El Presidente se nos endieciochó antes del 18. Frente al pronunciamiento del Banco Central que relevó el impacto que ha tenido en el empleo – en el desempleo, más bien - la disminución de la jornada laboral y el alza sustancial del salario mínimo, el Presidente intentó salir del paso, frente a una incómoda pregunta, señalando que él tenía una discrepancia con el Banco Central.
La cosa pudo haber quedado ahí, bastaba aguantar con estoicismo las sonrisas sardónicas de quienes veían a la máxima autoridad del país meterse en un tema de alta sofisticación técnica con las patas y el buche. Pero en vez de seguir el sabio y desoído consejo de no hacer nada, el oficialismo decidió redoblar la apuesta.
Y fue así como minuta mediante aparecieron diputados, senadores y ministros a apoyar al Presidente manifestando que ellos también discrepaban. Estamos en medio de la política por lo que no es necesario aportar antecedentes económicos al disentimiento, basta un par de puntos de prensa y algunos tuits para rayarle la pintura, o al menos intentar hacerlo, a una de las organizaciones más respetadas del entramado institucional del país.
Como a las malas ideas les suelen seguir ideas peores, el gobierno terminó pidiendo una reunión formal al Banco Central para discutir el tema. Cuesta pensar que con Marcel en Hacienda esto hubiese sucedido, pero de nada sirve llorar sobre la chicha derramada.
Es entendible la desazón, las modificaciones en la legislación del mercado laboral son sus principales logros de cara a su electorado – claramente, la reforma de pensiones es lo más importante, pero ahí se bailó al ritmo de la derecha – y es triste para ellos que a pocos meses de entregar el mando se ponga en cuestión sus reales beneficios por un organismo transversalmente respetado.
No menos importante es que sea la ex Ministra del Trabajo la candidata oficialista, su discurso pro trabajador se enreda cuando se le hace ver los efectos dramáticos sobre el empleo, especialmente de aquellos menos calificados. Estos últimos son las víctimas predilectas de salarios mínimos que no se corresponden con la productividad como se enseña en las primeras clases de introducción a la economía a las cuales, lamentablemente, no pudieron asistir nuestras autoridades.
Cierto es que los empellones recibidos por el Central en esta ocasión no se acercan a Trump calificando de imbécil a Jerome Powell por no someterse a sus pulsiones o a los intentos espurios de sacar a una de las integrantes de la FED de manera de poder controlar su composición. Sin embargo, no deja de ser irónico que, ante la sensación de estorbo de un ente independiente frente al relato oficial, gobernantes tan disímiles como Boric y Trump terminen atrapados en similar melcocha.
Si bien la discrepancia presidencial tiene sus costos institucionales, también podemos ver la copa media llena. Las alzas de salario mínimo han sido históricamente aprobadas, prácticamente, por unanimidad. Nadie se ha atrevido a ir en contra de un acto tan loable como subirles el sueldo a los trabajadores, de los efectos se preocuparán otros.
Curiosamente, la arremetida del gobierno ha transformado esto en tema nacional y por primera vez ha quedado instalado el concepto de que trabajar menos y fijar sueldos artificialmente altos no es gratis. Hoy no se pierde un voto diciendo que fueron medidas poco serias y mal pensadas. Este puede ser el verdadero legado de Boric. Salud, Presidente.