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¿Transhumanismo o evolución cultural?

Por: | Publicado: Viernes 27 de junio de 2014 a las 05:00 hrs.
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Por Nicolás Jouve *


En el mes de febrero de 2013 fue noticia una entrevista publicada en la revista Spiegel On Line Internacional al biólogo George Church, Profesor de la Universidad de Harvard. La atención se centró en la excesiva fe en la biotecnología de este promotor de la llamada «biología sintética» e impulsor de una ciencia materialista y transhumanista, aparentemente sin límites. ¿Cuál es la trascendencia de esta corriente de pensamiento?
El transhumanismo se puede definir como la utilización de la tecnología para mejorar radicalmente a los seres humanos, como individuos, como sociedades y como especie, apoyándose en la convicción de que hacerlo es bueno. No se trata tanto de mejorar la salud de las personas, eliminar las discapacidades o curar las enfermedades, como de producir seres humanos más fuertes, más rápidos y atléticos y más inteligentes. ¿Cómo?, pues utilizando todos los recursos tecnológicos posibles para potenciar las facultades físicas y mentales de las personas.

Los seguidores de la corriente transhumanista creen que se debe abordar esta aproximación interdisciplinar para vencer las limitaciones que condicionan las capacidades de los seres humanos. Y para ello se introducen toda una serie de ideas al servicio de la causa: la inteligencia artificial, la robótica, la ingeniería genética, la clonación, la criogenización, la nanotecnología, la neurociencia, la biotecnología y las tecnologías informáticas. etc.

¿Y todo esto para conseguir qué? Los transhumanistas hablan de trascender las limitaciones corporales y mentales, hacer hombres mitad máquinas mitad naturales con la idea de converger a lo que llaman un punto de singularidad. Todo esto es utópico y se reduce a una especie de nueva religión basada en la fe ciega en la aplicación sin límite de unas tecnologías.

En una reunión sobre transhumanismo celebrada en New York a principios del verano pasado, -«Global Future 2045»-, se exhibían eslóganes tales como: «es un derecho humano. La gente tiene derecho a vivir y a no morir». Uno de los ponentes llegó a afirmar que: «la evolución inteligente autodirigida guiará la metamorfosis de la humanidad en una metainteligencia planetaria inmortal». ¡A saber lo qué quería decir! … pero conviene estar alertas ante estas alucinaciones pseudocientíficas.

Un ejemplo de esto lo ofrece la creación de «neuronas artificiales», un programa aprobado por la Oficina de la Alimentación y el Medicamento (FDA) de los Estados Unidos, con el fin de reemplazar neuronas dañadas por el mal de Parkinson. El dispositivo permite descargar programas directamente de un ordenador ex vivo a unos implantes de dispositivos en el cuerpo. Por ahora, estos mecanismos se reservan para enfermos de Parkinson, pero en el futuro será más difícil distinguir entre lo que es terapia y lo que se puede hacer para potenciar una capacidad mental o física. Este es el peligro, que se abren campos de exploración, que de momento se ofrecen como procedimientos para mejorar la condición de personas aquejadas de determinadas patologías, pero que pueden suponer una invitación a potenciar determinadas cualidades de unos cuantos y con objetivos más que dudosos.

La ensoñación de los transhumanistas es lograr seres humanos que vivan más años, incluso eternamente, que sean capaces de comunicarse directamente con computadoras, inmunes a todo tipo de enfermedades, con mejor salud, etc. Las ideas en sí no tendrían nada de objetables si no fuera por la visión materialista del ser humano que trasfunde todo el esquema tecnológico que promueven y también por su imposibilidad de aplicación bajo el criterio de “justicia”, uno de los principios éticos básicos de las aplicaciones médicas que sostiene la Asociación Médica Mundial desde la Declaración de Helsinki de junio de 1964.

¿Es esto bueno o malo? Pues dependerá, como en casi todo, de los medios que se utilicen y de la intención con la que se haga, pues el fin no justifica los medios y aquello que suponga una mejora de la condición humana a costa de la vida o la dignidad humana no puede considerarse aceptable. No lo es por ejemplo la utilización de embriones para hacer investigación, la clonación humana, la manipulación genética en el hombre o la ficticia creación de seres inmortales.

El filósofo alemán Hans Jonas (1903-1993), autor entre otras obras de “El principio de la responsabilidad”, denunciaba el hecho de que la ciencia actual se caracteriza por una capacidad creciente de abordar cualquier tema confundiendo los fines con los medios: «El ser humano ha aumentado su poder dominador de la naturaleza, pero no se ha preocupado por crecer con la misma intensidad en el conocimiento de las consecuencias de ese poder».

En el fondo todo lo que suponga una mejora de la salud, al alcance de todo el mundo y sin rebasar los límites éticos de una sociedad interdependiente no tiene por qué estar mal visto, ni considerarse contrario a la ética. Si así fuera nada de lo que supongan aplicaciones de la tecnología para solucionar problemas clínicos debería de ser objetable. El problema, como en todo lo que se deriva de las aplicaciones de la ciencia, son los límites y las intenciones.

