El agrónomo Fernando Chiffelle es oriundo de Temuco, pero se ha dedicado por más de 25 años a desarrollar la agricultura en el desierto de la Región de Tarapacá. Para ello, el exSeremi de Agricultura y exdirector regional del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), no sólo ha desarrollado una faceta como servidor público, sino que también ha cultivado una intensa vocación empresarial a través de su productora AgroChiffelle, que comercializa y cultiva sandías y melones en las cercanías del pueblo de La Tirana.
Pero desde hace cuatro años el ingeniero agrónomo y magíster en agricultura para zonas desérticas de la Universidad Arturo Prat lidera el que probablemente sea su proyecto más ambicioso y que podría tener el mayor impacto en la industria local. Ello, porque Chiffelle está embarcado en la adaptación del azafrán para su cultivo en la Pampa del Tamarugal, apostando por un modelo productivo de alto valor y bajo consumo hídrico. El proyecto busca consolidar una nueva matriz agrícola sustentable para el norte de Chile.

“El principal desafío ha sido lograr la adaptación fisiológica del azafrán al hemisferio sur, partiendo de cormos (especie de bulbos) importados desde el hemisferio norte”, explica Chiffelle. “Este proceso implicó revertir completamente el calendario fenológico del cultivo, diseñado para otoños y primaveras europeas, a las condiciones del desierto de Tarapacá, donde las estaciones, la radiación y los fotoperíodos operan en un contexto totalmente distinto”.
El azafrán, conocido como el "oro rojo" debido a su intenso color, es una muy apetecida especia obtenida a partir de la flor de crocus sativus, una planta de la familia de las iridáceas, cuyo valor en el mercado agrícola es el más alto a nivel mundial, medido en relación a la superficie plantada, y que en el mercado minorista puede llegar a alcanzar los $ 19 mil por kilo.
El agrónomo detalla que los suelos de la Pampa del Tamarugal presentan condiciones difíciles: “son arcillosos, salino-sódicos y con muy baja materia orgánica, con alta retención hídrica y baja aireación radicular. En ese escenario, el manejo de riego y oxigenación del cormo se volvió determinante para evitar pudriciones y estrés salino”.

A pesar de las dificultades, los resultados son prometedores. “Después de cuatro años de adaptación progresiva, hemos logrado floraciones puntuales y consistentes durante la última quincena de abril y la primera de mayo, validando que el desierto más seco del mundo puede producir un azafrán de alta calidad con identidad propia” afirma.
Más allá del logro técnico, el proyecto abre nuevas posibilidades para la economía rural del desierto.
Azafrán del Tamarugal
“En un entorno donde el recurso hídrico es limitado, el azafrán ofrece una vía de producción sustentable, rentable y replicable, abriendo la puerta a una nueva matriz agrícola basada en cultivos de nicho, alto valor y bajo impacto ambiental”.
Durante la fase experimental, ha validado protocolos de inducción, riego y postcosecha propios del ecosistema del Tamarugal. “El aprendizaje clave ha sido entender que la adaptación del azafrán en el desierto requiere precisión, paciencia y experimentación continua” explica Chifelle. “El resultado, floraciones consistentes que demuestran que el desierto puede ser competitivo frente a las zonas productoras tradicionales”.
Paralelamente, el proyecto ha avanzado en la definición de los estándares que permitirán alcanzar una calidad de exportación competitiva. Todo esto, seguido de cerca y asesorado por la Facultad de Recursos Naturales de la UNAP, quienes han entregado asesoría técnica para la obtención de estigmas con altos niveles de crocina (color), picrocrocina (sabor) y safranal (aroma), parámetros que determinan su valor comercial en los mercados internacionales.

Estos aprendizajes han permitido ajustar los procesos de nutrición, secado y postcosecha buscando alcanzar calidades equivalentes a las principales zonas productoras del mundo. A mediano plazo, el objetivo es integrar nuevos agricultores mediante capacitación técnica y avanzar hacia una producción comercial nacional y exportadora bajo identidad territorial: “Azafrán del Tamarugal, símbolo de innovación agrícola en condiciones extremas” es el nombre que Fernando busca posicionar.
El agrónomo destaca que el azafrán es un cultivo de bajo consumo hídrico, alta intensidad en mano de obra calificada y alto retorno económico. “Requiere aproximadamente un 25% a 30% del agua que demanda un cultivo tradicional del Tamarugal, como la alfalfa o lechuga, lo que lo convierte en una alternativa estratégica en un territorio donde el recurso hídrico es escaso”.
Futura exportación
El proyecto se encuentra en una etapa enfocada en aumentar progresivamente el volumen de producción, buscando la comercialización en el mercado nacional y a mediano plazo, incorporar a socios agricultores interesados para avanzar en la exportación.
Se busca ser una sociedad comercializadora, con el objetivo de construir una cadena de valor competitiva. “El éxito comercial del azafrán del Tamarugal dependerá de construir una cadena de valor con tres pilares: estandarización y certificación de calidad, construcción de una marca territorial sólida y una integración.
Si articulamos bien estos pilares, Tarapacá puede liderar el mercado latinoamericano del azafrán premium y demostrar que la agricultura en el desierto no sólo es posible, sino competitiva, sostenible y rentable”, concluye.
