No es común encontrar en la zona central de Chile áreas extensas en buen estado ecológico. Pero en medio de esa fragmentación, aparece un oasis donde confluyen los bosques mediterráneos y la selva valdiviana. Se trata del nuevo Parque Cuenca Andina, tiene 12.400 hectáreas– lo que lo convierte en el área protegida por ley más grande de la región del Maule– y se inaugura el próximo 3 de octubre.
En él habitan especies como lagartos gruñidores, zorros culpeo, patos cortacorriente, además de coihues, canelos, cipreses y otros árboles, conformando uno de los mayores endemismos y biodiversidad de la flora chilena. Un predio de características privilegiadas, al ser la cuenca completa del estero de los Pejerreyes y que, a pesar de todo lo anterior, estuvo a punto de ser destruido.
Un asunto familiar
Juan Carlos Dörr Zegers conoció estas tierras desde niño gracias a su padre, que participó en la fundación de Los Queñes, el pueblo cordillerano cercano al parque. Recorrió los bosques, ríos y cajones junto a sus hermanos y luego junto a sus hijos.
Toda la familia tiene una cercanía especial con esta zona, tanto que en los años 80, cuando se enteraron de la inminente venta del terreno para la plantación de monocultivos de pino y eucaliptus, Juan Carlos y sus hermanos decidieron comprarlo con el único objetivo de preservarlo.
“Hicieron el esfuerzo de comprar este predio, el “Fundo la Palma”. Lo cuidaron por 40 años con el fin de proyectar la conservación en el tiempo y evitar sobre todo su subdivisión, por el daño que esto conlleva para la conservación de sus ecosistemas”, cuenta Manuel Dörr, hijo de Juan Carlos y hoy director del parque.
El esfuerzo no quedó ahí. Manuel y su hermana María Paz siguieron buscando posibilidades para conservar terrenos privados, llegando a la figura del derecho real de conservación (DRC) y a la Fundación Tierra Austral como su garante.
El DRC es una herramienta legal que formaliza la conservación de la naturaleza en una propiedad privada. Es un acuerdo firmado entre el propietario/a y un garante de conservación, donde la voluntad de preservar queda protegida legalmente en el largo plazo y no se modifica, porque, al ser un derecho real, el DRC grava la tierra. Es decir, aunque cambie de dueño, las condiciones del acuerdo se mantienen.
Para Victoria Alonso, directora de la fundación Tierra Austral, otra ventaja es su flexibilidad: “El DRC es capaz de adaptarse a las visiones de los propietarios y a los contextos locales de cada territorio. Es un instrumento que se nutre de la colaboración y de una relación de confianza entre el propietario del área y el titular del DRC (idealmente una organización garante de conservación). Este aspecto es relevante ya que implica un acompañamiento constante al propietario en el proceso de desarrollo del proyecto de conservación”.
La existencia del DRC y la certeza jurídica que entrega es especialmente importante luego de la creación, en 2023, del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP) y los cambios que trajo en la institucionalidad, según Alonso.

Más que un parque
No todas las áreas protegidas se convierten en parques. Entre los terrenos donde Tierra Austral ha actuado como garante– que suman más de 18 mil hectáreas sólo en la zona central– hay algunos en conservación estricta (con restricción de acceso a público); otros regulan el ingreso privilegiando ciertas actividades, como investigación, y finalmente están las tierras cuyos propietarios sí quisieron transformar en parque, como es el caso de Cuenca Andina.
Una vez que su DRC quedó firmado, en julio de 2023, comenzó la implementación de la infraestructura necesaria para convertirse en un parque con todas sus letras: centro de visitantes, estacionamientos y senderos, que en Cuenca Andina siguen las huellas históricas trazadas por el pueblo chiquillán y luego, usadas por los arrieros.
La protección a perpetuidad permitirá conservar de manera efectiva un hábitat que marca la transición entre el ecosistema mediterráneo– el más amenazado del país, según Tierra Austral– y el bosque esclerófilo, generando un corredor biológico que hará posible el traslado libre de especies frente a emergencias climáticas como la sequía, y resguardar recursos hídricos clave para la región del Maule.
Además de la protección de estos ecosistemas, el parque se configura como un nuevo campo de estudio -alumnos de las universidades Austral, de Talca y Católica del Maule ya se encuentran trabajando en él- y también como un posible nuevo foco de desarrollo, señala Manuel Dörr.
“La proximidad del parque con Santiago, a una distancia de dos horas y media, genera oportunidades a una gran cantidad de público, para visitantes y para investigaciones. Además, la cercanía con Los Queñes puede generar oportunidades de trabajo con una comunidad que está consciente de su entorno y proyectándose hacia un futuro donde el turismo de naturaleza puede ser una opción de crecimiento”, asevera.
La inauguración del parque es sólo el comienzo. Sus gestores están trabajando en la creación de la Fundación Cuenca Andina, lo que según Dörr ayudará a la administración del parque pero además irá más allá: “Queremos ser un modelo para que muchos predios, sin importar su tamaño, vean la conservación como una posibilidad de desarrollo real que genera grandes oportunidades y bellos desafíos en la sociedad actual”.
