Mateo

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 21 de septiembre de 2012 a las 05:00 hrs.
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En Chile, significa alguien que estudia mucho y por lo general con éxito. Su antónimo es el porro: negligente, torpe y por consiguiente ignorante y necio. La peculiar estimativa chilensis tiende a simpatizar con el porro y sospechar del mateo como un intruso que perturba la áurea mediocridad. Es la misma lógica que premia efusivamente al que gana un gordo premio de azar y estigmatiza al que hizo gran fortuna con el esfuerzo y ahorro de veinte años. Chile necesita mateos. El ansiado desarrollo nacional es impensable sin inteligencias penetrantes y voluntades recias, aplicadas a conseguir objetivos que sólo pueden ser fruto de perseverante autoexigencia. Exigir a los demás, lo puede hacer cualquiera. Ese algo que los porros exigen de los demás es precisamente lo que los mateos construyen con su infatigable esfuerzo. Al fin de cuentas, los porros deben su existencia y subsistencia a la diligencia y denuedo de los Mateos. Pero claro, el deporte nacional del chaqueteo no tolera esa silenciosa superioridad laboral y moral y condena, al mateo, a vivir bajo la lupa suspicaz y hostil de los porros.

El otro Mateo que Chile necesita, y con vital urgencia, es el Santo Apóstol y Evangelista que celebramos cada 21 de setiembre. Su nombre hebreo significa “regalo o don de Dios”. El vivía en Cafarnaúm, desempeñando el oficio de agente aduanero. De los cuatro evangelistas es el que habla más frecuentemente de dinero y utiliza más palabras propias de la lengua y mundo de las finanzas, monedas e impuestos. Por cierto, el oficio le requería saber escribir y dominar, junto con su natal dialecto arameo, también el griego. Sus ingresos deben haber sido altos (licitaban el cargo y su ganancia la obtenían subiendo al máximo las tarifas de internación). Por eso aparece sindicado como “publicano”, categoría infamante de pecador público con mucho dinero y nula aceptación social. Su existencia tranquila y su rutina próspera quedaron abruptamente marcadas por el paso de Jesús Nazareno. El mismo Mateo, también llamado Leví, lo narra con sobriedad: “Al pasar Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de los impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. El se levantó y le siguió”. Así de simple, así de modesto. Tuvo que ser otro Evangelista, Lucas, el que otorgara el debido relieve a este ‘Sígueme’: “Y dejándolo todo, se levantó y le siguió”. Era rico, Mateo, quizás tanto como el joven al que Jesús le hiciera la misma invitación. Pero Mateo fue más mateo y escogió la mejor parte: su riqueza, patrimonio y herencia sería la persona y misión de Jesús. Eso significa el ‘Sígue-me’: a mí, en entrega incondicional, afectiva y efectiva. Hacia el final de su Evangelio, Mateo anticipa que seremos juzgados, valorados y sentenciados según el amor gratuitamente entregado a Jesús en la persona de quienes necesitan misericordia. El desarrollo primaveral de Chile se sustenta en esos Mateos.

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