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REGÍSTRATE AQUÍCenador, según el Diccionario de la RAE, es una persona que cena, o cena con exceso. En México, al restorán que sirve comidas por la noche lo llaman Cenaduría. Etimologías que discurren muy alejadas del Senador (“senex”, en latín, es viejo, anciano), del Senado (consejo de ancianos), y de Senaduría: dignidad de senador. Las culturas milenarias apreciaban mucho al adulto mayor como signo y depositario de sabiduría, madurada en la experiencia y templada por la serenidad. Pero no canonizaban al anciano por el solo hecho de serlo. Ancianos sinvergüenzas eran los que, fracasado su intento de inducir a fornicación a Susana, la casta esposa de Joaquín, la condenaron a muerte con su falso testimonio, salvándose ella por la habilidad procesal de su muy joven abogado (Libro de Daniel, cap. 13). Y cuando Jesús pronunció, ante la mujer adúltera, su célebre “quien esté libre de pecado, lance la primera piedra”, los primeros en retirarse en silencio fueron los más ancianos. La mayor edad celular no garantiza mayor inteligencia ni virtud.
Algunos senadores de la República tienen evidente dificultad en distinguir estas cacofonías y reencontrarse con su original, auténtica etimología. El razonamiento maduro, prudente, informado, que aborrece la precipitación y desconfía del prejuicio estuvo ausente en sus rápidas ecualizaciones de lo ya resuelto por las jóvenes camadas de diputados. Ebrios de mesianismo vociferante y devastador, éstos asestaron un nuevo mordiscón o zarpazo tributario al patrimonio y expectativas de los creadores de riqueza; redactándolo en términos que continúan ininteligibles para los expertos. Todo ello en beneficio de una educación superior cuya prometida gratuidad universal no es para todos, y de cuya asegurada calidad no se ha dicho una palabra. Aquí los “ancianos” deshonraron su carisma y cometido de racional serenidad, y sucumbieron al síndrome de Dorian Gray, con su locura de vanidad, eterna juventud e incurable narcisismo.
Ahora pende de sus manos la vida de miles de seres humanos inocentes. La camada juvenil prestamente olvidó que están vivos porque sus padres no los abortaron, y, claro, se sintieron Césares imperiales, bajándoles el pulgar a las indefensas víctimas de fieras engordadas con el menú que irresponsablemente ofrece: “devora todo lo que te incomoda o no deseas que viva”. Su Cámara se convirtió en adocenada réplica del Circo Romano. ¿Conservará, el Senado, mayoría de miembros capaces de raciocinar sin el ardor de la prisa y el cepo del prejuicio; fieles depositarios del respeto a la ley natural, constitucional, universal y divina que prohíbe atentar directa y deliberadamente contra toda vida humana inocente?
Pronto sabremos si aun son mayoría los Senadores que brillan por la añosa, templada e inmortal sabiduría de la ciencia, la conciencia, la razón y la experiencia; o tenemos una Cenaduría cuyos Cenadores reposan ahítos, empachados, indigestados por su adolescente apetito de vanidad, poder y libertad sin límites.