El Desconcierto de la Concertación
Impedir que Piñera les quite la bandera de la defensa de los trabajadores es la estrategia inmediata, pero no definitiva.
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Cuando aún permanecía sumida en el desconcierto, la Concertación fue sorprendida al enterarse de que el presidente Sebastián Piñera había instruido adelantar para este lunes los anuncios de un Nuevo Trato laboral.
El impacto que podía generar el solo hecho, sobre todo con una puesta en escena en La Moneda con la presencia de los 33 mineros, hizo temer a sus dirigentes que podía ser el golpe final que el gobierno les propinaría después del histórico rescate.
Tanto, que la situación los impulsó a salir del mutismo en que habían quedado. Porque, en su balance, una cosa era aceptar que la hazaña beneficiara políticamente a Piñera, pero otra distinta era permitir que, además, éste se quedara con la única bandera con que ellos podían tratar de neutralizar su triunfo.
Fue entonces cuando los presidentes de los partidos de la Concertación, en su reunión del lunes pasado, decidieron iniciar una contraofensiva tendiente a contrarrestar la embestida con que el gobierno pretende capitalizar su éxito en el mundo laboral, liderando las iniciativas para el mejoramiento de los estándares de trabajo en las empresas.
El acuerdo fue salir a emplazarlo, tal como lo hizo la presidenta del PPD, Carolina Tohá -en su calidad de vocera del conglomerado- aunque el tono desafiante lo puso su par del PS, Osvaldo Andrade, quien planteó que era hora de que la derecha abandonara su preocupación por los ricos, para hacerlo con los trabajadores.
Con su arremetida -que pretende desplegar tanto en el Congreso, cuestionando algunas reducciones presupuestarias, como con propuestas en el ámbito laboral, o respaldando a los trabajadores en sus conflictos- la Concertación busca impedir que le puedan arrebatar el último patrimonio que les quedaba.
Marcar la diferencia en temas como éstos, que consideran propios, era una idea que rondaba hace un tiempo en algunos líderes opositores, especialmente cuando percibían con creciente preocupación, que la estrategia de Piñera de distanciarse de un perfil que lo identifique con derecha, le estaba dando resultados. Una situación que constataron, por ejemplo, al examinar las cifras de la reciente encuesta del CERC que indicaban que el 52% de la población no encuentra diferencias entre el gobierno actual y el anterior.
En ese contexto -corroborado en parte por el sondeo de la UDP, en el que se lo percibe más similar a las administraciones concertacionistas que a la de Pinochet- la tesis de endurecer el discurso, propiciada especialmente por el PS liderado por Andrade, encontró rápida acogida, al menos como una fórmula para recuperar ese protagonismo esfumado casi por completo después de su derrota.
Pero aun cuando el presidente del PS se erige, poco a poco, como el dirigente con más peso político dentro de la Concertación -al punto que el propio ministro Cristián Larroulet lo legitimó como interlocutor en los temas laborales al reunirse a solas con él-, en el mismo conglomerado cuestionan que la estrategia de reposicionarse con una agenda focalizada en recuperar su identidad tradicional de centroizquierda, pueda ser eficiente para el propósito de recobrar la fuerza que ha perdido.
Es el debate que está instalado desde el momento en que perdieron el poder, reactivado ahora, precisamente como consecuencia del cambio político que significó la hazaña del norte.
¿Un paréntesis?
Es cierto que hasta hace poco, el criterio imperante era apostar a que estos cuatro años de administración piñerista serían sólo un paréntesis, tras el cual retornarían sin problemas al poder. Con la tesis de que, transcurrido este período, el regreso de Michelle Bachelet era prácticamente indiscutible, lo único que había que hacer era cuidar su legado, confrontando al oficialismo cada vez que éste fuera cuestionado.
Esa posición, que es la que ha mantenido precisamente Andrade -secundado para estos efectos por Camilo Escalona, además de algunos ex ministros que incluso lanzaron una página web con tales propósitos- se ha sostenido en los supuestos de que tanto Bachelet era carta imbatible para el regreso de la Concertación a La Moneda, como que la gestión de Piñera no sería especialmente lucida.
