Por Andrés Velasco
Si tomamos un taxi en Sao Paulo, experimentaremos el tráfico enloquecedor y las calles sucias de una metrópolis de un país emergente. Pero a la hora de pagar, puede parecer que estamos en Boston, Luxemburgo o Zurich: el valor del real brasileño, al igual que el de las monedas de muchos países emergentes, es alto y podría aumentar más.
Un alto funcionario de EEUU solía decir que las monedas fuertes dan lugar a países fuertes. Muchos exportadores de los países emergentes, que tienen dificultades para conservar a sus clientes en los tambaleantes mercados de EEUU y Europa, opinan lo contrario.
Durante décadas, los países en desarrollo soñaron con un nirvana de precios muy elevados de las materias primas y tasas de interés internacionales muy bajas. Pero tal vez los ministros de finanzas de Lima, Bogotá, Pretoria o Yakarta debieron haber reflexionado con más cuidado sobre sus deseos. ¿El problema? Una invasión de flujos de capital de corto plazo que huyen de los países avanzados y su lento crecimiento y sus bajas tasas de interés.
En la reunión del BID que se celebró el mes pasado en Calgary, se informó que en 2010 US$ 266 mil millones entraron a las siete economías más grandes de América Latina, en comparación con el promedio de
US$ 50 mil millones anuales que se registró entre 2000 y 2005. Y mientras que en 2006 sólo el 37% de las entradas eran de capital especulativo que puede salir en cualquier momento, el año pasado esos flujos representaron el 69% del total.
¿Qué está sucediendo? Los países emergentes de A. Latina, Asia oriental, Europa del Este y África son simples espectadores de la lucha entre EEUU y China por las monedas y los desequilibrios comerciales. Y los espectadores están recibiendo algunos de los golpes más duros.
Desde hace ya una década, la economía mundial ha sufrido tremendos desequilibrios: enormes superávits externos en países como China, Japón, Alemania, Suiza y los productores de petróleo igualados por déficits externos igualmente grandes en EEUU, Reino Unido, España y otros. Los desequilibrios se redujeron temporalmente, puesto que la crisis financiera global provocó que la demanda privada cayera en EEUU, el Reino Unido y otros países. Pero a partir de 2010 los desequilibrios reaparecieron y, según las Perspectivas de la Economía Mundial que publicó recién el FMI, no se reducirán antes de 2016. Los comunicados del G-20 reiteradamente contienen compromisos para “ajustar” y “equilibrar” la economía mundial, pero esas promesas no se han cumplido.
Los sistemas financieros que siguen teniendo problemas y los enormes déficits fiscales impiden que la demanda interna se amplíe en los países occidentales con déficit (especialmente EEUU). Al mismo tiempo, una falta de voluntad para renunciar al crecimiento impulsado por las exportaciones tiene el mismo efecto en los países orientales con superávit (especialmente China). Como resultado, según el FMI los países emergentes se han visto obligados a soportar “una carga desproporcionada del reequilibrio de la demanda desde la crisis”.
Los países con superávit acumulan enormes reservas de divisas extranjeras, y esos recursos deben invertirse en algún lugar. Antes de la crisis, una parte sustancial de ese dinero se invertía en bienes inmuebles estadounidenses, españoles o irlandeses. Actualmente, ese mercado está muerto, y el dinero debe irse a otro sitio. Europa, que atraviesa una tremenda crisis bancaria y de deuda, no es un destino atractivo, y la política monetaria poco rígida de EEUU ha dado lugar a rendimientos extremadamente bajos de sus bonos. Como resultado, muchos países emergentes, con sus tasas de interés más elevadas y perspectivas de crecimiento prometedoras, se han hecho irresistiblemente atractivos para los inversionistas.
Después de los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto y Libia, los analistas de Wall Street se muestran menos optimistas sobre la estabilidad política en los países emergentes. Además, un rendimiento flojo en los mercados de capitales de algunos países latinoamericanos y asiáticos -tras desempeños espectaculares en 2010- ha apagado un poco el brillo de la moda de las inversiones en los países emergentes. No obstante, el dinero sigue llegando.
Esta invasión de dólares está haciendo que la gestión macroeconómica en los países emergentes sea aún más difícil. Si se prevé que los precios altos de las materias primas persistirán, cierto fortalecimiento de las monedas es a la vez deseable e inevitable. Pero entre un ajuste ordenado ante el cambio de las condiciones y una reacción exagerada del mercado hay una línea muy sutil; y las personas sensatas de muchas de las capitales de los países emergentes se están preguntando si ya hemos cruzado esa línea.
La pérdida de competitividad de las exportaciones como resultado de monedas excesivamente fuertes no es el único problema. Las enormes entradas de capital provocaron burbujas inmobiliarias y de los mercados de valores en EEUU y parte de Europa. Actualmente, algunos responsables del diseño de políticas de América Latina, a quienes les preocupa que pueda suceder lo mismo en sus países, están buscando herramientas de política para impedirlo.
Como resultado, la política llamada de “facilitación cuantitativa” de la Reserva Federal de EEUU se está desplazando hacia el sur, donde adopta la forma de intervención en el mercado de divisas. Si los bancos centrales de los países ricos pueden comprar bonos a largo plazo, los bancos centrales de los países emergentes pueden comprar bonos denominados en dólares. Incluso países que practican el establecimiento de objetivos de inflación y que por lo demás, se han comprometido a dejar que sus tipos de cambio floten -Chile, por ejemplo- lo han hecho, y en grandes cantidades.
Se debe prever que las políticas macrocautelares se irán también al sur y que en ese proceso se redefinirán. Si la compra de dólares no es suficiente para detener la oleada de apreciación, las instancias de reglamentación de las economías emergentes levantarán una serie de barreras de otro tipo para que el dinero no entre.
Todas estas políticas tienen costos. No son las mejores respuestas de política local a un mecanismo inoperante de ajuste (o no ajuste) internacional. Un mejor sistema para reequilibrar la economía mundial es tan necesario como improbable. Todo lo que podemos esperar es el próximo comunicado del G-20.
Copyright: Project Syndicate,
2011. Traducción de Kena Nequiz