Inicialmente pareció un fracaso: la tribu fundadora implosionó tras amargas disputas internas; Ethereum sufrió un ciberataque masivo; estallaron los escándalos y, al igual que el bitcoin, el precio de ether se volvió increíblemente volátil, subiendo de cero a US$ 5.000, antes de desplomarse.
Pero esta semana ocurrió algo sorprendente: justo cuando la Casa Blanca publicaba un informe sobre la "Edad de Oro de las Criptomonedas", el Nasdaq celebró el décimo aniversario de Ethereum. "Ethereum ha demostrado... ser la definición de antifrágil", declaró con entusiasmo Joe Lubin, antiguo residente de aquella casa fundadora, que presenta la plataforma como "una capa de confianza fiable para nuestro mundo digital en rápido crecimiento".
Los cínicos se estremecerán sin duda de horror, mientras que los entusiastas lo celebrarán. No es de extrañar: las criptomonedas son posiblemente el tema más divisivo en las finanzas actuales. Sin embargo, sugeriría que este aniversario debería impulsar un juicio más realista, y sutil. La última década ha revelado al menos cinco puntos clave sobre las criptomonedas que los inversores deberían considerar.
En primer lugar, y el más obvio, los activos digitales no son homogéneos (aunque sus detractores los odien a todos). El bitcoin es un fenómeno unidimensional que sus defensores comparan con el "oro digital", mientras que Ethereum es una infraestructura multifacética. Las memecoins (como $TRUMP) sólo flotan gracias a un bombo exagerado, pero se supone que las stablecoins están respaldadas por activos, como los bonos del Tesoro. Esto es importante.
En segundo lugar, debemos ir más allá del pensamiento de blanco o negro con las criptomonedas. Los evangelistas que declararon hace una década que las finanzas distribuidas transformarían el mundo se equivocaron: hasta el momento, los activos digitales siguen siendo demasiado toscos, costosos y de un consumo tan excesivo de energía como para desplazar a la mayoría de las opciones de pago convencionales, y demasiado volátiles como para ser una reserva de valor fiable. La delincuencia ha estado muy extendida. Basta pensar en el caso de Sam Bankman-Fried o la censura regulatoria de la stablecoin Tether.
Pero los agoreros que predijeron la desaparición de las criptomonedas se equivocaron igualmente. Los precios de los activos digitales se han disparado (de nuevo), impulsando la capitalización de mercado de Ethereum y bitcoin hasta los US$ 455.000 millones y los US$ 2,3 billones, respectivamente. Y los aproximadamente US$ 270.000 millones en stablecoins en circulación respaldan tantas transacciones como la red de tarjetas de crédito Visa en el último año, como me comenta Glenn Hutchins, un veterano inversor tecnológico.
¿Por qué? La codicia (o la especulación) es un factor. Pero las criptomonedas se basan en una innovación interesante (el blockchain) que a veces puede ser útil (por ejemplo, para algunos pagos transfronterizos). Además, algunos actores clave y reguladores están elevando los estándares en respuesta a escándalos pasados, y redes como Ethereum están reduciendo drásticamente el consumo de energía.
En tercer lugar, las finanzas tradicionales están entrando. Esto resulta irónico, dado que los primeros evangelistas de las criptomonedas prometieron que las finanzas distribuidas derribarían a las empresas tradicionales. Pero éstas están impulsando el auge actual. Pensemos que un alto ejecutivo de BlackRock acaba de unirse a un grupo de inversión en Ethereum; o que gestores de activos tradicionales como Fidelity y BlackRock están lanzando fondos de criptomonedas; o cómo los inversores tradicionales utilizan cada vez más las criptomonedas como una estrategia de diversificación, mientras que bancos como JPMorgan gestionan sus propias blockchains y están lanzando stablecoins.
En cuarto lugar, la geopolítica de las criptomonedas está cambiando rápidamente. En la última década, la mayor parte de la innovación se produjo fuera de EEUU, en lugares como Hong Kong. Pero esta semana, Paul Atkins, presidente de la Comisión del Mercado de Valores, afirmó que quiere que ocurra en el mercado nacional. ¿Por qué? Una razón es que la propia familia Trump está muy comprometida con las criptomonedas. Otra es la sucia política: los grupos de criptomonedas fueron donantes tan importantes de Trump en 2024 que, según me dicen algunas celebridades, le dieron la victoria en las elecciones.
Pero las geofinanzas también importan. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, espera que las stablecoins basadas en dólares creen una nueva fuente de demanda de bonos del Tesoro y promuevan un mayor uso del dólar en todo el mundo. Veámoslo como un nuevo giro político a Bretton Woods en la era de Silicon Valley.
Finalmente, los efectos de segundo orden de las criptomonedas podrían resultar incluso más impactantes que los propios activos digitales, porque lo que esta innovación hace es permitirnos imaginar alternativas al statu quo financiero y geopolítico: por ejemplo, al preguntarnos si debemos depender del sistema de pagos Swift o del dominio del dólar.
No me malinterpreten: al plantear estos cinco puntos, no estoy minimizando los riesgos. Los conflictos de intereses de la Administración Trump con las criptomonedas son vergonzosos. El potencial de perjuicio para el consumidor es real. Existen riesgos para la estabilidad financiera debido a la creciente vinculación de las criptomonedas con las finanzas tradicionales y al uso de bonos del Tesoro para respaldar las stablecoins. La delincuencia y la estafa existen.
Sin embargo, es posible preocuparse por estos riesgos, y exigir una mejor regulación, pero al mismo tiempo reconocer que la tecnología subyacente puede ser útil como herramienta de diversificación geopolítica y financiera.
Por estas razones, el "cumpleaños" de Ethereum debería instar tanto a entusiastas como a agoreros a darse cuenta de que ninguno de los dos tiene toda la razón. La vida rara vez se reduce a blanco o negro, ni en las finanzas ni en ningún otro ámbito. Esto no cambiará ni siquiera si (o cuando) Ethereum cumple 20 años.