ha denunciado a todos aquellos que “aplauden religiosamente todas las producciones de laboratorio”. Habría mucho que decir sobre el oscurantismo “cientifista” y sus fanáticos hoy.
Apartes del discurso del Papa Francisco a la Federación Internacional de Médicos Católicos, el 20 de septiembre pasado.
"La primera reflexión que quisiera compartir con ustedes es esta: nosotros asistimos hoy a una situación paradojal, que afecta a la profesión médica. Por un lado, constatamos y damos gracias a Dios los progresos de la medicina, gracias al trabajo de los científicos que, con pasión y sin descanso, se dedican a la investigación de nuevas curas. Pero, por otro lado, encontramos también el peligro de que el médico pierda la propia identidad de servidor de la vida. La desorientación cultural ha tocado también aquello que parecía un ámbito intocable: el de ustedes, ¡la medicina! Aun estando, por su propia naturaleza, al servicio de la vida, las profesiones sanitarias son inducidas a veces a no respetar la misma vida. Al contrario, como nos recuerda la Encíclica "Caritas in veritate", "la apertura a la vida está al centro del verdadero desarrollo". No hay verdadero desarrollo sin esta apertura a la vida. "Si se pierde la sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida, también otras formas de acogida útiles a la vida social se aridecen. La acogida de la vida refuerza las energías morales y hace capaces de ayuda recíproca" (N. 28). La situación paradojal se ve en el hecho que, mientras se atribuyen a la persona nuevos derechos, a veces también derechos presuntos, no siempre se tutela la vida como valor primario y derecho primordial de todo hombre. El fin último de la actividad médica permanece siempre la defensa y la promoción de la vida. (...)
Una difundida mentalidad de lo útil, la "cultura del descarte", que hoy esclaviza los corazones y las inteligencias de muchos, tiene un altísimo costo: exige eliminar seres humanos, sobre todo, si físicamente o socialmente son más débiles. Nuestra respuesta a esta mentalidad es un "sí" decidido y sin vacilaciones a la vida. "El primer derecho de una persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son más preciosos; pero es aquel el bien fundamental, condición para todos los otros" (Congregación para la Doctrina de la FE, Declaración sobre el aborto procurado, 18 noviembre 1974, N.II). Las cosas tienen un precio y son vendibles, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio. Tantas veces nos encontramos en situaciones en que vemos que aquello que cuesta menos es la vida. Por eso, la atención a la vida humana en su totalidad se ha hecho en los últimos tiempos una prioridad propiamente tal del Magisterio de la Iglesia, particularmente, la atención a la vida más indefensa, es decir, al discapacitado, al enfermo, al que ha de nacer, al niño, al anciano, que es la vida más indefensa.
En el ser humano frágil cada uno de nosotros es invitado a reconocer el rostro del Señor, que en su carne humana ha experimentado la indiferencia y la soledad a la cual a menudo condenamos a los más pobres, tanto en los países en vías de desarrollo, como en las sociedades de bienestar. Todo niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo, tiene el rostro del Señor, que antes de nacer, y después recién nacido ha experimentado el rechazo del mundo. Y todo anciano he hablado del niño; vayamos a los ancianos, ¡otro punto!, todo anciano, incluso si está enfermo o al fin de sus días, lleva en sí el rostro de Cristo. No se pueden descartar, como nos propone la "cultura del descarte". ¡No se pueden descartar!
El tercer aspecto es un mandato: sean testigos y difusores de esta "cultura de la vida". El ser católicos de ustedes comporta una mayor responsabilidad: antes que todo, hacia ustedes mismos, por el compromiso de coherencia con la vocación cristiana; y luego hacia la cultura contemporánea, para contribuir a reconocer en la vida humana la dimensión trascendente, la impronta de la obra creadora de Dios, desde el primer instante de su concepción. Este es un compromiso de nueva evangelización que exige a menudo ir contracorriente, pagando personalmente. El Señor cuenta con ustedes para defender el "Evangelio de la vida". (...)
Queridos amigos médicos, ustedes que están llamados a ocuparse de la vida humana en su fase inicial, recuerden a todos, con los hechos y con las palabras, que ésta es siempre, en todas sus fases y en toda edad, sagrada y siempre de calidad. Y no por un motivo de fe no, no, sino de razón, ¡por un motivo de ciencia! No existe una vida humana más sagrada que otra, como no existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra. La credibilidad de un sistema sanitario no se mide sólo por la eficiencia, sino sobre todo por la atención y el amor hacia las personas, cuya vida es siempre sagrada e inviolable".