El Partido Demócrata de Estados Unidos mira con optimismo la elección del próximo martes, no sólo por la ventaja en las encuestas de su carta presidencial, Hillary Clinton, sino porque en ambos lados del espectro político reconocen posibilidades de que la colectividad recupere la posición de mayoría en el senado, dominado por el Partido Republicano durante los últimos dos años.
En declaraciones anónimas a Reuters, asesores del partido de Donald Trump, cuyo bando se ha visto dividido por los constantes escándalos y declaraciones incendiarias del magnate neoyorquino, reconocen que “las cosas no se ven bien. El senado está perdido”.
En el centro de esa derrota están, al menos, seis estados que, actualmente, tienen un senador de cada uno de los dos grandes partidos estadounidenses en la cámara alta: Pensilvania, Illinois, Wisconsin, Nueva Hampshire, Carolina del Norte y Missori. Adicinalmete, en territorios como Nevada y Florida también hay posibilidades de que se impongan los demócratas.
La victoria podría ser holgada. Los demócratas tienen en juego apenas diez escaños el próximo martes, mientras que los republicanos arriesgan 24. Para lograr la mayoría, el partido de Clinton necesita arrebatarle apenas cuatro a su rival. Un reporte de Cook Political Report predice que lograrían entre cinco y siete, lo que lo dejaría con una mayoría, aunque por debajo de los 60 escaños necesarios para aprobar cambios radicales. La misma fuente anónima del partido dijo a Reuters que, a nivel nacional, “la razón por la que perderemos el senado, si lo perdemos, es Donald Trump”.
Las disputas y el factor hispano
En Pennsylvania, el senador republicano Pat Toomey enfrenta una carrera ajustada contra la candidata demócrata Katie McGinty y, según asesores del partido conservador, la figura del candidato presidencial es negativa para su carrera. “Es peso muerto en la papeleta”, sentencian.
En Missouri, el demócrata Jason Kander intenta sacar de su asiento al conservador Roy Blunt, al igual que lo hace Deborah Ross con el congresista Richard Burr en Carolina del Norte. Los analistas apuntan a que, en esta última, la elección de hace cuatro años se definió por un candidato presidencial que logró convocar a votantes republicanos y una popularidad decreciente del presidente Barack Obama. Ninguno de esos factores está presente hoy.
Las razones son más obvias en otros estados. A medida que la población de origen latino crece en el electorado estadounidense, el partido conservador ha hecho intentos por conquistarla. Pero incluso antes de resultar nominado, Trump ya estaba aplastando esos esfuerzos, con un discurso anti inmigración que se ha acercado peligrosamente al racismo.
Nevada, Florida y Arizona son algunos de los territorios en los que el voto hispano podría tener mayor influencia. En el primero, el grupo conservador Libre Initiative -fuertemente crítico de Trump- dejó de lado la carrera presidencial para enfocarse en asegurar una victoria republicana en el Senado. En el segundo, el ex precandidato presidencial del partido conservador, Marco Rubio, supera con dificultad a su contendor. En el último, el senador John McCain retiró el apoyo al candidato de su partido a la presidencia para asegurar su reelección y, tras ello, disfruta una ventaja holgada en las encuestas.
El factor Obama podría tener una importancia especial en algunos de los estados mencionados, como Pennsylvania, Nevada y New Hampshire. En ellos, el hoy presidente ganó las últimas dos elecciones para llegar a la Casa Blanca.
Desconfianza en Trump
Una encuesta de Reuters/Ipsos la semana pasada mostró que, entre los militantes del Partido Republicano, la confianza en su nominado a la presidencia va en caída libre. Si en septiembre un 58% creía que Trump llegaría a la Casa Blanca, en octubre esa cifra se redujo a 40%. Con ello, es mayor la proporción que cree que el candidato perderá la carrera ante Clinton.
En contraparte, la maquinaria de la ex secretaria de Estado ha logrado movilizar millones de dólares y construir una narrativa basada en el repudio a los escándalos del republicano. “El equipo de Hillary Clinton ha sido una marea que está elevando a todos los botes para cada uno de los candidatos en toda la papeleta”, dijo a Bloomberg el estratega demócrata Brad Crone.
El experto detalló que “el mecanismo de convocatoria es más sofisticado que el que usó Obama en 2008”. Según explicó, los esfuerzos de la campaña demócrata se abocan a convencer a “republicanos suaves”, incluyendo a quienes conviven con una persona no afiliada a ningún partido.
Los índices de aprobación hacia Obama, que han visto alzas leves, y la fuerte inversión de la campaña demócrata podrían surtir efecto el próximo martes, pero, si los republicanos pierden la mayoría en la cámara alta, seguramente mirarán a la campaña de Trump como la principal responsable.
Votación adelantada
Hasta la semana pasada, ya eran 17 millones los electores de EEUU que habían entregado sus votos, ya sea por correo o de manera presencial, según consignó el Wall Street Journal. Aunque sus preferencias aún se mantienen en secreto, los medios analizan la asistencia de militantes registrados a las urnas ya abiertas en estados como Florida, Nevada, Iowa y Carolina del Norte, algunos de ellos cruciales en esta elección. En los dos primeros, los datos compilados por United States Elections Project y AP apuntaban a que Hillary Clinton lograba una ventaja importante. En Iowa, en tanto, Donald Trump aventajaba, con el respaldo tradicional que ese estado otorga al Partido Republicano.
