En un esfuerzo por apuntalar a la economía, la Casa Blanca venía preparando cuidadosamente el escenario para la cumbre del G8 que se celebrará la próxima semana en Irlanda del Norte, donde el presidente Barack Obama esperaba anunciar con un gran despliegue el inicio de las negociaciones para un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea.
Las posibilidades de un pacto han generado grandes expectativas en momentos en que la economía mundial se encuentra estancada en una lenta recuperación desde la última crisis y gran parte de Europa sigue sumida en la recesión. Eliminar los aranceles entre dos regiones que representan la mitad del PIB mundial daría un fuerte impulso al consumo y a la creación de empleos, en momentos en que la cesantía se ubica en niveles históricamente altos en Europa y en Estados Unidos se mantiene como una de las últimas tareas pendientes en la reactivación. Pero también sería una potente señal para revivir los acuerdos de comercio global, en momento en que crecen las evidencias de proteccionismo.
Sin embargo, a pocos días del evento, los problemas empiezan a surgir incluso antes de que comiencen las discusiones.
A las objeciones planteadas por Francia la semana pasada se suma ahora la creciente molestia de los gobiernos europeos por los escándalos de espionaje en EEUU, donde el contratista de una agencia de inteligencia filtró a los medios que el gobierno mantiene una estrecha vigilancia a los usuarios de Internet en todo el mundo. La fuente también aseguró que Washington ha estado liderando ataques cibernéticos contra China y Hong Kong.
Las autoridades europeas ahora están exigiendo que cualquier acuerdo comercial incluya cláusulas para asegurar la protección de los datos personales antes de siquiera sentarse a negociar.
En punto muerto
Las exigencias seguramente serán difíciles de aceptar para Washington, ya que el programa de espionaje es una pieza clave de su política de seguridad interior, y el propio presidente Obama se ha mostrado dispuesto a pagar el costo político al salir a defender abiertamente la impopular medida.
París, por su parte, ya había impuesto sus propias condiciones, excluyendo de una negociación a las industrias culturales, como la radio, la televisión y el cine, para defender la identidad nacional frente a la influencia de Hollywood.