Sobre una mesa larga se apilan mazos de cartas gastadas, dados de madera, fichas de colores, tableros con mapas que recuerdan otros mundos y tarjetas con instrucciones que se leen en voz alta, como si toda una familia acabara de interrumpir el juego para ir a buscar más pan con palta. La escena podría ser la sobremesa de un domingo cualquiera, pero es, en realidad, la exposición “Mesa compartida: el juego de mesa en Chile”, con la que el Mes del Diseño inauguró su decimoquinta versión.
Creado en 2011 por el entonces Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, el Mes del Diseño es una plataforma que cada noviembre reúne a universidades, gremios, museos y diseñadores de todo el país en torno a una misma idea: mostrar cómo el diseño —en todas sus formas, desde un objeto cotidiano hasta una política pública— puede transformar la vida diaria.
“Mesa compartida” es una de esas puertas de entrada. Organizada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (Mincap), junto al Centro Cultural La Moneda, la muestra propone un recorrido por más de ochenta años de historia lúdica nacional: desde los primeros naipes industriales hasta los títulos contemporáneos creados por diseñadores chilenos que hoy se exportan al mundo. En cada tablero, en cada dado, late una historia colectiva sobre cómo jugamos, qué valores compartimos y cómo, incluso en tiempos de pantallas y notificaciones, seguimos buscando reunirnos alrededor de una mesa.

El juego como industria en expansión
“El juego es una herramienta que hoy es más necesaria que nunca, porque nos hace reconectarnos, sin edad, sin idioma ni fronteras. Puedes jugar con un niño o con una persona mayor y ambos están compartiendo algo que trasciende las diferencias”, dice Trinidad Guzmán, coordinadora del área de Diseño y Servicios Creativos del Mincap.
La incorporación del diseño de juegos de mesa al Mes del Diseño no fue casualidad. Surgió, cuenta Guzmán, de un encuentro “muy natural” entre los creadores y el área que ella dirige. “Ellos empezaron a postular a los fondos de diseño para desarrollar sus juegos, y nos dimos cuenta de que se estaba formando una comunidad potente”. En esa intuición, dice, había algo más profundo: los juegos no solo como objetos de ocio, sino como un espacio cultural y afectivo. Pero no es solo nostalgia. “Hoy los juegos de mesa son la segunda industria que más se exporta después del audiovisual, y eso casi nadie lo sabe”, subraya Guzmán, quien ve una escena en pleno auge, donde ilustradores, diseñadores y narradores trabajan en red, conectando disciplinas y públicos.
Otras exposiciones destacadas de este mes son De uso común, una muestra en el Mercado Urbano Tobalaba que reúne más de diez años de diseño chileno en mobiliario y objetos, destacando a una nueva generación que experimenta con materialidades locales —biomateriales, lava del sur, fibras naturales— y hace visible su proceso creativo desde el primer boceto. Y Diseño en tránsito, un homenaje a los 50 años del Metro de Santiago que se exhibirá en la estación Quinta Normal, y que releva su historia gráfica, su sistema de información y la forma en que el transporte público también diseña identidad y memoria ciudadana.
Historia y evolución del Mes del Diseño
Cuando Trinidad Guzmán, historiadora y gestora cultural, llegó al ministerio en 2011, recién se creaba el área de diseño y nadie imaginaba que esa oficina —entonces formada por un puñado de jóvenes— terminaría articulando uno de los encuentros creativos más importantes del país. “Partimos con una semana del diseño, una cosa muy experimental, casi artesanal. Nos dimos cuenta de que había tantas actividades que no cabían en siete días y al año siguiente ya era un mes completo”, recuerda.

El impulso inicial vino de las escuelas de diseño, que vieron en la convocatoria una oportunidad para mostrar lo que se hacía en las aulas. A ellas se sumaron gremios, estudios independientes, museos y fundaciones. En poco tiempo, noviembre se convirtió en una cita fija para la comunidad creativa: el mes en que los diseñadores salían a la calle a mostrar su trabajo y en que el público se reconocía en los objetos que lo rodean.
En estos años de trayectoria, el Mes del Diseño ha sido testigo de cómo la disciplina dejó de ser solo una estética para convertirse en una manera de mirar el mundo. Ha crecido con el país: con sus crisis, sus transformaciones y su propio aprendizaje sobre el valor de lo cotidiano. “El diseño no es solo una silla o una mesa —dice Guzmán—. Es pensar en el usuario, en cómo vivimos, en cómo resolvemos los problemas de todos los días”.
Entre las ediciones más recordadas está la dedicada a los cien años de la Bauhaus, con una muestra que revisó su influencia en Chile y un catálogo de investigación que conectó el legado alemán con las materialidades locales. Viajaron a Weimar, Dessau y Berlín a conversar con investigadores. “Luego montamos una exposición preciosa sobre cómo la Bauhaus se adaptó a la realidad chilena. La historia del diseño nacional no puede entenderse sin esa influencia”.
También pasaron por el Mes del Diseño figuras internacionales como Freddy Mamani, el arquitecto boliviano que revalorizó la estética andina con sus edificios multicolores en El Alto, y el ilustrador catalán Jordi Labanda, conocido por su trabajo con Vogue y grandes marcas de moda. Todos, dice Guzmán, con un mismo requisito: “Como servicio público, cada peso invertido tiene que tener retorno. Por eso, nuestros invitados siempre hacen talleres y charlas abiertas. Esa gratuidad ha permitido que el diseño llegue a públicos muy diversos”.