Tal como admiten incluso quienes han compartido dicha postura, ésta comenzó a perder fuerza en la medida en que se suscitaron distintos cambios en el escenario. Primero con la partida de la ex presidenta a la ONU, la que puso una dosis de incertidumbre respecto a si, más allá de sus intenciones de regresar o no, sería capaz de mantener desde Nueva York los mismos niveles de adhesión. Pero a ello se sumó, además, la creciente aprobación al gobierno, la que debería consolidarse tras la odisea de los mineros.
Quienes ahora desestiman la tesis del paréntesis, destacan que este último episodio debilitó, justamente, las bases en que se afirmaba, como eran apostar a un fracaso de la gestión piñerista, o a que la popularidad de Bachelet era inalcanzable, realidad que desmitificó la aparición del fenómeno Golborne.
¿Renovación?
En este nuevo cuadro, la apuesta a jugarse a por el retorno en cuatro años sobre la base de una estrategia meramente contestataria, comenzó a ceder espacio a quienes postulan que la única forma de rearmarse es con nuevos liderazgos, sostenidos en propuestas que no sean las mismas con las que la Concertación fue derrotada.
Es la postura que propicia una renovación con figuras como Carolina Tohá, Ricardo Lagos Weber o Claudio Orrego -las mismas que le dieron un aire distinto a la campaña en la segunda vuelta presidencial- que cuenta con el especial impulso de personeros como Ricardo Lagos padre, Enrique Correa, más otros de los antiguos dirigentes que protagonizaron los éxitos de la Concertación de los 90.
Estableciendo una diferencia con quienes apuestan al retorno de Bachelet, los impulsores de la renovación parten de la base de que los cambios en el escenario demandan una actitud diferente frente al gobierno, al constatar por los datos de las encuestas, que la población castiga las posturas confrontacionales.
Pero aun cuando se trate de una apuesta ampliamente compartida, sobre todo ahora, sus propios impulsores admiten que no han sido capaces de elaborar una agenda con ideas que les permita reencantar a la ciudadanía, en parte porque han sido descolocados por el perfil que ha ido imponiendo Piñera.
Marca agotada
La idea de impulsar una renovación desde dentro, a partir de restablecer los contactos con las bases sociales para atender sus nuevas demandas, topa, sin embargo, con que incluso la marca Concertación está agotada, al punto de que sólo la mitad de ese 38% que se define como opositor, se identifica con el conglomerado.
Ese es uno de los argumentos que alienta a quienes postulan la posibilidad, al menos, de pensar en algo distinto que dé cuenta de que la derrota fue consecuencia de que emergió otra sociedad, esa que en parte adhirió a Marco Enríquez-Ominami, la que ahora mira con expectación al piñerismo.
En momentos en que este debate estaba marcando la agenda interna de la Concertación, ésta fue sorprendida por el éxito que se anotó Piñera, que la terminó de desconcertar.
Con ironía comentan, incluso, que el único beneficio que ellos consiguieron con este episodio, fue que pasó prácticamente inadvertido el desorden en el Congreso por el incumplimiento de algunos de sus parlamentarios del primer acuerdo que, con dificultades, habían logrado en estos meses, como fue el del royalty minero.
Es precisamente en este escenario, en el que líder del PS, Osvaldo Andrade, encontró la oportunidad para asumir el liderazgo tomando la conducción en los temas laborales que él maneja. Una situación que podría augurar que en el período que se aproxima, la Concertación no tendrá muchas otras opciones que sumarse a la estrategia de establecer una agenda tendiente a emplazar a La Moneda con los temas más duros.
Con ello, incluso quienes no comparten la idea de focalizarse en materias que no consideran atractivas, asumen que por lo menos les permitirá contrarrestar la embestida piñerista.
Pero por ahora. Porque la sensación generalizada es que, en ningún caso, con las ideas del pasado podrán recuperar la épica que necesitan para para volver a ser mayoría.