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III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos

Por: | Publicado: Viernes 24 de octubre de 2014 a las 05:00 hrs.
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Los Padres Sinodales, reunidos en Roma junto al Papa Francisco en la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, nos dirigimos a todas las familias de los distintos continentes y en particular a aquellas que siguen a Cristo, que es camino, verdad y vida. Manifestamos nuestra admiración y gratitud por el testimonio cotidiano que ofrecen a la Iglesia y al mundo con su fidelidad, su fe, su esperanza y su amor. (...)

(...) La misma preparación de esta asamblea sinodal, a partir de las respuestas al cuestionario enviado a las Iglesias de todo el mundo, nos permitió escuchar la voz de tantas experiencias familiares. Después, nuestro diálogo durante los días del Sínodo nos ha enriquecido recíprocamente, ayudándonos a contemplar toda la realidad viva y compleja de las familias.

Queremos presentarles las palabras de Cristo: "Yo estoy ante la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). Como lo hacía durante sus recorridos por los caminos de la Tierra Santa, entrando en las casas de los pueblos, Jesús sigue pasando hoy por las calles de nuestras ciudades. En sus casas se viven a menudo luces y sombras, desafíos emocionantes y a veces también pruebas dramáticas. La oscuridad se vuelve más densa, hasta convertirse en tinieblas, cuando se insinúan el mal y el pecado en el corazón mismo de la familia.

Ante todo, está el desafío de la fidelidad en el amor conyugal. La vida familiar suele estar marcada por el debilitamiento de la fe y de los valores, el individualismo, el empobrecimiento de las relaciones, el stress de una ansiedad que descuida la reflexión serena. Se asiste así a no pocas crisis matrimoniales, que se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana.

Entre tantos desafíos queremos evocar el cansancio de la propia existencia. Pensamos en el sufrimiento de un hijo con capacidades especiales, en una enfermedad grave, en el deterioro neurológico de la vejez, en la muerte de un ser querido. Es admirable la fidelidad generosa de tantas familias que viven estas pruebas con fortaleza, fe y amor, considerándolas no como algo que se les impone, sino como un don que reciben y entregan, descubriendo a Cristo sufriente en esos cuerpos frágiles.

Pensamos en las dificultades económicas causadas por sistemas perversos, originados "en el fetichismo del dinero y en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano" (Evangelii gaudium, 55), que humilla la dignidad de las personas. Pensamos en el padre o en la madre sin trabajo, impotentes frente a las necesidades aun primarias de su familia, o en los jóvenes que transcurren días vacíos, sin esperanza, y así pueden ser presa de la droga o de la criminalidad.

Pensamos también en la multitud de familias pobres, en las que se aferran a una barca para poder sobrevivir, en las familias prófugas que migran sin esperanza por los desiertos, en las que son perseguidas simplemente por su fe o por sus valores espirituales y humanos, en las que son golpeadas por la brutalidad de las guerras y de distintas opresiones. Pensamos también en las mujeres que sufren violencia, y son sometidas al aprovechamiento, en la trata de personas, en los niños y jóvenes víctimas de abusos también de parte de aquellos que debían cuidarlos y hacerlos crecer en la confianza, y en los miembros de tantas familias humilladas y en dificultad. Mientras tanto, "la cultura del bienestar nos anestesia y [...] todas estas vidas truncadas por la falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera" (Evangelii gaudium, 54). Reclamamos a los gobiernos y a las organizaciones internacionales que promuevan los derechos de la familia para el bien común.

Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie (...)

* * *

(...)El itinerario, para que este encuentro sea auténtico, comienza en el noviazgo, tiempo de la espera y de la preparación. Se realiza en plenitud en el sacramento del matrimonio, donde Dios pone su sello, su presencia y su gracia. Este camino conoce también la sexualidad, la ternura y la belleza, que perduran aun más allá del vigor y de la frescura juvenil. El amor tiende por su propia naturaleza a ser para siempre, hasta dar la vida por la persona amada (cf. Jn 15, 13). Bajo esta luz, el amor conyugal, único e indisoluble, persiste a pesar de las múltiples dificultades del límite humano, y es uno de los milagros más bellos, aunque también es el más común.

Este amor se difunde naturalmente a través de la fecundidad y la generatividad, que no es sólo la procreación, sino también el don de la vida divina en el bautismo, la educación y la catequesis de los hijos. Es también capacidad de ofrecer vida, afecto, valores, una experiencia posible también para quienes no pueden tener hijos. Las familias que viven esta aventura luminosa se convierten en un testimonio para todos, en particular para los jóvenes.

