Bendición clerical a la sociedad consumista
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Había pasado apenas un mes desde que firmara su encíclica Humanae vitae, cuando en agosto de 1968, Pablo VI visitó América Latina, territorio que inspiró de manera señalada lo que teológicamente explicitara como la evangélica "opción preferencial por los pobres". En ese muy importante momento de su pontificado, consciente de la marea publicitaria mundial desencadenada contra la "Humanae vitae", principalmente desde los países ricos y desarrollados, dirigiéndose a los Pastores y al pueblo cristiano del que llamo desde entonces continente de la esperanza, dijo en el discurso inaugural de la II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, sintéticamente conocida como la Conferencia de Medellín: "Hemos tenido que decir una buena palabra, aunque grave, en defensa de la dignidad del amor y de la dignidad de la familia con nuestra reciente encíclica. La gran mayoría de la Iglesia la ha recibido favorablemente con obediencia confiada, aún comprendiendo que la norma por Nos reafirmada comporta un fuerte sentido moral y un valiente espíritu de sacrificio. Dios bendecirá esta digna actitud cristiana (...). Esa actitud es una educación ética y espiritual, coherente y profunda (...), una apología de la vida que es don de Dios, gloria de la familia, fuerza del pueblo". Y finalizaba así: "Os exhortamos, hermanos, a comprender bien la importancia de la delicada y difícil posición que, en homenaje a la ley de Dios, hemos creído un deber reafirmar; y os rogamos que queráis emplear toda posible solicitud pastoral y social, a fin de que esa posición sea mantenida, como corresponde a las personas guiadas por un verdadero sentido humano".
Doce años después, el Sínodo de 1980 calificó la encíclica del siervo de Dios, Pablo VI, como "profética", un verdadero acto de lo que el Papa Francisco llama parresia (hablar libremente y sin temor), en un contexto de opinión pública mundial fuertemente manipulada. Sus detractores llegaron a decir que había constituido, incluso, un retroceso con relación al Concilio, como si el Vaticano II no hubiese proclamado que "la fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre" y que el misterio de este, precisamente, "se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 11 y 22).
Como observó muy oportunamente en entrevista con El Mercurio el entonces Presidente de Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, hoy el Cardenal Arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, la fuerte resistencia encabezada a inicio de los noventa por teólogos alemanes contra la doctrina proclamada por Pablo VI, "constituye una bendición clerical a la sociedad consumista y permisiva occidental. Son los sacerdotes de la corte de este imperio de corrupción", concluyo. Cuando aseveraciones hechas públicas (Cfr. El Mercurio, 12.VII.14), vemos que el Padre Jorge Costadoat S.J. toma base en lo que reivindican algunos católicos de los países más ricos y secularizados de Europa, podemos entender cuanta verdad había en esas palabras de Cardenal Caffarra.
El 5 de enero de 1969, defendiendo la encíclica de Pablo VI cuya vigencia Jorge Costadoat S.J. pide revocar, el entonces arzobispo de Cracovia, hoy San Juan Pablo II, escribió en el diario de la Santa Sede, L' Osservatore Romano: "El Papa se percata tanto de las dificultades como de las debilidades a las cuales está sujeto el hombre contemporáneo. Con todo, el camino para la solución de las dificultades y problemas solo puede pasar por la verdad del Evangelio: 'No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas'" (HV, 29).