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Presidente colombiano se equilibra entre entusiasmo y realismo
Por: | Publicado: Martes 15 de febrero de 2011 a las 05:00 hrs.
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Por J. P. Rathbone y N. Mapstone
El colombiano Juan Manuel Santos está en la cresta de la ola: es probable que su 90% de popularidad lo haga el presidente con mayor aprobación en el mundo. Luego de que este autoproclamado político “de extremo centro” ganara las elecciones de agosto con 70% de los votos, asumió la presidencia con celo modernizador y un inteligente pragmatismo.
Cedieron las tensiones con el presidente de Venezuela Hugo Chávez. El líder del país vecino solía burlarse de su par colombiano describiéndolo como títere de los yanquis, pero ahora se refiere a él como “mi nuevo mejor amigo”.
Su primera visita de Estado fue a Brasil y aún debe viajar a Estados Unidos, un profundo cambio de énfasis respecto de su predecesor Álvaro Uribe, gobierno en el que Santos se desempeñó como ministro de defensa.
Mientras EE.UU. titubea sobre si ratificar el tan demorado acuerdo de libre comercio, Colombia está firmando pactos comerciales con Japón y Corea del Sur. También está a punto de implementarse un convenio con Canadá.
“El hecho de que haya otros países con los que quiero tener buenas relaciones no significa que esté quitándole prioridad a EE.UU.”, explicó.
Mientras tanto, el éxito de Colombia bajo la administración de Uribe en su lucha contra los narcotraficantes e insurgentes de izquierda permitió a Santos dar rienda suelta a iniciativas que buscan modernizar el tercer país más grande de Sudamérica.
“Demasiado a menudo en América Latina dedicamos el 80% de nuestro tiempo en hablar del pasado, y sólo el 20% en ocuparnos del futuro. En Asia sucede a la inversa,” comentó.
Su deseo de invertir esos porcentajes se refleja en su decisión de mejorar la infraestructura de Colombia: hoy cuesta lo mismo transportar mercaderías desde China que acercarlas desde la costa hasta Bogotá. Una propuesta particularmente ambiciosa es que los chinos construyan una alternativa al Canal de Panamá.
“Todo depende de cómo se financien esas mejoras de infraestructura,” aseguró en alusión al presupuesto. “Si se puede hacer con inversión extranjera, mediante concesiones, el límite es el cielo”, agregó.
Otra señal de su fuerte determinación es el énfasis puesto en las políticas sociales y la lucha contra la corrupción en un país con uno los niveles de inequidad más altos del mundo. El Congreso está debatiendo dos leyes que indemnizarán a las víctimas de la violencia en Colombia, que lleva décadas, y devolverán las tierras tomadas por los guerrilleros o grupos paramilitares durante el enfrentamiento. “Tenemos que sanar las heridas (...) Es simbólico,” señaló.
Santos reconoce que su gobierno de siete meses, quizás no pueda cumplir con todo lo que ha prometido. “Hay muchos enemigos (de la reforma)”, aseveró. “Soy consciente de los peligros (...) Es una prueba muy difícil”, agregó. Pero Santos es tan realista como ambicioso. Y esas características son evidentes en su forma de abordar la legalización de las drogas: “No soy un fundamentalista. Si el mundo considera que la legalización es una solución, con mucho gusto aceptaré eso”. Mientras tanto, “la lucha contra el narcotráfico es una cuestión de seguridad nacional”, como debería ser en el Reino Unido, Europa y África.
El colombiano Juan Manuel Santos está en la cresta de la ola: es probable que su 90% de popularidad lo haga el presidente con mayor aprobación en el mundo. Luego de que este autoproclamado político “de extremo centro” ganara las elecciones de agosto con 70% de los votos, asumió la presidencia con celo modernizador y un inteligente pragmatismo.
Cedieron las tensiones con el presidente de Venezuela Hugo Chávez. El líder del país vecino solía burlarse de su par colombiano describiéndolo como títere de los yanquis, pero ahora se refiere a él como “mi nuevo mejor amigo”.
Su primera visita de Estado fue a Brasil y aún debe viajar a Estados Unidos, un profundo cambio de énfasis respecto de su predecesor Álvaro Uribe, gobierno en el que Santos se desempeñó como ministro de defensa.
Mientras EE.UU. titubea sobre si ratificar el tan demorado acuerdo de libre comercio, Colombia está firmando pactos comerciales con Japón y Corea del Sur. También está a punto de implementarse un convenio con Canadá.
“El hecho de que haya otros países con los que quiero tener buenas relaciones no significa que esté quitándole prioridad a EE.UU.”, explicó.
Mientras tanto, el éxito de Colombia bajo la administración de Uribe en su lucha contra los narcotraficantes e insurgentes de izquierda permitió a Santos dar rienda suelta a iniciativas que buscan modernizar el tercer país más grande de Sudamérica.
“Demasiado a menudo en América Latina dedicamos el 80% de nuestro tiempo en hablar del pasado, y sólo el 20% en ocuparnos del futuro. En Asia sucede a la inversa,” comentó.
Su deseo de invertir esos porcentajes se refleja en su decisión de mejorar la infraestructura de Colombia: hoy cuesta lo mismo transportar mercaderías desde China que acercarlas desde la costa hasta Bogotá. Una propuesta particularmente ambiciosa es que los chinos construyan una alternativa al Canal de Panamá.
“Todo depende de cómo se financien esas mejoras de infraestructura,” aseguró en alusión al presupuesto. “Si se puede hacer con inversión extranjera, mediante concesiones, el límite es el cielo”, agregó.
Otra señal de su fuerte determinación es el énfasis puesto en las políticas sociales y la lucha contra la corrupción en un país con uno los niveles de inequidad más altos del mundo. El Congreso está debatiendo dos leyes que indemnizarán a las víctimas de la violencia en Colombia, que lleva décadas, y devolverán las tierras tomadas por los guerrilleros o grupos paramilitares durante el enfrentamiento. “Tenemos que sanar las heridas (...) Es simbólico,” señaló.
Santos reconoce que su gobierno de siete meses, quizás no pueda cumplir con todo lo que ha prometido. “Hay muchos enemigos (de la reforma)”, aseveró. “Soy consciente de los peligros (...) Es una prueba muy difícil”, agregó. Pero Santos es tan realista como ambicioso. Y esas características son evidentes en su forma de abordar la legalización de las drogas: “No soy un fundamentalista. Si el mundo considera que la legalización es una solución, con mucho gusto aceptaré eso”. Mientras tanto, “la lucha contra el narcotráfico es una cuestión de seguridad nacional”, como debería ser en el Reino Unido, Europa y África.