Durante este camino, que a veces es un sendero de montaña, con cansancios y caídas, siempre está la presencia y la compañía de Dios. La familia lo experimenta en el afecto y en el diálogo entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Además lo vive cuando se reúne para escuchar la Palabra de Dios y para orar juntos, en un pequeño oasis del espíritu que se puede crear por un momento cada día. También está el empeño cotidiano de la educación en la fe y en la vida buena y bella del Evangelio, en la santidad. Esta misión es frecuentemente compartida y ejercitada por los abuelos y las abuelas con gran afecto y dedicación. Así la familia se presenta como una auténtica Iglesia doméstica, que se amplía a esa familia de familias que es la comunidad eclesial. Por otra parte, los cónyuges cristianos son llamados a convertirse en maestros de la fe y del amor para los matrimonios jóvenes.

Hay otra expresión de la comunión fraterna, y es la de la caridad, la entrega, la cercanía a los últimos, a los marginados, a los pobres, a las personas solas, enfermas, extrajeras, a las familias en crisis, conscientes de las palabras del Señor: "Hay más alegría en dar que en recibir" (Hch 20, 35). Es una entrega de bienes, de compañía, de amor y de misericordia, y también un testimonio de verdad, de luz, de sentido de la vida.

La cima que recoge y unifica todos los hilos de la comunión con Dios y con el prójimo es la Eucaristía dominical, cuando con toda la Iglesia la familia se sienta a la mesa con el Señor. Él se entrega a todos nosotros, peregrinos en la historia hacia la meta del encuentro último, cuando Cristo "será todo en todos" (Col 3, 11). Por eso, en la primera etapa de nuestro camino sinodal, hemos reflexionado sobre el acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados en nueva unión.

Nosotros, los Padres Sinodales, pedimos que caminen con nosotros hacia el próximo Sínodo. Entre ustedes late la presencia de la familia de Jesús, María y José en su modesta casa. También nosotros, uniéndonos a la familia de Nazaret, elevamos al Padre de todos nuestra invocación por las familias de la tierra:
Padre, regala a todas las familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que sean manantial de una familia libre y unida.

Vaticano, 18 de Octubre 2014, * Traducido del original en italiano

Cardenal Angelo Scola: 'El no a los divorciados no es un castigo'

Por Paolo Rodari, Periodista italiano especializado en temas del Vaticano.

Durante el Sínodo de la familia, el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, contó sus impresiones sobre la vida de la Iglesia un año y medio después de la elección del Papa Bergoglio.

-Eminencia, a veces parece que a la Iglesia europea le cuesta comprender la novedad de Francisco. También en el Sínodo hay posiciones heterogéneas, ¿se podrán llegar a consensuar algunas conclusiones?
-Estoy convencido de que sí. Antes del cónclave, los europeos expresamos un juicio claro sobre la vida de la Iglesia, hablando explícitamente de las escasas probabilidades de que fuera elegido un Papa europeo. Hoy tenemos un Papa cuya experiencia pastoral ha pasado por la dolorosa y profunda convivencia con la marginación, la pobreza, llegando a formular una teología y una cultura significativas para todos. Para nosotros europeos eso constituye una provocación que al principio puede ser incluso desestabilizadora, pero que si la hacemos nuestra, como nos pide la naturaleza comunional de la Iglesia, resulta absolutamente valiosa. Estamos avanzando en esta dirección y por ello el futuro está cargado de esperanza. Entre otras cosas, si bien es cierto que Europa está cansada, también es verdad que lo está porque desde hace siglos lleva sobre sus espaldas problemas muy complejos. La mens europea seguirá teniendo un fuerte peso en la construcción de una nueva civilización y un nuevo orden mundial.

-Francisco quiere que el Sínodo sea ante todo una ocasión de confrontación, ¿qué le parece?
-En la asamblea sinodal se ha dado de hecho una extraordinaria escucha recíproca. No existe ningún lugar en el mundo donde 250 personas procedentes de todos los países trabajen juntas así. La catolicidad de la Iglesia es palpable y es un espectáculo. Además, la praxis introducida en 2005 por Benedicto XVI de dejar al final de la jornada una hora de libre confrontación ha ido madurando. Todos tienen posibilidad de retomar la intervención de otro y decir "no he entendido esto, yo lo diría así, etc". Verdaderamente es un crecimiento del ejercicio de la colegialidad.

