Veinte años después, Alemania sigue dividida
Por: | Publicado: Lunes 4 de octubre de 2010 a las 05:00 hrs.
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Por Quentin Peel
Matthias Platzeck, era un "elemento extraño" cuando los comunistas dirigían Alemania Oriental y se convirtió en un disidente en el movimiento de los ciudadanos que finalmente derrocó a su régimen.
Hoy es el primer ministro social demócrata de Brandeburgo, el estado federal que rodea Berlín, y miembro de la clase política. Así que cuando en una entrevista reciente Platzeck calificó a la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990 de Anschluss, horrorizó a varios de sus colegas orientales. Esa fue la palabra usada por Adolf Hitler para defender la anexión nazi de Austria en 1938.
Angela Merkel, la canciller alemana y también proveniente del Este, lo desautorizó. La reunificación era lo que los alemanes del Este querían, dijo. No fue un proceso impuesto.
Es cierto. Los manifestantes de Alemania oriental que inundaron las calles de Leipzig y Berlín en 1989, cambiaron rápidamente sus gritos anti-comunista de "Somos el pueblo" a "Somos un solo pueblo" tan pronto como cayó el Muro de Berlín. En pocos meses, ambos países habían firmado un tratado de unificación.
Platzeck y sus amigos en el movimiento ciudadano no eran los únicos preocupados por la velocidad de los acontecimientos. También lo estaban dos de los aliados más cercanos de Alemania Occidental, François Mitterrand, presidente de Francia, y Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña. Temían que una Alemania unida alterara el equilibrio en la Unión Europea y surgiera como la potencia dominante en un nuevo orden europeo.
Veinte años después, estos temores no se han cumplido. La mayoría de los analistas alemanes cree que la "república de Berlín" es un lugar muy distinto a la "república de Bonn", llamada así por la antigua capital de Alemania occidental. Pero las diferencias se relacionan más con el doloroso proceso que ha resultado ser la unificación, en el este y el oeste, que a la aparición de un poder hegemónico en el centro de Europa.
Cuando Platzeck utilizó la palabra Anschluss, quiso decir que la unificación fue una toma de control desde el oeste, no una fusión entre iguales. "Estoy feliz de vivir en democracia y libertad", dijo en sus oficinas en Potsdam la semana pasada. "Pero se nos debe permitir decir lo que se hizo mal. La regla era: "Todo lo que es bueno viene desde el oeste. Nada bueno viene del este" ... Uno debe permitir que el grupo minoritario conserve algunos símbolos y valores".
Las encuestas de opinión sugieren que las consecuencias duelen en Alemania oriental hasta hoy, aunque el estado de ánimo ha mejorado. Por primera vez desde 1990, una estrecha mayoría de los alemanes considera que las dos mitades del país están creciendo juntos como una sola nación: el 48% dijo Sí y el 47% dijo que No, según una encuesta realizada por Forsa para la revista Stern la semana pasada.
En otra encuesta, del Instituto Allensbach, publicada en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, 53% de los alemanes occidentales y 57% los orientales, dijeron que la unificación era motivo de alegría. El sondeo también mostró que los orientales perciben a los occidentales como "arrogantes", mientras que los occidentales resienten tener que pagar para apoyar la economía del este y creen que sus primos del Este son desagradecidos.
El gobierno alemán se niega a publicar la cifra total de las transferencias financieras de oeste a este. Después de la unificación, muchas empresas estatales cerraron o se vendieron a bajo precio a compañías occidentales y se achicaron drásticamente. Unos 4,3 millones de alemanes orientales partieron al oeste en busca de trabajo, mientras que 2,6 millones de occidentales se movieron en la dirección opuesta. El gobierno de Bonn devolvió dinero en forma de subsidios sociales, pensiones, inversión en infraestructura, carreteras y telecomunicaciones, programas de reciclaje, escuelas y hospitales. Pero el daño ya estaba hecho.
"En el oeste, se olvidan de que en los "90 hubo una desindustrialización total en el este", dijo Platzeck. "El 80% de los trabajadores de Alemania del Este tuvo que aprender una nueva profesión. Miles de personas fueron expulsadas de sus hogares cuando volvieron los antiguos propietarios. Puede que haya sido legalmente correcto, pero no tenía nada que ver con la justicia o la libertad".
