“Algunas invenciones son más importantes que otras”. Este es el punto más importante que hizo Robert Gordon de Northwestern University en su obra maestra, The Rise and Fall of American Growth. Este libro proporciona un profundo análisis de la transformación de la vida económica de Estados Unidos entre 1870 y 1990, y la posterior desaceleración. El crecimiento no es ni inevitable ni estable. La nuestra es una época de crecimiento decepcionante porque los avances tecnológicos son relativamente limitados.
Deirdre McCloskey, una reconocida historiadora económica, insiste en que tal “pesimismo ha sido consistentemente una mala guía para el mundo entero. Somos gigantescamente más ricos en cuerpo y alma que hace dos siglos atrás”. Está en lo correcto. Pero, responde el profesor Gordon, no nos hemos enriquecido a una velocidad constante. Por el contrario, el crecimiento ha sido más rápido en unos momentos que otros, incluso desde la revolución industrial.
Por lo tanto, el periodo después de 1890 muestra aumentos consistentes en la producción por persona y por hora. Pero el periodo entre 1920 y 1970 fue más dinámico que aquellos antes y después: por más de medio siglo, la producción por hora aumentó cerca de 3% anual. Una mejor medida en innovación es el alza en “la productividad total de factores”: el crecimiento de la producción, excepto las contribuciones de insumos adicionales y capital. El patrón aquí es aún más sorprendente. La economía de EEUU experimentó dos períodos de rápida innovación: en 1920-1970 y, a un ritmo mucho menor, en 1994-2004.
Esto plantea tres grandes preguntas.
Primero, ¿por qué el foco en EEUU? La respuesta es que ha estado en la frontera de la innovación mundial y la productividad desde 1970. En la época hasta la Segunda Guerra Mundial, uno o dos países europeos también fueron muy innovadores. Desde entonces, EEUU ha estado sólo.
Segundo, ¿qué explica el alza y la caída del crecimiento de la productividad? La respuesta del profesor Gordon es el ritmo y la variedad de innovación que apareció después de 1870 y que fueron introducidos en el plazo de 1920-1970. Este tiempo vio una revolución energética: la explotación del petróleo, la domesticación de la electricidad y el motor de combustión interna. Fue testigo del nacimiento de la industria química y del desarrollo en el suministro de agua limpia y la eliminación de aguas residuales.
Ello condujo, a su vez, a la creación de máquinas: la luz eléctrica, el teléfono, la radio, el refrigerador, la lavadora automática, los automóviles y las aeronaves. Condujo a la transformación de vidas a través de la urbanización y los hogares interconectados. Estos luego se dirigieron a una revolución educativa mientras la economía demandaba trabajadores alfabetizados y disciplinados. En comparación, los años desde 1970 han visto cambios relativamente pequeños en países de altos ingresos. El punto máximo de la productividad entre 1994 y 2004 refleja el impacto de Internet. Llegó y, poco después, partió.
Tercero, ¿cuánto distorsiona el panorama una mala medición? La respuesta es que lo hace significativamente, pero no de formas que hagan que el desempeño de hoy se vea mejor relativo al del pasado. Lo opuesto es más factible.
El crecimiento del Producto Interno Bruto ha sido de hecho tremendamente subestimado. Una razón para esto es la retrasada inclusión de nuevos productos en los datos: no había un índice de precios para los autos en EEUU hasta 1935, décadas después de su invención. Esos retrasos son menores hoy. Otra manera en la que la medición falla es la dificultad de evaluar la mejora en los nuevos modelos.
Más importante aún, el PIB no es una buena medida del estándar de vida. Como apunta el profesor Gordon, el PIB no evalúa la creciente variedad de alimentos, la remoción de fecas de caballo de las calles urbanas, la mayor velocidad de viaje, la transformación de las comunicaciones, la mejor calidad de entretención, la mayor comodidad de la calefacción central, la reducción en el trabajo en el hogar, la disminución en el esfuerzo y peligro en el trabajo, el mejor acceso al agua limpia, la seguridad de los alimentos empaquetados y, sobre todo, el salto en la expectativa de vida. En los países ricos, casi todos los que están vivos dan esto por sentado.
No hay razones para creer que el aumento en el PIB o los estándares de vida está más subestimado ahora que antes. El crecimiento medido está desacelerándose porque la invención se ha desacelerado. Más aún, las innovaciones de hoy tienen menor efecto que las del pasado.
Peor aún, sus beneficios parecen ser menos ampliamente compartidos. Desde 1972, no sólo el crecimiento en los ingresos reales de EEUU se ha desacelerado, sino que la distribución de las ganancias se ha alejado de quienes están por debajo del 10% de la distribución de los ingresos. Eso también ayuda a explicar la creciente tensión en la política de EEUU y otros países de altos ingresos.
La historia que cuenta el profesor Gordon derriba el optimismo fácil sobre las perspectivas de crecimiento económico, pero también el pesimismo fácil sobre el fin del empleo. No estamos en medio de una era de avance económico sin precedentes ni al borde de una era de destrucción de empleo excepcional. Esto se debe en parte a que el progreso tecnológico ha sido tan limitado. También se debe a que buena parte de nuestra economía es inmune a las rápidas alzas de la productividad. En 2014, dos tercios del consumo estadounidense se destinó a servicios, incluyendo arriendos, salud, educación y cuidado personal. El desafío en estos sectores no es que todos los empleos vayan a desaparecer, sino por el contrario que es difícil que eso suceda. Ese cambio en la composición del Producto hacia sectores donde es difícil aumentar la productividad es una gran explicación para la desaceleración.
La visión de que los incrementos firmes y rápidos en el estándar de vida deben perdurar es una esperanza santurrona. La tendencia a creer que algunas “reformas estructurales” solucionarán esto es, también, un acto de fe. Es una política esencial promover la invención y la innovación, tanto como se pueda. Pero no debemos asumir un retorno fácil a la hace tiempo desaparecida era del dinamismo. Entretanto, la mala distribución de las ganancias de ese crecimiento que tenemos es un desafío creciente. Estos son tiempos difíciles.