El problema de los transhumanistas es que no se conforman con una simple expansión de métodos terapéuticos al servicio de una medicina social, sino que van más allá. En el argot de los transhumanistas está el término «posthumanismo» (=H+), algo así como seres con una esperanza de vida ilimitada, con una capacidad intelectual dos veces superior a la de un humano actual y dotados de un dominio total de los sentidos. El estereotipo de los posthumanos son los «cyborgs», una especie de híbridos entre humano y máquina. Este término no se refiere a la simple aplicación de una prótesis para corregir un problema dentario o de una articulación, o de un sistema reparador de una disfunción, como por ejemplo el trasplante parcial o total de un órgano, el implante de córneas artificiales, la piel artificial, el trasplante de riñón, o de unas células troncales para solucionar una enfermedad degenerativa. Si esto fuera así diríamos que el 12 por ciento de la población actual de los países más desarrollados podrían ser considerados «cyborgs». La extensión de la tecnología «cyborg» va más allá de las aplicaciones al servicio de la salud. Se piensa en la creación de criaturas mitad humanas y mitad máquinas, que es a lo que alude el término cyborg y que también define lo que se ha dado en llamar el «proyecto avatar».

De este modo, el llamado «Proyecto Cyborg», creado por Kevin Warwick, un profesor de la universidad británica de Reading trata de trascender al ser humano concreto mediante una manipulación del sistema nervioso. La idea de Warwick es llegar a convertir a un individuo en un telépata o si se prefiere en un autómata mediante la creación de un interfaz externo, a modo de control remoto, a base de conexiones de electrodos a su sistema nervioso. Una de las ideas de este proyecto es trasladar la mente, la personalidad y la memoria de un ser humano a un robot, un androide o a un ordenador. Se trata de crear un modelo informático de la conciencia humana que permita transferir la consciencia de un individuo a un soporte informático. Nada que opinar a la investigación sobre el cerebro humano, sus capacidades, su funcionamiento, etc. pero ¿para qué queremos trasladar nuestra mente a una máquina?
No se trata solo de resolver problemas de salud… ¿qué problemas de salud de una mente enferma se pueden resolver fuera del ser natural en el que se aloja? ¿No es rigurosamente reduccionista pensar que nuestro cerebro se resume en un inmenso complejo sistema de neuronas y señales eléctricas? ¿Cómo separar mente y cerebro, estando indisolublemente unidos como el cuerpo y el espíritu? En el fondo se trata de un viejo sueño, poner al hombre en el lugar de Dios.

Aparte del reduccionismo y materialismo de todas estas iniciativas, lo que todo esto revela es una mercantilización del cuerpo humano. Se trata de una ideología materialista que ignora nuestra doble naturaleza corporal y espiritual para reducir la idea del hombre a pura materia. El transhumanismo supone una deshumanización que hará que esta discutible tecnología alcance solo a unos cuantos seres seleccionados en función de criterios espurios, en detrimento del resto de la humanidad. Todo esto en el fondo es otro modo de crear castas, como la eugenesia de principios de siglo XX o la neoeugenesia de los tiempos actuales propone la selección en función de los genes de las personas o de los embriones.

Donna Haraway, una de las fundadoras del transhumanismo, autora del manifiesto «cyborg», también habla de recrear una conciencia para cambiar hacia una ideología determinada. Ha propuesto la utilización de la interacción entre la mente y la máquina su utilización como una estrategia política en favor de los intereses del socialismo, el materialismo y el feminismo radical.

Las perspectivas que ofrecen y la falta de ética de todas estas ideas, demuestran una carencia de escrúpulos y de respeto a la dignidad de las personas, además de suscitar un gran escepticismo. Aspirar a que mediante una combinación de estas tecnologías se lograran superar las capacidades humanas actuales y surgirán seres humanos más longevos, resistentes a todo tipo de enfermedades y más inteligentes, o incluso una nueva especie «posthumana» como algunos pretenden es una utopía irrealizable e irresponsable. Se quiera o no somos seres mortales, con fecha de caducidad no determinada pero ineludible. Una caducidad que no es fruto solo del desgaste físico por el deterioro celular, las enfermedades degenerativas, la acumulación de mutaciones, etc., sino determinada por un ajuste fino e interactivo de miles de elementos genéticos y funcionales que han seguido un proceso dinámico de selección natural a lo largo de nuestra evolución biológica. Si bien a nivel individual se podrán lograr muchas mejoras, como lo demuestran los enormes avances de la medicina, lo que no es creíble es lograr la inmortalidad ni crear una nueva especie. Francis Fukuyama, profesor de ciencia política y escritor americano de origen japonés, autor entre otras obras de Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution calificó al transhumanismo como «una de las ideas más peligrosas del mundo».

Recordaremos una vez más, que a diferencia del resto de las especies los humanos no nos limitamos solo a dejar descendientes y transmitir genes, sino a adquirir experiencia y conocimiento y transmitirla a nuestros hijos. Esto lo resumiríamos diciendo que el hombre no solo transmite genes sino también conocimiento. Lo cual significa que en el fenómeno humano a la evolución biológica se le añade la «evolución cultural». Esta es exclusivamente humana y se basa en la transmisión de información mediante un proceso de enseñanza y aprendizaje con independencia de la herencia biológica.

Es evidente que la mejora del bienestar a lo largo de la historia de la humanidad es fruto de las conquistas culturales del hombre, a base del desarrollo del arte, la literatura, la filosofía, la teología, la ciencia, etc., pero nunca hasta ahora se habían hecho propuestas tan arriesgadas de manipular la evolución biológica. Por ello, Sydney Brenner, un importante biólogo molecular sudafricano, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 2002, decía que: «los intentos actuales de mejorar a la especie humana mediante la manipulación genética no son peligrosos, sino ridículos», y añadía… «Supongamos que queremos un hombre más inteligente. El problema es que no sabemos con exactitud qué genes manipular»… «Solo hay un instrumento para transformar a la humanidad de modo duradero y es la cultura».

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