Ulrich Blum, presidente del Instituto de Investigación Económica de Halle, pone los "costos brutos" de la unificación alemana en 1.500 millones de euros. Pero cree que esa cifra es engañosa. La mayoría parte de los orientales que se fueron, dice, eran "sobre todo jóvenes y educados". Había más mujeres jóvenes los hombres, a medida que las tasas de participación laboral femenina en el este (tradicionalmente más del 90%) bajaban a los niveles occidentales.
La combinación de incertidumbre económica y el éxodo de trabajadores jóvenes, especialmente mujeres, provocó una drástica caída de la tasa de natalidad en el este de Alemania a menos de la mitad del nivel de unificación. Se ha recuperado de forma gradual.
La demografía de Alemania del Este ha producido una población que envejece rápidamente y al mismo tiempo se contrae: se está convirtiendo en una región de pensionados y desempleados de largo plazo, lo que la hace aún más dependiente de las transferencias desde el oeste.
Las cifras de desempleo han bajado. Pero Blum está preocupado. Ve similitudes entre la caída del comunismo en Alemania oriental y el colapso de la economía basada en la esclavitud en el sur de EE.UU. después de la guerra civil en el siglo 19. "Los costos fijos del comunismo eran muy altos, pero los marginales muy bajos, porque entrenaban bien a la gente, pero les pagaban muy poco", dice. "No había ningún incentivo para racionalizar, porque la mano de obra era demasiado barata".
Con la unificación alemana, los salarios se dispararon: los sindicatos occidentales actuaron para negociar con los empresarios en nombre de los orientales. Además de demostrar su solidaridad, no tenían ningún interés en que hicieran bajar los sueldos occidentales. "De repente, la mano de obra se encareció, lo que llevó a una racionalización dramática, desempleo generalizado y una emigración de las élites. Externos se hicieron cargo del país. Es la historia de Lo que el viento se llevó", dice Blum.
El sur de EE.UU. necesitó 60 años para recuperarse y él cree que Alemania del Este necesitará por lo menos dos generaciones para ponerse al día.
Matthias Platzeck, era un "elemento extraño" cuando los comunistas dirigían Alemania Oriental y se convirtió en un disidente en el movimiento de los ciudadanos que finalmente derrocó a su régimen.
Hoy es el primer ministro social demócrata de Brandeburgo, el estado federal que rodea Berlín, y miembro de la clase política. Así que cuando en una entrevista reciente Platzeck calificó a la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990 de Anschluss, horrorizó a varios de sus colegas orientales. Esa fue la palabra usada por Adolf Hitler para defender la anexión nazi de Austria en 1938.
Angela Merkel, la canciller alemana y también proveniente del Este, lo desautorizó. La reunificación era lo que los alemanes del Este querían, dijo. No fue un proceso impuesto.
Es cierto. Los manifestantes de Alemania oriental que inundaron las calles de Leipzig y Berlín en 1989, cambiaron rápidamente sus gritos anti-comunista de "Somos el pueblo" a "Somos un solo pueblo" tan pronto como cayó el Muro de Berlín. En pocos meses, ambos países habían firmado un tratado de unificación.
Platzeck y sus amigos en el movimiento ciudadano no eran los únicos preocupados por la velocidad de los acontecimientos. También lo estaban dos de los aliados más cercanos de Alemania Occidental, François Mitterrand, presidente de Francia, y Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña. Temían que una Alemania unida alterara el equilibrio en la Unión Europea y surgiera como la potencia dominante en un nuevo orden europeo.
Veinte años después, estos temores no se han cumplido. La mayoría de los analistas alemanes cree que la "república de Berlín" es un lugar muy distinto a la "república de Bonn", llamada así por la antigua capital de Alemania occidental. Pero las diferencias se relacionan más con el doloroso proceso que ha resultado ser la unificación, en el este y el oeste, que a la aparición de un poder hegemónico en el centro de Europa.