-El debate mediático pre-Sínodo se ha focalizado en el tema de la comunión a los divorciados vueltos a casar.
-Pero el tema del acceso a la comunión sacramental de los divorciados vueltos a casar se inserta en la necesidad, sentida por todos, de referirse a la realidad completa de la familia, que tiene un valor inmenso para la Iglesia y para la sociedad. Tratamos de encontrar el camino adecuado y los lenguajes más comprensibles para comunicar la belleza de la propuesta cristiana ofrecida a todos. Además, en el debate han surgido otras situaciones complejas y difíciles. Por ejemplo, el tema de la poligamia ha tenido un gran peso tanto en las intervenciones de los padres africanos como asiáticos. De todos modos, ningún tema delicado, ni siquiera el de la homosexualidad, se ha acallado.

-¿Qué piensa de la posibilidad de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar?
-He sido sucesor de Roncalli [N.del E: luego San Juan XXIII] en Venecia y he podido ver algunos de sus apuntes que hablan de pastoral. Roncalli pone la pastoral en referencia directa a la historia y a la salvación. Es pastoral proponer a Jesús como cumplimiento y salvación de la persona concreta. Él es camino, verdad y vida para cada uno, sea cual sea la situación en que se encuentre. Personalmente, percibo la necesidad de que la idea de Roncalli se asuma más plenamente, reconociendo el nexo inseparable entre doctrina, pastoral y disciplina. Solo desde esta perspectiva unitaria podrá emerger una acción eclesial adecuada para los divorciados vueltos a casar. Es verdad que la eucaristía, en ciertas condiciones, tiene un componente de perdón de los pecados, pero también es cierto que no es un "sacramento de curación" en sentido propio. Además, la relación entre Cristo esposo y la Iglesia esposa no es para los esposos solo un modelo. Es mucho más: es el fundamento de su matrimonio. Pienso que el nexo entre eucaristía y matrimonio sigue siendo sustancial. Por tanto, aquellos que han contraído un nuevo matrimonio se encuentran en una condición que objetivamente no permite el acceso a la comunión sacramental. Lejos de ser un castigo, es la invitación a un camino. Estas personas están dentro de la Iglesia, participan activamente en la vida de la comunidad. Se podrán revisar algunas exclusiones: por ejemplo, su participación en el consejo pastoral o la posibilidad de enseñar en una escuela católica. Pero personalmente, desde el punto de vista sustancial, aún no he encontrado una respuesta a la posibilidad de que accedan a la comunión sacramental sin chocar de hecho con la indisolubilidad del matrimonio. En resumen, la indisolubilidad, o entra en lo concreto de la vida, o es una idea platónica. Debo añadir que muchos padres han pedido que se revise la modalidad de verificación de la nulidad del matrimonio, dando más peso al obispo. Yo mismo he hecho una propuesta en ese sentido.

-En el Sínodo también se ha hablado del sufrimiento de las parejas homosexuales. ¿Cómo mira la Iglesia hoy a estas personas?
-Está fuera de toda duda que somos lentos a la hora de asumir una mirada plenamente respetuosa con la dignidad y la igualdad de las personas homosexuales. Por lo que respecta a sus uniones, las palabras indican las cosas. No es justo suscitar, directa o indirectamente, confusión sobre algo tan decisivo como la familia. Considero que la palabra "familia", junto a la palabra "matrimonio", debe reservarse para una unión estable, abierta a la vida y entre hombre y mujer. Para la pareja homosexual habrá que encontrar otro término. También la cuestión de la filiación, sobre todo con la subrogación de la maternidad, abre un problema muy grave. Se corre el riesgo de dar al mundo hijos huérfanos con padres vivos.

-¿Existe una nueva frescura en la Iglesia?
-El Papa, con su particular estilo, que se une a nosotros llegando incluso media hora antes, que va a buscar a las personas al lugar en el que están, que viene a tomar café con nosotros, que saluda a los camareros, genera un clima nuevo. Ciertamente, la Iglesia se enfrenta a una gran prueba: la confrontación con la revolución sexual es un desafío quizás no menor que la revolución marxista. Partiendo de la autoevidencia del eros -el hombre entiende quién es en referencia a su ser situado en la diferencia sexual- debemos parangonarnos con visiones del hombre muy distintas. No basta una respuesta intelectual. Hay que regenerar desde abajo el pueblo de Dios, con una nueva educación en el amor, empezando desde la adolescencia, y con la conciencia de que la familia es el sujeto de la pastoral, y no el objeto. Nuestras parroquias, asociaciones y movimientos deben ser sobre todo moradas que muestran la belleza y la bondad del Evangelio, que entran en el necesario debate de una sociedad plural, con franqueza, apuntando al máximo reconocimiento posible.

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