Misión
Padre Raúl Hasbún
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50 años atrás irrumpió en nuestra TV la serie “Misión: Imposible”. Una voz en “off” describía un complot criminal y encargaba a otros desbaratarlo. El encargo era tan peligroso que su grabación se autodestruía en 15 segundos. Y la descomunal desproporción que existía entre la magnitud de las dificultades y las probabilidades de éxito justificaba el título de la serie: “Misión: Imposible”.
Tanta fue la audiencia cosechada que sus realizadores la llevaron al cine en cuatro o cinco versiones. Y es por algo más que la atracción del suspenso y el deseo de ver triunfar el bien sobre el mal. El esquema básico de la serie devela y da vuelo a un atributo congénito del ser humano: salir de sí mismo y dejarse enviar por otro que es más grande que uno, a emprender lo que también se ve más grande que uno. Sí: el hombre supera infinitamente al hombre. Sublime paradoja. Sólo se explica por la convicción de que todo es posible, si así uno lo cree y pone los medios apropiados. Naturalmente social, el ser humano es por esencia misionero.
La fe cristiana no ha hecho otra cosa (magna cosa, por cierto) que conferirle divina solemnidad, urgencia, respaldo y sanción a ese atributo congénito del ser humano. Solemnidad: ¿quién te envía? Dios. El Ser supremo. Jesucristo. Tu conciencia moral, embajadora de decretos divinos. Terrible cosa es negarse a un encargo divino: es traicionar el Amor. Porque el que envía se llama así, Amor. Y te envía a proclamar la Buena Noticia de que el Amor existe, trabaja y vence siempre, incluso a la muerte. ¿Cuánto tiempo tienes para pensarlo, responder y comenzar la misión? Ninguno. La urgencia es máxima, porque el Amor tiene prisa y no sabe esperar. ¿Y quién toma a su cargo la logística de tu misión? El mismo que te envió. ¿Quién envía a su hijo o servidor al supermercado sin darle la lista de lo que hay que comprar y el dinero para pagar? El que te envió proveerá y nada te habrá de faltar: así de simple. Dios es simple. No le des más vueltas ni empieces a urdir pretextos o chivas: que eres muy inexperto, débil, carente de prestancia o habilidades específicas. El que te envió proveerá. Tú simplemente aporta tu fe, ductilidad y buena voluntad. Pregunta, como Saulo: “Señor ¿qué quieres que haga?”. Y luego imita a María: “Hágase!”. Porque te pedirán cuenta, habrá auditoría celestial: “¿cumpliste mi encargo de amarme en los demás?”. Y sanciones: vida o desdicha eternas.
Los encargos divinos pueden y deben cumplirse en cualquier estado, condición o lugar. Tan misionero es el niño como el anciano, el enfermo como el guerrero, el obispo como el laico, la parlamentaria como la dueña de casa. Grábatelo: tú eres el protagonista de “Misión: Imposible”.