Cuando Platzeck utilizó la palabra Anschluss, quiso decir que la unificación fue una toma de control desde el oeste, no una fusión entre iguales. "Estoy feliz de vivir en democracia y libertad", dijo en sus oficinas en Potsdam la semana pasada. "Pero se nos debe permitir decir lo que se hizo mal. La regla era: "Todo lo que es bueno viene desde el oeste. Nada bueno viene del este" ... Uno debe permitir que el grupo minoritario conserve algunos símbolos y valores".
Las encuestas de opinión sugieren que las consecuencias duelen en Alemania oriental hasta hoy, aunque el estado de ánimo ha mejorado. Por primera vez desde 1990, una estrecha mayoría de los alemanes considera que las dos mitades del país están creciendo juntos como una sola nación: el 48% dijo Sí y el 47% dijo que No, según una encuesta realizada por Forsa para la revista Stern la semana pasada.
En otra encuesta, del Instituto Allensbach, publicada en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, 53% de los alemanes occidentales y 57% los orientales, dijeron que la unificación era motivo de alegría. El sondeo también mostró que los orientales perciben a los occidentales como "arrogantes", mientras que los occidentales resienten tener que pagar para apoyar la economía del este y creen que sus primos del Este son desagradecidos.
El gobierno alemán se niega a publicar la cifra total de las transferencias financieras de oeste a este. Después de la unificación, muchas empresas estatales cerraron o se vendieron a bajo precio a compañías occidentales y se achicaron drásticamente. Unos 4,3 millones de alemanes orientales partieron al oeste en busca de trabajo, mientras que 2,6 millones de occidentales se movieron en la dirección opuesta. El gobierno de Bonn devolvió dinero en forma de subsidios sociales, pensiones, inversión en infraestructura, carreteras y telecomunicaciones, programas de reciclaje, escuelas y hospitales. Pero el daño ya estaba hecho.
"En el oeste, se olvidan de que en los "90 hubo una desindustrialización total en el este", dijo Platzeck. "El 80% de los trabajadores de Alemania del Este tuvo que aprender una nueva profesión. Miles de personas fueron expulsadas de sus hogares cuando volvieron los antiguos propietarios. Puede que haya sido legalmente correcto, pero no tenía nada que ver con la justicia o la libertad".
Ulrich Blum, presidente del Instituto de Investigación Económica de Halle, pone los "costos brutos" de la unificación alemana en 1.500 millones de euros. Pero cree que esa cifra es engañosa. La mayoría parte de los orientales que se fueron, dice, eran "sobre todo jóvenes y educados". Había más mujeres jóvenes los hombres, a medida que las tasas de participación laboral femenina en el este (tradicionalmente más del 90%) bajaban a los niveles occidentales.
La combinación de incertidumbre económica y el éxodo de trabajadores jóvenes, especialmente mujeres, provocó una drástica caída de la tasa de natalidad en el este de Alemania a menos de la mitad del nivel de unificación. Se ha recuperado de forma gradual.
La demografía de Alemania del Este ha producido una población que envejece rápidamente y al mismo tiempo se contrae: se está convirtiendo en una región de pensionados y desempleados de largo plazo, lo que la hace aún más dependiente de las transferencias desde el oeste.
Las cifras de desempleo han bajado. Pero Blum está preocupado. Ve similitudes entre la caída del comunismo en Alemania oriental y el colapso de la economía basada en la esclavitud en el sur de EE.UU. después de la guerra civil en el siglo 19. "Los costos fijos del comunismo eran muy altos, pero los marginales muy bajos, porque entrenaban bien a la gente, pero les pagaban muy poco", dice. "No había ningún incentivo para racionalizar, porque la mano de obra era demasiado barata".
Con la unificación alemana, los salarios se dispararon: los sindicatos occidentales actuaron para negociar con los empresarios en nombre de los orientales. Además de demostrar su solidaridad, no tenían ningún interés en que hicieran bajar los sueldos occidentales. "De repente, la mano de obra se encareció, lo que llevó a una racionalización dramática, desempleo generalizado y una emigración de las élites. Externos se hicieron cargo del país. Es la historia de Lo que el viento se llevó", dice Blum.
El sur de EE.UU. necesitó 60 años para recuperarse y él cree que Alemania del Este necesitará por lo menos dos generaciones para ponerse al día.